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29º Festival de Cine Español de Nantes

Sentido pedagógico.
Jesús Angulo.

Si, como ya hemos escrito aquí en anteriores ediciones, el gran mérito del Festival de Cine Español de Nantes es dar visibilidad a nuestro cine en Francia, su edición de este año ha dado un notable paso adelante. Aunque a algunos esto les pueda parecer baladí, la razón ha sido la presencia de Javier Bardem en la ciudad del Loira. El protagonista de Los lunes al sol, una de las diez películas elegidas por el actor para la retrospectiva programada por el festival, desplegó durante los tres días una actividad que a uno se le antoja extenuante. Presentó las seis películas que se proyectaban esos días, participó en los coloquios de dos de ellas, ofreció una rueda de prensa con la mayor asistencia de medios franceses de la historia del certamen y ofreció una multitudinaria masterclass, acompañado por el director del Festival de San Sebastián, José Luis Rebordinos, en un teatro de la ópera que agotó sus entradas en unas horas. En todas sus apariciones fue recibido como una gran estrella y se metió al público en el bolsillo desde el primer momento. En la rueda de prensa y en su masterclass habló de la dificultad de hacer cine en España debido a la escasez de apoyos oficiales, mostrando su envidia por el apoyo del gobierno francés a su cine; se mostró contrario a los doblajes (“Es como si se doblase a Bob Dylan, poniéndole una voz por encima que la cante traducida”); desmitificó la carrera de actor e ironizó sobre aquellos que se sienten por encima de sus personajes; ratificó su compromiso político (pidió “que no tengan nuestro miedo”, en referencia al ascenso de la extrema derecha en Europa, incluida ahora España) y con el trabajo de Greenpeace, de la que es socio, contra el cambio climático. Llegó desde Cuba y, tras unos días en Madrid, partía hacia Jordania para iniciar el rodaje de la nueva versión de Dune, que prepara Denis Villeneuve.

Por Nantes han pasado en los últimos años muchos de los grandes cineastas españoles (de Carlos Saura a Álex de la Iglesia, pasando por los tres Trueba, Urbizu, Armendáriz, Isabel Coixet…), que siempre han mostrado su claro apoyo al festival. Algo que no ha ocurrido con el ICAA, por ejemplo, cuya ayuda nunca ha pasado de testimonial. Pero, claro, esto no es Francia. Sin embargo, más de treinta mil espectadores han llenado sus salas en la presente edición y, a lo largo de los años, han creado una cantera de cinéfilos que conocen el cine español mejor que un espectador medio de nuestro país.

El jurado presidido por la actriz María Barranco concedió el premio Julio Verne a la mejor película a Petra, de Jaime Rosales, sin duda una de las mejores del año. Yuli, de Icíar Bollain recibió el Premio del Público, mientras León Siminiani obtenía el de Mejor Documental por Apuntes para una película de atracos, y Viaje al cuarto de una madre, de Celia Rico, fue elegida la Mejor Ópera Prima. Por su parte Un cuento familiar, de José Corral, se llevó el premio al Mejor Corto y El silencio de otros, de Almudena Carracedo y Robert Bahar, el del Jurado Escolar, auténtico origen de la cantera de la que hablamos, porque hay que recordar que el festival nació por el empeño de la catedrática de Historia y Civilización Españolas Contemporáneas de la Universidad de Nantes Pilar Martínez-Vasseur como modo de acercamiento de sus alumnos a la realidad española.

Festival de Las Palmas 2019

Esta soy yo.
Jonay Armas.

“Esta soy yo”, dice Karin Cuyul en Historia de mi nombre, cuando revisa imágenes de su infancia. Es lo mismo que dice Federico Atehortúa al reencontrarse con unos vídeos del pasado, solo que mientras el autor colombiano lo hace para tratar de entender qué lugar ocupa él en medio de la convulsa historia de su país, la cineasta chilena repite una y otra vez aquella imagen como si intentase aferrarse a ella y traerla de vuelta. Eran retratos en primera persona que vertebraban la Sección Oficial y que venían a rastrear el panorama político de los últimos años, el lugar que ocupa uno mismo dentro de ese sistema y, también, ver si el cine aún es capaz de sacudir la realidad.

Consciente de ello, Mother, I Am Suffocating. This Is My Last Film About You (Lemohang Jeremiah Mosese) convierte en carta íntima un poema sobre el sufrimiento de todo un continente. Y desde el humor y la libertad creativa, Luis Miñarro abraza el relato bíblico de Salomé con el que explicar también el complejo presente. La propuesta formal definitiva, ganadora del certamen, era La portuguesa (Rita Azevedo Gomes), relato apoyado en formas pictóricas para hablar del otro lado del cuento, cuando el príncipe marcha a la guerra y el texto ignora a la princesa. Para Rita Azevedo, era la mejor forma de decir “esta soy yo”.

69ª Berlinale: en tránsito

Enric Albero.

No hay mejor ciudad que Berlín, escenario del fin del mundo de las economías posibles, para comprobar de primera mano el dominio de la teocracia neoliberal. En la Berlinale las películas se acumulan en secciones que alcanzan el medio centenar de títulos, como si el único objetivo fuera el crecimiento por el crecimiento y un festival unos grandes almacenes. Así pues, ante el alud de filmes no queda más que entregarse a los visionados atléticos, abarcando mucho y apretando poco, saltando de una sección a otra sin completar ninguna (por más que aquí nos centremos en la Sección Oficial).

El último año como director de Dieter Kosslick se ha cerrado con un apartado competitivo vapuleado por los medios. A la retirada, a última hora y aduciendo problemas técnicos, de la película de Zhang Yimou (One Second) y a la reiterada polémica entre el sector de la exhibición y Netflix a propósito del último trabajo de Isabel Coixet, hay que sumar los varapalos que se han llevado realizadores como Lone Scherfig, Fatih Akin y, en menor medida, Agnieszka Holland. No son pocos los que esperan que, con la llegada a la dirección del actual responsable del festival de Locarno, Carlo Chatrian, esta galería de sospechosos habituales se convierta en una foto de recuerdo y no en una tarjeta de invitación para futuras ediciones. Que la dedicatoria con la que Isabel Coixet firmó el poster gigante que decoraba los pasillos del Berlinale Palst fuera “maybe this is the last time i’m here so i’m going to have fun (i love D.K.)” quizá sirva como augurio. De hecho, Elisa y Marcela, último trabajo de la realizadora catalana producido por Netflix, se observa como una película de otra época, ajena por completo a la modernidad. La larga ovación con que el público berlinés premió a Coixet constata, una vez más, que la importancia temática suele estar muy por encima del valor artístico de las obras.

En un certamen gay friendly como la Berlinale, la historia de amor entre Elisa (Natalia de Molina) y Marcela (Greta Fernández), basada en un caso real ocurrido en Galicia a principios del siglo XX, fue como el maná de la visibilidad, tal y como corroboró la lluvia de aplausos posterior. Ahora bien, si uno deja de lado el oportunismo –estamos ante un alegato en favor del matrimonio homosexual– y se centra en las formas, se topará con un melodrama torpe en el que los subrayados musicales y los diálogos explicativos se esfuerzan, sin necesidad alguna, por transmitirnos las alegrías y tristezas de las protagonistas. Secuencias como la de las lecturas de las cartas que se intercambian o la del baño en el mar sirven como ejemplos de esa cargante explicitud envuelta en unas imágenes de reportaje de viajes de suplemento dominical.

A este cine avejentado se le ha opuesto una improvisada trilogía de películas varadas, historias en las que lo narrativo es mucho menos importante que la captura de una sensación o la transmisión de un estado, pobladas todas ellas por personajes encallados. En Repertoire de villes disparues, Denis Côté se mueve entre el relato costumbrista y la ghost story para fijar la desaparición de esa pequeña comunidad de apenas doscientos habitantes que forma el pueblo de Irénée-les-Neiges. Desde la textura de la imagen (el celuloide apareciéndose como un espectro en plena era digital) a la trama mínima que ordena el relato (el regreso de los fallecidos), pasando por un diseño de producción, todo ayuda a tejer un discurso político que opera siempre en segundo plano. Cuestiones como el desmoronamiento de las áreas rurales y el abandono del pueblo como única solución se cruzan con la propia reticencia de la comunidad a asimilar a los foráneos, conformando una compleja paradoja envuelta en una atmósfera inquietante.

