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Enric Albero

ÚLTIMOS DÍAS EN LA HABANA (Fernando Pérez)

El último trabajo de Fernando Pérez es unívoco y directo, cualidades que, en ocasiones, pueden ser percibidas como una virtud y, en otras, como un defecto. Miguel (Patricio Wood), un tipo taciturno y silencioso que limpia platos en un restaurante, cuida de Diego (Jorge Martínez), su amigo homosexual enfermo de SIDA. Los dos personajes son la alegoría de un país en fase terminal, dominado por un testarudo sistema comunista cuyo funeral parece estar siempre a punto de celebrarse pero que nunca ella. En esa tesitura, solo queda resignarse o escapar (emigrando o muriendo).

El director de La vida es silbar (1998) sigue mostrándose certero en este nuevo episodio de sus crónicas habaneras. Repasa, sin cortapisas, todas las variables que dan forma a la multiforme realidad de la ciudad -las deplorables condiciones de vida, la caducidad de los ideales de la Revolución, la corrupción, … – sin mostrarse dogmático y alertando de que, tal vez, marcharse de una Cuba casi inhabitable no sea garantía de una vida mejor (las noticias sobre USA o el plano final así lo indican). Lo mejor de esta película es su capacidad immersiva, con esa Habana que hiede, vibra o ríe en cada plano; sin embargo, Pérez se empeña en ponerle palabras a cada metáfora visual, como si temiera que su mensaje, que no puede ser más claro, fuera a pasarnos desapercibido.

PLAN DE FUGA (Iñaki Dorronsoro)

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En La distancia (2006), Iñaki Dorronsoro ya demostraba conocimiento de causa a la hora de abordar un género clásico como el noir (versión pugilística). Ahora, demasiados años después, firma una heist movie vaciada de cualquier carga ideológica y muy preocupada por resolver con oficio una trama alambicada que logra mantener el interés hasta el final. Dorronsoro, que también firma el guion, se atreve a montar un mecano imprevisible, que se desmonta a la media hora para volver a reconstruirse casi desde cero. Aquí todo es estructura y ecuaciones causales, pura matemática escritural; de ahí que, por ejemplo, los personajes femeninos apenas sean esbozos, engranajes secundarios que accionan un mecanismo mayor al servicio de los roles principales desempeñados por Alain Hernández y Javier Gutiérrez (cuyo papel es un caramelo). Es incuestionable que existe una enorme labor de escritura detrás de un thriller que adolece de un estilo visual de formas institucionalizadas, como si su storyboard en lugar de mirarse en un cómic surgiera de un formulario para solicitar una tarjeta de crédito. Aun pudiendo ponerle pegas a un libreto con jugosos diálogos, bien hilvanado y un tanto mecánico -v.g.: desde el Cuco (Gabino Diego) de Torrente 2: misión en Marbella (Santiago Segura, 2001) a nadie se le ocurría poner a un yonqui como conductor en un atraco (serio)- es en el terreno visual donde Dorronsoro no logra imprimir la fuerza que, con todas las salvedades que se quiera, si tenía su estimable opera prima.