Si los habitantes del pueblecito quebequés se debaten entre la resistencia y la huida, y esa diatriba les lleva a una situación de bloqueo, la última imagen de Synonymes (Nadav Lapid, 2019) nos deja a Yoav (Tom Mercier), que se ha instalado en Paris procedente de su Tel-Aviv natal, golpeando la puerta de un apartamento al que no le dejan acceder. La otra opción pasa por regresar a ese Israel del que ha huido. Sirviéndose de su propia experiencia, Lapid firma una comedia voluntariamente absurda con la emigración, el conflicto con las propias raíces y las identidades nacionales como objetos a diseccionar. El realizador israelí juega con lo simbólico con aparente naturalidad: Yoav llega a Paris y el primer día le roban todo cuanto posee, ropa incluida; esto es, se ve obligado a reiniciarse. La crítica furibunda contra el estado de Israel halla su espejo en el vitriolo que el director de La profesora de parvulario vierte contra la burguesía francesa –esa pareja que parece sacada de un film de Truffaut y que no solo lo acoge, sino que provee a Yoav de todo cuanto necesita– y contra los nacionalismos en general (impagable la secuencia de las clases para obtener la nacionalidad). Las peripecias de Yoav pueden leerse en clave geopolítica: la Francia acogedora y multicultural, pero también esnob, clasista y explotadora (la secuencia de la prueba como modelo); el Israel beligerante, autoritario y detentor de la verdad absoluta representado por Yoran, y un protagonista que se eleva como una contradicción permanente y ambulante, atrapado en una encrucijada vital (el exilio o el regreso) cuya solución, sea la que sea, conllevará la derrota. Que el Héctor de la Ilíada sea la figura mitológica a la que Yoav recurre para explicarse no es baladí.

La película de Lapid, que exige digestión mental, capacidad de asombro y huida de la literalidad, se hermana felizmente con I Was at Home, But de Angela Shanelec. Falso drama familiar que oculta un ensayo sobre la relación arte-vida, esta película de apariencia críptica, voluntariamente bressoniana, está entretejida por situaciones prosaicas, aparentemente inconexas, que terminan por encontrar un significado común cuando la película se transforma a partir de una conversación que mantienen la madre interpretada por Maren Eggert y un profesor, sobre un fragmento de un película y la relación entre lo que allí se representa y la verdad que se pretende mostrar (se habla de un encuentro entre dos personajes, uno de los cuales es un enfermo… interpretado por alguien realmente enfermo). A partir de ese momento, la incomunicación deja paso al estallido de las emociones, cambia incluso el modelo interpretativo por el que los actores se regían hasta ese momento, y las piezas aparentemente dispersas empiezan a encajar (y ahí, esas secuencias aisladas de la representación escolar de Hamlet encuentran su eco en la relación familiar).

El resto de la sección oficial –que este cronista no vio en su totalidad– ofreció películas-imitación, como la turca A Tale of Three Sisters (Emin Alper, 2019), que se quiere deudora del cine de Nuri Bilge Ceylan y se queda en una sucesión de secuencias que parecen copiarse unas a otras, con personajes apenas esbozados y con una fotografía preciosista que no oculta las múltiples carencias de esta historia de liberación femenina de tres hermanas víctimas de un sistema arcaico y desigual. También juega en la liga de la mímesis La paranza dei bambini (Claudio Giovannesi, 2019), adaptación de la novela de Roberto Saviano que, más allá de su corrección, se convierte en continuadora del modelo Gomorra: la serie (y no tanto de la película de Garrone, más alejada de los corsés narrativos). Vibrante, con una cámara que se pega a los cuerpos de una nueva generación de camorristas cada vez más joven, la película es como un motorino que se desplaza siempre por las mismas calles. Quien sí se aparta del sendero manierista que había transitado en sus últimos trabajos es François Ozon, que en Grâce à Dieu aborda un caso real de pederastia en el seno de la iglesia católica todavía sin resolver. El director de Le Temps qui reste levanta acta notarial del asunto y su puesta en escena parece imitar la desapasionada labor del taquígrafo: siempre mantiene la distancia (de hecho, está próximo al documental observacional); la división de la obra en tres partes, correspondiente a los tres personajes que vehiculan el relato, busca el equilibrio discursivo e incluso ideológico; y su duración (137 minutos) guarda una relación directa con la voluntad de no dejarse nada en el tintero. Son esas mismas decisiones, quizás, las que también jueguen en contra de una película que, por momentos, se torna monocorde.

Así pues, la Berlinale osciló entre las presentaciones de cineastas asiduos al certamen que están lejos de atravesar su mejor momento y entre propuestas que, precisamente, rompen con una ortodoxia autoral ya muy alejada de la modernidad (a mitad de camino figuran películas como God Exists, Her Name is Petunia de Teona Strugar Mitevska, que a pesar de sus subrayados sobre las cuestiones feministas propone un nuevo imaginario capaz de cruzar Furia de Fritz Lang con las excentricidades propias del Kusturica más en forma). Aunque puede que sea más deseo que intuición, da la sensación de que la nueva Berlinale de Carlo Chatrian se sustentará en obras como las de Côté, Lapid y Shanelec con las que, de algún modo, la 69ª edición ya señala tímidamente el horizonte hacia el que se ha de dirigir el festival. El 20 de febrero de 2020 lo sabremos.

71º Festival de Cine de Locarno

(versión ampliada de Caimán CdC nº 74). 
Eulàlia Iglesias

La 71 edición del Festival de Locarno ha sido también la última de Carlo Chatrian como director artístico. El italiano tomó el relevo de Olivier Père en esta tarea en 2012 y bajo su mandato se ha consolidado el papel del certamen suizo como plataforma de referencia para esas películas que escapan al restrictivo modelo de cine autor que promueven Cannes, Berlín y Venecia. El fichaje de Chatrian por parte de la Berlinale es una buena noticia para el festival alemán, pero por el momento nos queda la incógnita de cómo afectará al de Locarno.

Este Locarno 2018 no ha sido de los más memorables en lo que a la Competición Internacional se refiere, a pesar de la inclusión de La flor de Mariano Llinás, un film que se presenta como extraordinario ya desde su duración y su forma de programarse (no había pases de prensa, con las complicaciones que eso supone para quien cubre el festival y no puede dedicarse en exclusiva a ver esta película). La película argentina aterrizaba con el premio mayor del BAFICI a cuestas y quizá eso contribuyó a que quedara fuera del palmarés final. Pero, a falta de poder valorarla en su integridad, algunos de sus actos de dos horas resultan por sí mismos propuestas cinematográficas muchísimo más estimulantes que tantos otros filmes aspirantes al Leopardo de Oro.

El gran premio del festival recayó en A Land Imagined, un solvente thriller de tintes oníricos en torno a la explotación laboral de los trabajadores extranjeros en Singapur. La película de Yeo Siew Hua reúne una serie de virtudes que la convierten en un perfecto film de consenso ante un jurado como el que este año presidía Jia Zhangke. Ofrece una convincente denuncia sobre las condiciones de trabajo en un país representativo del capitalismo ultraliberal como Singapur distanciándose del realismo social al uso y poniendo en práctica un atractivo ejercicio de cine de género. Y apela a toda una serie de tendencias propias en el cine de autor del cambio de siglo (el imaginario asiático como un ensueño filtrado por luces de neón, la confusión de itinerarios entre detective y desaparecido, el mundo digital como un espacio donde perder la identidad…) que sin embargo Yeo no conduce más allá. Hotel by the River, la nueva película de Hong Sangsoo, Leopardo de Oro en 2015 por Ahora sí, antes no, consiguió el Premio a la Mejor Interpretación Masculina por el trabajo de Ki Joobong, en el papel de un poeta veterano que convoca a sus dos hijos en el hotel donde se ha instalado porque intuye próxima su muerte. Hotel by the River pone de manifiesto la voluntad del coreano por explorar nuevas combinatorias emocionales que se escapen de la propiciada por el encuentro fortuito entre un hombre y una mujer, habitual en su cine. Aquí la sombra de la muerte y la necesaria reconciliación familiar marcan buena parte de la película, al tiempo que el director también trabaja la amistad femenina entre otras dos huéspedes del hotel. El film resulta en apariencia más lineal que la mayoría de títulos de Hong, aunque también propicia lecturas más profundas sobre la naturaleza de los vínculos entre los dos grupos de personajes, sobre todo en lo que las dos mujeres representan para el viejo poeta. RAY & LIZ, primer largometraje de Richard Billingham que consiguió una Mención Especial, da continuidad pero también una identidad estética propia al trabajo fotográfico del artista en torno a sus padres, en otra vuelta de tuerca al retrato realista de la clase obrera británica que aquí combina con fuerza la crudeza del cine de Mike Leigh con la evocación poética del de Terence Davies.

Fuera del palmarés quedó la crítica al gobierno chino que lleva a cabo Ying Liang en la correcta A Family Tour, un film basado en la propia experiencia del director que vive en el exilio después de otros títulos críticos con la situación de su país como When Night Falls, que también se vio en Locarno en 2012. Aquí Ying se reencarna en una directora de cine china que también se ha instalado en Hong Kong huyendo de las represalias por sus películas políticas. Para poder encontrarse con su madre, la familia organiza una quedada en Taipei donde todos siguen un tour organizado para no despertar sospechas. En un tono cercano al del cine de Edward Yang, Ying ofrece una visión de las diversas formas de adaptarse a la realidad en China, centrándose sobre todo en las dos posturas de madre e hija, la capacidad adaptativa y al mismo tiempo resistente de la progenitora frente al rechazo frontal que se puede permitir la hija por el hecho de encontrarse fuera del país.

En M, Premio Especial del Jurado, Yolande Zauberman nos conduce por un asfixiante viaje al fondo de la noche de los abusos sexuales sistematizados en la comunidad ortodoxa de Israel de la mano del actor Menachem Lang. La directora acompaña a M en lo que a priori va a ser un acto de confrontación con uno de sus violadores. Pero el film va sumando a Lang los testimonios de otras víctimas, y esta incursión de una directora en un ámbito de masculinidad exclusiva deviene una especie de #MeToo de hombres en el seno de un colectivo religioso radical, endogámico y machista como el jasídico. Con Tarde para morir joven, Premio a la Mejor Dirección, la chilena Dominga Sotomayor se confirma como uno de los principales valores del cine iberoamericano contemporáneo. Con su sutileza habitual, aquí traza las contradicciones internas de una comunidad utópica que en el Chile de principios de los noventa, justo acabada la dictadura de Pinochet, intenta un modo de convivencia en armonía con la naturaleza. Todo ello poniendo especial atención en las tribulaciones emocionales de una de las jóvenes habitantes.

Porque las adolescentes han sido las principales protagonistas de la Competición Internacional de Locarno 2018. Radu Muntean siempre se ha distanciado de uno de los rasgos característicos del Nuevo Cine Rumano, la mirada retrospectiva a la historia reciente del país, para ofrecer retratos ligados a la actualidad. Así Alice T supone su respuesta en tiempos de Google a 4 semanas, 3 meses, 2 días de Cristian Mungiu. La protagonista del título es una joven adolescente, a quien da vida la llameante y premiada Andra Guți, que se ha quedado embarazada y decide espabilarse para abortar, mientras mantiene otro relato frente a su madre, que ve con ilusión la idea de tener un nieto. Más que un film sobre el embarazo no deseado, Alice T es un retrato de la adolescencia como esa etapa donde la vulnerabilidad y el desparpajo tienden a confundirse. Los mejores momentos como siempre en el cine de Muntean son aquellos en que el director consigue generar tensión a base de sostener la incomodidad surgida entre los personajes. Glaubenberg del suizo Thomas Imbach también se centra en una adolescente, en este caso una muchacha enamorada de su hermano. Lo que podría haber sido un hermoso y perturbador film sobre una pasión heterodoxa en un entorno convencional deviene una propuesta confusa (por momentos se acerca a Atracción fatal, otros a una variante del personaje hamletiano de la Ofelia enamorada) y misógina que identifica el deseo de la menor con la obsesión y la demencia. Tras la monumental Homeland: Iraq Year Zero, Abbas Fahdel presenta con Yara un film voluntariamente más modesto que manifiesta las ganas del director por filmar una historia también en torno a una adolescente en este caso en un escenario inigualable, una de las últimas casas habitadas en medio de las montañas al norte del Líbano. Fahdel inserta una historia de ficción con una joven actriz en un entorno real con otra protagonista, la abuela de la muchacha, que es intérprete no profesional. Así resigue los pequeños cambios de una joven que despierta al amor y la sensualidad en una rutina plácida y sencilla. El canadiense Philippe Lesage traza en Genèse las historias paralelas de dos hermanos, el joven adolescente que descubre su homosexualidad y la universitaria perdida entre el deseo y la estabilidad sentimental. Como ya sucedía en su ópera prima Los demonios, donde sobraba el personaje del pederasta, aquí también Lesage boicotea por momentos su propio talento para el trazo sutil al subrayar las consecuencias dramáticas de la confusión emocional de cada uno de los personajes. El film concluye con un epílogo de aires truffaunianos donde se apunta a la posibilidad sin embargo de un primer amor inocente. La protagonista de Sibel de Çağla Zencirci y Guillaume Giovanetti resulta una fuerza de la naturaleza. Pero una no puede evitar la sensación de situarse ante la enésima película centrada en una joven que expresa su desencaje en el mundo a través de un movimiento continuo. Aquí una chica muda que se expresa ¡en silbo! e intenta sobrevivir a los prejuicios y supersticiones patriarcales que todavía dominan en la región de Turquía donde vive. La energía de la protagonista, apabullante Damla Sönmez, se merecía algo más que un personaje pensado para encajar en el rol predeterminado y de moda de mujer empoderada.

Frente al culto a la juventud propio de tanto cine de autor e independiente, se agradece una película como Diane, el extraordinario primer largometraje de ficción de Kent Jones. El crítico también imagina a su protagonista, una viuda jubilada a quien encarna Mary Kay Place, siempre en tránsito entre sus diferentes quehaceres diarios, desde hacer compañía a una prima en el hospital hasta echar una mano en un comedor social pasando por el intento frustrado de ayudar a su hijo drogodependiente. Jones firma una película que, bajo su apariencia de correcto drama indie, propone una revolucionaria inversión de la jerarquía de valores tradicionales no solo por otorgar todo el protagonismo a una mujer mayor sino también por el peso dramático específico que cobran los cuidados y la interdependencia. El film también destaca de una forma muy bergmaniana por la profundidad de un retrato femenino que no quiere ser complaciente y por otorgar esa dimensión vital a una película sobre el tránsito hacia la muerte.

La italiana Menocchio de Alberto Fasulo es una película que se quiere importante en su recreación del proceso histórico a este molinero del siglo XVI que desafió a las autoridades eclesiásticas al ejercer su libre pensamiento en materia religiosa y acabó condenado por la Inquisición. Fasulo convoca a Dreyer, Pasolini y Olmi, entre otros, pero la película no consigue transmitir ni espiritualidad, ni naturalismo ni una buena refriega de dialéctica teológica y acaba víctima del academicismo más plúmbeo. Con Wintermärchen el alemán Jan Bonny proporcionó una dosis gratuita de cine-shock a la competición. El film se sumerge en la intimidad de tres miembros de una célula terrorista de ultraderecha en Alemania para establecer así algún tipo de lectura sobre los personajes a partir de sus prácticas sexuales poco ortodoxas. Bonny no se interesa ni por el contexto social, ni por las formas de funcionar de los terroristas ni por el impacto de sus acciones. Pero su forma de humanizar a los asesinos pasa de una estigmatización puritana a una idealización romántica todavía más peligrosa.

Cineastas del presente

La segunda sección competitiva del Festival de Locarno aloja sobre todo primeras y segundas películas y, como sucede también en otros certámenes, a veces acaba presentando títulos más estimulantes que los de la Competición Internacional. Las temáticas y estéticas coinciden en muchos casos con las del resto de apartados de la programación, lo que permite esbozar unos apuntes sobre las inquietudes comunes de este cine que se mueve al margen de los circuitos comerciales que incide sobre todo en cuestiones como la identidad, la relación con el entorno natural y el exilio en un mundo global postcapitalista a través de películas que se niegan ellas mismas a adoptar una identidad homogénea.

El Premio a la Mejor Película de Cineastas del Presente recayó en Caos de Sara Fattahi, una poderosa aproximación a las consecuencias de la guerra en Siria a través del exilio interior y exterior de tres mujeres residentes en tres ciudades diferentes, Damasco, Viena y Estocolmo. Fattahi otorga una experiencia específica al desapego emocional y físico de cada una de las protagonistas: la mujer que ha permanecido en Siria vive inmersa en la oscuridad de quien no quiere salir del pozo de odio y dolor que le ha provocado el asesinato de su hijo; la artista residente en Suecia canaliza a través del arte sus traumas; la tercera mujer deambula por la capital austriaca como una muerte viviente, mientras encuentra en los textos de otra exiliada, Ingeborg Bachmann, la forma de expresarse.

Como la ganadora del Leopardo de Oro, el film que obtuvo el Premio Especial del Jurado Cine+ de Cineastas del Presente, Closing Time de la suiza Nicole Vögele también recoge parte del legado del cine asiático del cambio de siglo. Ambientada en el Taipei actual, la película despliega un dispositivo observacional para fijarse en las rutinas de un rincón concreto de una metrópolis marcada por los ritmos acelerados del capitalismo tardío. Como en una película de Tsai Ming-liang, la ciudad también vive amenazada por la presencia de la lluvia torrencial proveniente de un tifón. Vögele subraya los aspectos más humanos de los personajes a los que observa en esta franja horaria ya fuera del horario laboral típico.Y la película, como su protagonista principal, también sabe escapar de las dinámicas más rutinarias del documental observacional. Sin premio se quedó el film más próximo al cine de Jia Zhangke del certamen. Como en la obra del director de The World, en Suburban Birds de Qiu Sheng las transformaciones urbanísticas masivas también son el centro del relato. El director interrelaciona dos historias, la de un grupo de ingenieros que inspeccionan una posible filtración en un barrio de extrarradio y la de la cuadrilla de amigos de la escuela del lugar, en un film que convoca también cierto misterio en las conexiones imprevistas entre los dos grupos de personajes.

Con Sophia Antipolis, el director de Mercuriales sigue cartografiando los espacios urbanos surgidos en las últimas décadas en Francia, aquí una supuesta respuesta gala a Silicon Valley erigida en la Costa Azul. A partir del misterioso asesinato de una muchacha en el lugar, Virgil Vernier resigue diferentes personajes que buscan sus propias maneras de encajar en un entorno que no genera formas tradicionales de tejido social y propicia el surgimiento de grupos pseudoespirituales y colectivos neofascistas. La también francesa L’époque de Matthieu Bareyre, mención especial del jurado a uno de sus personajes, Rose, muestra la voluntad inequívoca de plasmar cierto aire de su generación en su panorámica nocturna y de talante musical por una juventud parisina diversa en sus aspiraciones y experiencias. Una las protagonistas, la Rose premiada, acaba erigiéndose en la voz dominante en su encarnación de una juventud francesa combativa y alienada por cuestiones de origen de la Francia hegemónica.

Fausto de Andrea Bussmann, mención del jurado, entronca con otra de las tendencias percibidas en Locarno 2018, ese gusto por encadenar historias que también está presente en La flor y en Sophia Antipolis. En este caso la directora canadiense rueda en la costa de Oaxaca, México, su primer largometraje en solitario (codirigió con Nicolás Pereda Historias de dos que soñaron), una suerte de retrato antropológico de ribetes fantásticos, donde los relatos orales que recogen leyendas, supersticiones y fábulas (otro film donde los animales cobran un inusitado protagonismo) se erigen como una suerte de resistencia desde el terreno de lo mítico y ancestral frente a las diferentes formas de colonización y ocupación de la zona, desde la invasión española a la urbanización con fines comerciales del lugar.

Alles is Gut de Eva Trobisch, Premio a la Mejor Ópera Prima, plantea de forma muy convincente una de esas situaciones en que una violación muchas veces no se interpreta como tal. Janne, la protagonista y víctima de la agresión, reacciona a priori negándose a dramatizar y denunciar el hecho. A partir de aquí la directora concentra demasiadas casualidades en el entorno cotidiano de la protagonista en un film mucho mejor planteado y concluido que desarrollado donde destaca la interpretación de Aenne Schwarz.

Como Diane, Familia sumergida también centra la atención en una mujer de mediana edad, aquí una Mercedes Morán que reina a lo largo de todo el metraje. La actriz interpreta a Marcela, una madre de familia cuya vida cotidiana se ve alterada por la muerte súbita de su hermana. Marcela mantiene ante sus hijos y maridos el rol de mujer que no se ve afectada por nada ya que se debe a los suyos, mientras internamente vive un proceso de replanteamiento emocional que la lleva, entre otras escapadas mentales, a conversar con los fantasmas familiares. María Alché (la joven protagonista de La niña santa reconvertida en directora) nos sumerge en esta doble vida entre la realidad y el ensueño de una protagonista que se había acomodado sin cuestionarla a su claustrofóbica cotidianidad.

Likemeback resulta la más cuestionable de las muchas películas centradas en jóvenes que programó el Festival de Locarno. El italiano Leonardo Guerra Seràgnoli embarca a tres muchachas en un viaje por el Mediterráneo para celebrar sus dieciocho años. Retrato de la generación selfie, el director encuadra a las tres protagonistas en planos cerrados que dejan fuera un entorno que a ellas no les interesa excepto como telón de fondo de las continuas imágenes que cuelgan en sus redes sociales. Seràgnoli lleva a cabo uno de esos films reaccionarios que practican un exploit del físico y la intimidad de las tres protagonistas como excusa para alertar sobre los supuestos peligros de la adicción a las nuevas tecnologías a la juventud actual.

VII Festival Márgenes

Celebración de la disidencia.
Javier Rueda

Aunque parezca contradictorio, las conductas más desadaptadas pueden resultar las más resilientes. Se habló en este VII Festival Márgenes de películas “desadaptadas”. Además de certero, dicho calificativo no pudo ser más esperanzador. La generosa selección de títulos y secciones coincidía en enfrentarse a la normatividad establecida. María Cañas y Lucrecia Martel, Expo Lio ‘92 y Zama, la película ganadora de la Sección Oficial (SO) y la que la clausuró, desde latitudes alejadas, desde formatos y tonos distantes se ponían de acuerdo en revisar de manera crítica la iconografía oficial del colonialismo y sus fastos. Por ello, contagiado por esta saludable disidencia, permitan a este cronista que esquive una exposición ordenada de programaciones, para dejar a las películas que dialoguen entre sí.

Explorando territorios fronterizos y de hibridación, La tierra aún se mueve (Pablo Chavarría) (SO), Premio del Jurado de la Crítica, construyó un viaje sensorial por texturas limítrofes -la playa como lugar- entre lo humano y lo animal. Mariana, presentada en la Sección Informativa – el Presente (P), defendió la identidad latinoamericana desde un viaje onírico por los espacios de la península de la Guajira. La capacidad de observación de Ruinas tu reino (Pablo Escoto) (SO), en la que la cámara sigue a pescadores en sus travesías por el Golfo de México, terminaba por ser un magnífico estudio del oficio de la mar. Sobre el mundo del trabajo, La fábrica de nada (P), de Pedro Pinho, se atrevía a reflexionar sobre la crisis actual desde un higiénico ejercicio de demolición de los códigos del cine social más conservador. Dos películas hablaron de fecundos y esperanzadores encuentros intergeneracionales. Tigre (Silvina Schnicer Schlieman, Ulises Porra Guardiola) (P) finalizaba con una bella escena donde un grupo de mujeres se liberaba de las ataduras coloniales, y Las calles (María Aparicio) (SO) filmaba una pedagógica lección de recuperación de la memoria. Tierra sola (Tiziana Panizza) (SO) recibió la Mención del Jurado por su renovada mirada etnográfica hacia la Isla de Pascua, desde imágenes de archivo y desde material original reivindicando una cultura que fue ocultada por la historia. En defensa de culturas silenciadas por el relato dominante, Cocote (P) (Nelson Carlo de los Santos Arias) compartió esa mirada política, en este caso hacia la República Dominicana, a través de los sonidos y danzas de las clases populares y sus rituales sobre la muerte.

Además de la Muestra Glauber Rocha, la figura de Luis Ospina se erigió en tótem de esta edición: Premio Especial Márgenes, Miembro del Jurado, Retrospectiva completa de su obra e inspirador de la sección “Más allá del vampirismo de la pobreza”. Citando una de sus obras más representativas, Todo comenzó por el final, concluimos este repaso por el principio. Niñato (Adrián Orr) abrió el festival desde una luminosa actitud de resistencia; la titánica lucha por crear arte desde lo cotidiano. Europa (P) (Miguel Ángel Pérez Blanco) mostraba a su protagonista femenina ascendiendo una colina, desorientada por el ruido de una fiesta, caminando a contracorriente en su búsqueda de la luz. Sirvan este gesto y esta imagen para encapsular la significación de todo un festival. Márgenes volvió a ser un espacio de celebración y resistencia.

DocLisboa 2017

El documental como punto de partida
Miquel Martí Freixas

El festival DocLisboa es un evento cinematográfico consolidado que celebró este pasado octubre su decimoquinta edición. En estos años transcurridos el certamen se ha ido afirmando en la ciudad, entendiendo el documental como palabra flexible y no encorsetada –actualmente se programan películas de carácter claramente ficcional en distintas secciones– y abriendo el concepto del festival desde las propuestas habituales (competición, retrospectivas, conferencias) hasta secciones para jóvenes realizadores portugueses o un laboratorio de desarrollo de proyectos (Arché). En todos ellos corre una misma idea frondosa y plural, la de entender el cine como herramienta de expresión cultural, pero no solo como culminación cinéfila sino como punto de partida de lo humano, social y político.

En esta edición, por ejemplo, hubo temáticas transversales que aparecían por distintos lados de la programación. El de la discriminación racial fue uno de ellos, desde la memoria colonial portuguesa hasta el racismo presente en Estados Unidos. Desde O canto do Ossomo, del realizador Silas Tiny, quien vuelve a su São Tomé e Príncipe natal del que apenas guarda recuerdo alguno, hasta la indagación obsesiva de Travis Wilkerson Did you wonder who fired the gun?, sobre un crimen racista cometido por su abuelo. También exponía una visión a partir de lo familiar Lee Anne Schmitt, con una de las mejores películas del festival, Purge this land, recorrido histórico de la resistencia antirracista en Estados Unidos con conexiones con otra película memorable (Profit Motive and the Whispering Wind de John Gianvito). No es casual que todas ellas están narradas desde la primera persona, otro eje transversal del festival.

La programación oscila entre apuestas cinematográficas valientes, como el muy peculiar diario de un poeta-tuitero filmado en una minúscula habitación (Preferiría no hacerlo, de Ileana Dell’unti), y otras películas pensadas para un público más amplio, como la amena Chjami è rispondi, del francés Alex Salvatori Sinz. En un planteamiemto ya clásico, se enfrenta a su padre en un duelo verbal (“preguntar y responder”), para poner al descubierto las relaciones familiares mezcladas con la idiosincrasia corsa. Las películas francesas brillaron en esta edición, como Also Known as Jihadi, de Eric Baudelaire, quien resigue sobrio y parco la ruta de un yihadista desde la banlieue hasta su detención y juicio, con aprehensivos momentos como cuando entra en Siria o huye por España. También el mediometraje Saule Marceu, de Juliette Achard, acerca de su hermano, un joven granjero-cowboy intentando sobrevivir en un mundo económico devorador.

El festival dedica cada año una retrospectiva íntegra a un gran nombre. Recayó esta vez en la cineasta checa, vanguardista, feminista y vetada por las autoridades Věra Chytilová. Y también puso un amplio foco en una cinematografía nacional. Bajo el título ‘Retrospectiva de otra América: el singular cine del Québec’, se profundizó con 66 títulos en este fecundo territorio del documental, proyectando autores pioneros del direct cinema (Michel Brault), vanguardistas (Lippsett) y actuales (Denis Coté, Dominic Gagnon).

XIX Edición del Festival Abycine

Miquel Zafra

Fiel a su compromiso con el cine español independiente y con la descripción de la realidad que conforma la convulsa actualidad del mundo, la pasada edición del Festival Abycine de Albacete ofreció no pocas obras de marcado interés cinematográfico y político, muchas de ellas particularmente centradas en las problemáticas sociales de Estados Unidos. Así lo hizo, entre la abundante oferta de cine experimental, cortometrajes y algunas de las más notables propuestas del último cine nacional, la recién incorporada sección Contra el muro, dedicada a las crispadas dinámicas migratorias entre México y el país ahora gobernado por la ominosa mano de Trump. Aquí destacó el documental Firmes (Lindsay Cordero, Armando Croda), quizá demasiado supeditado a ciertos giros melodramáticos y a una línea musical enfática, pero de incuestionable valor como retrato de la colectividad mejicana afincada en Brooklyn, así como de la subcultura en la que se mueven muchos de sus integrantes, resultado de una fusión de costumbres y tradiciones donde se entremezclan el culto a la Virgen de Guadalupe y la afición por el Low Rider.

En la sección oficial Indie brilló la excepcional La vida y nada más (Antonio Méndez Esparza), ganadora del primer premio del certamen, película de rigurosa sencillez formal, alérgica a cualquier tipo de artificio dramático, de preciso discurso sobre la exclusión y los conflictos de identidad presentes en algunos miembros de la comunidad afroamericana, y focalizada en las ásperas vivencias de un joven y su familia, siempre observados desde un elocuente distanciamiento estético, pero también desde una ética calurosa y humanista. El premio Asociación de Prensa de Albacete recayó en la impactante Most Beautiful Island (debut en la dirección de Ana Asensio), obra a caballo entre el film social y los códigos del thriller de terror, que centra su atención en las oscuras vicisitudes de una inmigrante española en una Nueva York hostil, desalmada y grotesca para con sus habitantes más débiles, sirviéndose de un atmosférico uso del sonido y de un envidiable control de los ritmos narrativos.

Por su parte, The Maus (Gerardo Herrero Pereda), premio del Jurado Joven, abraza el fantástico para caligrafiar, entre claustrofóbicos planos secuencia y el empleo del plano-contraplano, los ecos de odio y horror todavía repetidos desde la aparente lejanía del conflicto yugoslavo. El sobresaliente, vitalista y muy melancólico Alberto García-Alix. La línea de sombra (Nicolás Combarro), con su delicado blanco y negro, aprovecha el monólogo del fotógrafo y la potencia de sus propias fotografías para reconstruir una vida y una época a través de un tono elegíaco, lleno de tristeza, aunque a menudo también alegre, nada autocompasivo, con escenas tan poderosas como aquella en la que, plano cenital mediante, el artista recorre casi toda su travesía vital comentando una serie de autorretratos. Trabajos que han ayudado a rubricar la curiosidad y la distinción de un festival que este año celebró su segunda edición del Mercado Abycine Lanza, afortunada plataforma centrada en la financiación de cierto cine nacional, quizá minoritario pero sin duda fundamental en el mapa audiovisual contemporáneo.

34º JFF – FESTIVAL DE CINE DE JERUSALÉN (ISRAEL)

Realidad, documento, ficción: la pantalla como extensión de una ciudad
Felipe Cabrerizo

En 1984, y con Lilian Gish, Jeanne Moreau, Warren Beatty y John Schlesinger entre los espectadores, Lia Van Leer daba el disparo de salida a la proyección de La sala de baile de Ettore Scola, la película que inauguraba la primera edición del Festival de Cine de Jerusalén. Pionera en la conservación del patrimonio fílmico del país, Van Leer había sido fundadora de la Cinemateca de la ciudad a principios de los setenta, y cuando diez años después acudió como jurado al Festival de Cannes decidió impulsar un evento similar en Jerusalén que diera oportunidad de exhibición a películas que no encontraban espacio a través de los cauces tradicionales y que, al mismo tiempo, sirviera de escaparate para la producción nacional. Este 2017 el Festival ha llegado, con una notable solidez y una organización modélica, a su trigésimocuarta edición.

Más de tres décadas después, la Cinemateca sigue siendo el punto central del evento. Situada en un emplazamiento espectacular, colgada en vertical sobre la cañada que rodea la ciudad vieja y que acoge a una manada de caballos que sirve de emblema del Festival, sus cuatro salas son escenario de la mayor parte de proyecciones y el punto de encuentro de espectadores, profesionales y realizadores. Una manera de entroncar el Festival con el trabajo diario de la Cinemateca, la que acumula mayores fondos fílmicos de todo Oriente Medio y que cumple con una sistemática labor de restauración y digitalización de su patrimonio audiovisual.

Los once días de festival tuvieron arranque en el Sultan’s Pool, un antiguo estanque artificial construido por el rey Herodes transformado en inmenso jardín público al aire libre bajo las murallas de la ciudad, donde Michel Hazanavicius presentó ante cinco mil espectadores Le Redoutable, su relato pop de la historia de amor entre Jean-Luc Godard y Anne Wiazemsky con el turbulento rodaje de La Chinoise y los acontecimientos de mayo del 68 como fondo. “Una idea absolutamente estúpida”, según declaró Godard al enterarse del proyecto, y desde luego una cinta polémica para un foro como este, pues la película no esquiva las agrias declaraciones sobre los judíos y el estado de Israel que Godard hizo profusamente a finales de los sesenta. Mucho mejor acogida que en su estreno en Cannes, fue el pistoletazo de salida a un festival que, libre de las esclavitudes de la categoría A, centra su objetivo internacional en recopilar las mejores cintas del año y permitirles encontrar un pequeño escaparate ante las dificultades que gran parte de ellas encuentran con los cauces de distribución comercial habituales. El eje central es sin duda alguna su competición a concurso, poblada por nombres como Sofia Coppola, François Ozon, Stéphane Brizé o Lav Díaz y capitaneada por Hong Sangsoo, que se hizo con el máximo galardón del jurado gracias a On the Beach at Night Alone, vista en la Berlinale de este año.

La sección sirve de banderín de enganche para una miríada de proyecciones articulada en una docena de ciclos, panorámicas y retrospectivas. La más poblada fue Masters, muestra de películas de directores contemporáneos fundamentales en la que se proyectaron las nuevas cintas de Raymond Depardon, Abbas Kiarostami, Philippe Garrel, Xioaogang Feng o Laurent Cantet. Entre ellos, Amat Escalante, que presentó en ella La región salvaje como parte de la pequeña delegación española presente en el festival, completada con Mimosas de Oliver Laxe y Verano 1993, de Carla Simón. La primera, encuadrada en una sección que bajo el título Panorama ofrecía lo que el comité de selección consideraba cintas más inclasificables del año, y la segunda dentro de la sección dedicada a óperas primas en la que se proyectó también el premio FIPRESCI del festival: Tehran Taboo, una cinta de animación germano-austriaca dirigida por Ali Soozandeh sobre la situación de la mujer iraní estrenada en la Semana de la Crítica de Cannes.

Más allá de todos estos nombres, el Festival de Cine de Jerusalén sirve de principal escaparate para la producción israelí anual, una producción de particular pujanza pese a que sólo una parte mínima de ella consiga superar las fronteras locales: en pleno tránsito de transformación/desaparición de las salas de cine, Israel ha marcado en una fecha tan cercana como 2014 su récord de espectadores de producciones nacionales y el consumo de cine en salas sigue pujante pese a todas las mutaciones que está sufriendo la industria. Valga para confirmarlo el comprobar que el país presenta una docena de escuelas de cine, una larga y notable tradición cortometrajista, un porcentaje de realizadoras sorprendentemente elevado o la propia constatación de que en una ciudad como Jerusalén, con apenas ochocientos mil habitantes de los que la mitad, por motivos religiosos, no pisan nunca una sala, mantiene casi cien pantallas comerciales ―además de las cuatro de la Cinemateca― a pleno rendimiento. La producción es sorprendentemente variada y solo en raras ocasiones ―una de ellas la coproducción polaco-israelí Scaffolding, la cinta de Matan Yair que se alzó con el premio a mejor película israelí del Festival― busca esquivar el difícil entramado político que rodea la vida cotidiana, realizando una continua reflexión sobre unos problemas atávicos que tuvieron una cruda manifestación real cuando el segundo día del festival un atentado en la Explanada de las Mezquitas, espacio sagrado en pleno corazón de la ciudad vieja, acabó con la vida de cuatro personas. Como tal, no es sorprendente que muchas de estas narraciones cinematográficas adquieran la piel de documental, manera más directa de intentar atrapar una realidad en continuo conflicto, ni que el festival dedique al género una rica sección propia que da una amplia panorámica del continuo debate en el que vive inmersa la sociedad. Los temas tocados por algunas de estas producciones nos dan una idea de esta reflexión, realizada desde los planteamientos sociales y religiosos más diversos: los abusos a menores dentro de la comunidad ultraortodoxa (Conventional Sins, de Anat Yuta Zuria y Shira Clara Winther), las dificultades de una familia musulmana que quiere enterrar a su madre en la localidad en la que ha pasado toda su vida y que sólo cuenta con cementerio judío (In Her Footsteps, de Rana Abu Fraiha), la vida casi orgánica de un edificio histórico que, ocupado por el ejército tras el conflicto árabe-israelí de 1948, se transformó en sanatorio mental (Born in Deir Yasin, de Neta Shoshani), o incluso el regreso de Amos Gitai a su trilogía Hogar con su última película, West of Jordan River, en la que realiza una nueva radiografía de la convivencia dentro de los territorios ocupados. Como complemento, diferentes proyecciones especiales revisaban algunos de los grandes hitos que han documentado la propia evolución de la sociedad israelí, desde Pourquoi Israel de Claude Lanzmann ―que también presentó en el Festival su nueva película, Napalm, en la que pone en imágenes su viaje a Corea del Norte a finales de los cincuenta que ya narró en sus memorias La liebre de la Patagonia― hasta uno de los redescubrimientos propiciados por el Festival, Matzor (Siege en su título internacional), cinta post-Nouvelle Vague realizada en 1969 sobre las heridas de una mujer que queda viuda tras fallecer su marido en la Guerra de los Seis Días alejada de cualquier triunfalismo y que supuso una pieza clave de la historia del cine israelí, participación en el primer Cannes post-68 incluida.

Una panorámica social, por lo tanto, que se integra perfectamente en una ciudad que parece vivir en perpetua ebullición y que encontró su perfecta fusión en la abundancia de proyecciones callejeras que alejaban el festival de la rigidez de las salas y se mezclaban con la ajetreada vida nocturna de la población. Cintas de estreno e incluso de la impecable retrospectiva dedicada a Jean-Pierre Melville que eran disfrutadas por un público joven de todo tipo de culturas, lenguas, religiones y tradiciones mezclado sin ningún tipo de conflicto ante las pantallas levantadas en plazas y espacios públicos de la clemente noche de Jerusalén.

Festival Cines del Sur 2017

 El cine invisible siempre llama dos veces
Enrique Garcelán

Hace ahora un año, Granada quedó privada de una de sus muestras cinematográficas más emblemáticas. El Festival de Granada Cines del Sur dejaba en el aire su décima edición, tras la decisión de la Junta de Andalucía de “redefinir un festival que no contaba con la participación ciudadana“. Tras un año de incertidumbre, la ex-consejera de Cultura de la Junta Rosa Aguilar presentaba el 28 de Marzo de 2017 la que iba a convertirse en la X edición del Festival.

El domingo 4 de junio, el palacio de Carlos V en la Alhambra era testigo del renacimiento de Cines del Sur. La película iraní Being Born, dirigida por Mohsen Abdolvahab (del que se ha estrenado en España Gilaneh), sería la encargada de inaugurar el festival. Revestido de una estructura narrativa simple, Being Born reflexiona sobre el (sorprendente) deseo de maternidad de una mujer cuando menos posible parece por las condiciones que la rodean. El realismo y la humanidad que desprenden los personajes fueron merecedores del Gran Premio del Jurado en el Festival Internacional de Vesoul. La cinta, presentada en Granada por su director y productor, finalizó con una sonora ovación del público. Para la clausura, Cines del Sur se guardó una de las joyas de la programación, la ópera prima del actor Fernán Mirás El peso de la ley, una mirada a medio camino entre el cinismo, el thriller y el drama costumbrista al estamento judicial argentino, donde la realidad muchas veces supera a la ficción.

Una Sección Oficial que ha mantenido un equilibrio entre nuevos directores (el argentino Mirás, el venezolano Jorge Thielen Armand o la iraquí Soleen Yusef), y figuras más consagradas del panorama internacional (como la japonesa Miwa Nishikawa, el chino-coreano Zhang Lu, o el cineasta malayo Teong Hin Saw), al tiempo que mostraba una preferencia por los títulos asiáticos (la mitad de la programación procedía de Corea del Sur, Japón, Taiwán, Malasia, e India). Un dominio que se traduciría en el palmarés, copado por tres filmes procedentes de Asia en los principales galardones.

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La Alhambra de Oro a la Mejor Película recaería sobre la película taiwanesa The Last Painting, dirigida por Chen Hung-i (director que estuvo presente también en Granada, y que previamente había competido en el Festival de Cine de Rotterdam). La película, que puede compararse a las primeras producciones del coreano Kim Ki-duk, es una peripecia criminal en la que nada es lo que parece, y cuyo punto de partida es el descubrimiento de un terrible asesinato en el apartamento de un pintor coincidiendo con el día de las elecciones presidenciales en Taiwán. Un premio que contó con la unanimidad de un jurado heterogéneo que valoró las referencias pictóricas, políticas y de lenguaje, manejadas con soltura y originalidad por el director, licenciado en Filosofía.

La Alhambra de Plata (concedida al Mejor Largometraje Árabe), fue a parar al documental libanés A Maid for Each, dirigido por Maher Abi Samra. El film, de apenas sesenta minutos de duración, ofrece un retrato de la situación en la que se encuentran las trabajadoras domésticas en el Líbano, siguiendo la actividad de una de las agencias de contratación que opera en el mercado. Uno sale de la sala convencido de que algo que intuía es cierto: la esclavitud sigue vigente en nuestra sociedad en pleno siglo XXI.

Para Corea del Sur iría a parar el Premio Especial del Jurado o Alhambra de Bronce, en concreto para el realizador chino-coreano Zhang Lu, y su maravillosa A Quiet Dream. Zhang Lu sabe como nadie contarnos la historia de tres perdedores (tres parias del sistema: un desertor norcoreano, un enamoradizo epiléptico y un exgánster de buen corazón). A través de las conversaciones y situaciones que les suceden a los protagonistas y con un humor casi rozando lo absurdo y surrealista, A Quiet Dream hace una radiografía de los males que asolan a la sociedad coreana.

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Los asistentes a alguno de los dos pases de Lipstick Under my Burkha en la sala García Lorca (dos sesiones en los que se colgó el cartel de ‘no hay entradas’) imaginamos que la película no se marcharía de Granada sin algún premio. El segundo pase, en concreto, finalizó con el público puesto en pie, aplaudiendo a la directora india Alankrita Shrivastava. Una ovación que duró más de dos minutos. El mismo aplauso que se escuchó en la rueda de prensa del palmarés, al anunciar el Premio del Público. Lipstick Under my Burkha es una película valiente, necesaria, y de enorme calado popular. En India se estrena este mes de julio, después de haber pasado por el Comité Censor, que veía en las historias de cuatro mujeres, con edades comprendidas entre los dieciocho y los 55 años, un film “que hablaba demasiado de la mujer”. La película muestra un microcosmos femenino, en la ciudad de Bhopal, en el que se ofrece una sutil al tiempo que clarísima denuncia de la situación de postergación en que viven hoy las mujeres en uno de los países más poblados del mundo.

De la Sección Oficial, destacar también el retrato que la japonesa Miwa Nishikawa (antigua alumna de Hirokazu Kore-eda), hace del duelo y de la redención en The Long Excuse, mostrando una gran habilidad a la hora de acercarnos el día a día familiar que tan bien saben plasmar los realizadores nipones. Un costumbrismo del que también hace gala You Mean the World to Me, del malayo Teong Hin Saw, en una cinta en la que un director que regresa a su ciudad natal deberá afrontar un pasado que le persigue desde niño.

Pero el Festival de Granada no está sólo contenido en la Sección Oficial. Este año se han podido ver más de sesenta producciones divididas entre la Sección Itinerarios (proyecciones al aire libre que contaron con una asistencia de más de quinientas personas por pase), Docs & Music, Transcine, Centroamérica siglo XXI, Aula Sur, o la recién estrenada Andaluces y el Sur. Imposible quedarse con una sola imagen del conjunto, pero si tuviéramos que decantarnos por tres, estas serían: disfrutar de la Alhambra iluminada en una noche de luna llena mientras vemos el documental Sonita en el Palacio de los Córdova (Sección Docs & Music), la proyección del documental dirigido por el panameño Héctor Herrera One dollar, el precio de una vida en una sala que protagonizó uno de los cinefórums más animados del Festival (Centroamérica siglo XXI), o la multitudinaria sesión al aire libre en la plaza de las Pasiegas, frente a la catedral granadina, de la película de Bollywood Dil Dhadakne Do, en la que poco faltó para que el público se levantara a bailar con los protagonistas de la película (Sección Itinerarios).

El Festival de Granada Cines del Sur 2017 ha sabido reformularse sin perder de vista su esencia, devolviendo a Granada su papel como eje multicultural. Durante nueve días de proyecciones, mesas redondas, encuentros con directores, cinefórums, Granada ha vuelto a dar luz a un cine ausente en nuestras pantallas comerciales. Sí, parece que el cine invisible que se proyecta en Granada, como el cartero de la película de Bob Rafelson, siempre llama dos veces. Esperamos que no se canse de llamar a nuestra puerta.

Enrique Garcelán (CineAsia)

27º Festival de Cine Español de Nantes

Jesús Angulo

 La nueva edición del Festival de Cine Español de Nantes tuvo como gran protagonista al cine negro español. La edición se inauguró con Cien años de perdón, de Daniel Calparsoro. Las dos películas que –de manera muy diferente– podrían incluirse en el género, formaron parte del palmarés: El hombre de las mil caras, de Alberto Rodríguez, obtuvo el Premio Julio Verne al mejor film, mientras Que Dios nos perdone, de Rodrigo Sorogoyen, recibió una Mención Especial del Jurado, presidido en esta ocasión por la escritora Lydie Salvayre, hija de exiliados republicanos españoles y premio Goncourt 2014 por su novela No llorar. Tarde para la ira, de Raúl Arévalo, optaba al premio a la Mejor Opera Prima, que finalmente fue a parar a El rey tuerto, de Marc Crehuet. Vientos de La Habana, de Félix Viscarret, se exhibió fuera de competición.

Paralelamente se programó un pequeño ciclo de cine negro español, que arrancaba con El cebo (Ladislao Vajda, 1958) y llegaba hasta la cosecha de 2016, pasando por Enrique Urbizu (La caja 507, 2002, y No habrá paz para los malvados, 2011), La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014) o la serie Crematorio (Jorge Sánchez-Cabezudo, 2011). El propio Urbizu protagonizó uno de los mejores momentos del festival con el encuentro en el que habló sobre el cine negro que le interesa, que no es otro que el que “habla del funcionamiento oculto del sistema… del camino del dinero” y que para él “ha de ser conciso, exacto, narrativamente muy preciso, en el que las piezas deben encajar”. Tras identificarse especialmente con “la austeridad y la abstracción de Jean Pierre Melville”, afirmó que la industria española se ha apuntado al auge actual del género, lo que puede llevar a “repetir modelos de éxito”, con lo que “la mayoría de esos thrillers han abandonado mayores ambiciones que la ambientación. No hablan ni de estructuras, ni de sistemas, ni del mundo en el que se desarrollan las películas”, en lo que calificó de “vaciado del género”. El que puede ser considerado como el renovador del género en España a partir de los noventa, y uno de los realizadores españoles que mejor explica su cine, defendió el thriller como cine social, afirmó que “Hay que contextualizar a los personajes”, porque “estos no viven flotando en la nada” y reivindicó “la responsabilidad política del cineasta”.

La sección La ventana vasca, nacida del decidido apoyo de las instituciones vascas al festival (mientras las ayudas del ICAA continúan siendo testimoniales) se centró en esta edición en un ciclo sobre Gernika, ochenta años después del bombardeo de la ciudad por la aviación alemana, con películas de Nemesio Sobrevila o Alain Resnais y que concluyó con la fallida Gernika (2016), de Koldo Serra.

La figura homenajeada este año fue Emma Suárez (un año tras otro no deja de sorprender la popularidad de actores y realizadores españoles en la ciudad) de la que se exhibieron, entre otras, las películas que le supusieron sendos Goyas en la última edición: Julieta, de Almodóvar, y La próxima piel, de Isaki Lacuesta e Isa Campo.

Jo Sol recibió el premio del Jurado Joven por Vivir y otras ficciones; Paco León, su tercer premio en el festival, el del Público, por Kiki, el amor se hace; El fin de ETA, de Justin Webster se hizo con el de Mejor Documental; y la inevitable Timecode, de Juanjo Giménez, con el de Mejor Cortometraje.

Unos meses antes, la directora del festival Pilar Martínez-Vasseur fue reconocida con la Legión de Honor francesa por sus méritos académicos, entre los que figuran sin duda la creación y mantenimiento del festival desde hace veintisiete años.

17º Festival Internacional de cine de Las Palmas

Monumental radiografía de lo humano.
Jonay Armas.

¿Cuál es el punto de vista de una película como Still Life (Maud Alpi)? En ella, un perro mira con estupor a los humanos que trabajan en el interior de un matadero y sus ojos parecen preguntarse cómo es posible. A veces el animal desaparece del plano y entonces los hombres comparten sus miedos, temerosos de sí mismos. La película, presa de una cierta hipnosis del horror, termina planteando un nuevo comienzo: el perro se marcha y, junto a la hembra, recorren las ruinas de la civilización como si fueran una nueva Eva y un nuevo Adán, un renacer donde se propone que quizás la humanidad haya llegado a un punto sin retorno.

En cierto sentido, la mirada desconcertada de Boston, el perro que protagoniza Still Life, no está lejos de la mirada de Wang Bing ante su propio país en Bitter Money (que obtuvo el premio Lady Harimaguada de Oro). La cámara del realizador descubre cómo el capitalismo salvaje ha convertido a las grandes ciudades del Este de China en un universo deshumanizado, donde subsistir es el verbo cotidiano y las relaciones personales ya no valen nada. Los rostros que filma Wang Bing son los de emigrantes de otras zonas que acudieron al lugar con el sueño de la prosperidad bajo el brazo, como le ocurre a la protagonista de Katie Says Goodbye (Wayne Roberts), que sueña con escapar de su pueblo a toda costa, pero los sueños ya no parecen posibles. En el caso de Félicité (Alain Gomis), a una primera hora de película en la que la protagonista (Véronique Tshanda Beya, Mejor Actriz del certamen) intenta conseguir dinero para operar a su hijo, le sigue una segunda hora en la que el tiempo parece haberse detenido y ya nada importa. Es imposible retornar al estado originario y el fracaso lo ha engullido todo. Lav Diaz condensa esa segunda hora del filme de Alain Gomis en un solo plano, el que cierra The Woman Who Left: Charo Santos-Concio (mención especial del jurado por su interpretación) da vueltas en círculo sobre una pila de carteles que reclaman recuperar el pasado que le robó una condena criminal que nunca cometió.

Pero el pasado no puede volver y ni siquiera quedan imágenes para contarlo, como parece revelar Albertina Carri en su documental Cuatreros, que utiliza material extraviado, imágenes perdidas que terminan poniendo en duda los motivos mismos que han impulsado a la cineasta a construir su película. Solo queda el caos del territorio salvaje, el mismo que dibuja Iván Gaona en Pariente sobre la Colombia de finales de los años noventa. Es imposible construir una nueva realidad y los problemas del presente ya solo sirven para dar color a la ficción, como ese refugiado sirio que Kaurismäki adopta como protagonista en El otro lado de la esperanza, un rostro más del hombre sin identidad sobre el que se han construido siempre las ficciones del cineasta finlandés.

El sueño de un proyecto que transformara el territorio salvaje en otra cosa terminó hace tiempo: esa es la historia de The Vanished Dream, el documental de Juan S. Betancor que obtuvo el Premio Richard Leacock al Mejor Largometraje en la sección Canarias Cinema, sobre el fracaso de un proyecto europeo para mejorar las condiciones de algunas regiones africanas. Ante la imposibilidad de cambio, solo queda la mirada desconcertada de aquel perro que Maud Alpi filmaba con tanta fascinación. Puede que la mirada del animal no esté demasiado lejos de la de David Pantaleón como cineasta, que ganó con El becerro pintado el premio en la Sección Internacional de Cortometrajes. Un autor cuya puesta en escena provoca ese mismo desconcierto para poder mirar el mundo desde un lugar nuevo, también con un animal como hilo conductor, y penetrar así en los modos en que el hombre ha construido sus iconos, su proceso identitario y sus formas de relación con todo lo que aún le es ajeno.

Tal vez la única manera que queda de enfrentarse al mundo sea la de regresar al vientre materno, o a las entrañas de la tierra como en Montañas ardientes que vomitan fuego, la pieza de Helena Girón y Samuel M. Delgado que obtuvo el Premio Richard Leacock al Mejor Cortometraje en la sección Canarias Cinema. Pero otras películas han dejado patente que volver al pasado no es posible. Incluso en Knife in the Clear Water (Wang Xuebo), el anciano campesino protagonista duda sobre si sacrificar a un animal, intuye que en ese gesto se esconde una suerte de pecado original, como si prefigurase de algún modo los dramas imposibles de resolver que plantearán, en otras partes del mundo, los relatos que han poblado esta Sección Oficial de largometrajes.

Hay en esta película una esencialidad que remite, de algún modo, a todo lo perdido por el camino: el anciano cuelga un cuenco con agua de su techo para poder ducharse. Destapa un agujero de la base del cuenco y comienza a caer un hilo de agua que sirve como ducha primitiva, de modo que el acto de lavarse tiene una duración concreta en el tiempo, conservando su condición de ritual. Bastaría comparar esa secuencia con las pantallas de móvil que pueblan Personal Shopper (Olivier Assayas), que pudo verse en la Sección Panorama, para contempar la trascendental diferencia entre el modo de entender el tiempo en Occidente y en otras partes del mundo cuyo modo de vida parece ir desapareciendo tan rápidamente como Kristen Stewart tecleaba en el chat de su smartphone. El anciano teme lo que está por llegar, el final de una forma de vida, y no sabe qué hacer, paralizado por la duda. De algún modo, aquella encrucijada vital tiene su reflejo en el personaje que cierra el relato de Kékszakállú (de Gastón Solnicki, que se alzó con la Lady Harimaguada de Plata), una obra que empieza con la ópera El castillo de Barbazul como inspiración y termina mirando hacia horizontes más amplios que aún no tienen nombre. En aquella ópera, Judith tenía que abrir siete puertas misteriosas del castillo, una por una. En el film de Solnicki, la joven se viste de gala pero no consigue escapar de las habitaciones de la casa, como si su opulento modo de vida le hubiese apresado de alguna manera. La chica está a punto de cambiar, de decidir quién quiere ser, pero ese momento en el que se siente prisionera anuncia, también, que no se va a tratar de un camino fácil. Y esa encrucijada simboliza todos los desafíos que le quedan aún por enfrentar al propio cine, testigo todavía de las incertidumbres del momento presente, sin ponerle nombre aún al futuro pero capaz de mostrar una monumental radiografía de lo humano. La programación del certamen de Las Palmas lo hizo posible.

Festival de Málaga 2017 S.O: día 9

Enric Albero

SEÑOR, DAME PACIENCIA (Álvaro Díaz Lorenzo) – Fuera de concurso

Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez-Lázaro, 2014) abrió la caja de Pandora del humor sobre las diferencias regionales y su éxito se ha convertido en una fórmula que lleva camino de batir el record de aniquilación creativa que, de momento, sigue ostentando la Termomix. El funcionamiento, en todo caso, es el mismo. El problema es que hacer una tarta de tres chocolates o una porra antequerana no es lo mismo que hacer una película. Sea como fuere, a los productores del cine mainstream de este país les vale ese recetario y creen que basta con mezclar una serie de ingredientes para que surja la magia. Por el túrmix de Señor, dame paciencia pasan la imaginería de un panfleto robado de la tourist info de Sanlúcar de Barrameda, la última sinfonía de un compositor de bandas sonoras para ascensores, un humor fino como la punta de un martillo neumático, una factura visual que va de la sitcom más trasnochada al anuncio veraniego de Estrella Damm y un casting que hubiera hecho las delicias de la Súper Pop (que me perdonen Megan Montaner, Silvia Alonso y Andrés Velencoso, pero aquí parece importar más su físico que sus personajes – que me perdone también David Guapo por no incluirlo en el listado anterior). Con la excusa de honrar la muerte de la madre (Rossy De Palma) de una familia dividida por culpa de un progenitor facha incapaz de superar las diferencias con sus hijos (Jordi Sánchez haciendo una cover de su Antonio Recio de La que se avecina), Álvaro Díaz Lorenzo tira de tópicos (Madrid vs. Barça, vascos, catalanes, negros, perroflautas,…) para buscar el penúltimo éxito de lo que, a estas alturas, ya podemos denominar la nueva españolada. Pedro Lazaga y Mariano Ozores eran, en el fondo, unos visionarios.

MANIAC TALES (Rodrigo Sancho, Denise Castro, Abdelatif Hwidar, Enrique García, Kike Mesa) – Fuera de concurso

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Esta película coral es una rareza dentro del cine español actual. A una historia matriz -un inmigrante ilegal se topa con un trabajo de conserje en un edificio neoyorquino- se le añaden varios episodios que explotan las diferentes variantes del cine de terror. Esa composición que recuerda, por ejemplo, a Bolsa de cadáveres (John Carpenter & Tobe Hooper, 1993) o Creepshow (George A. Romero, 1982) permite abordar el género desde distintas perspectivas y formatos, aunque ello suponga pagar el peaje del desequilibrio. Zombis, animación, venganzas, thriller psicológico… todo cabe en este cajón de sastre por momentos demasiado televisivo y un tanto efectista (véanse los tics visuales de Skull of Desire) que, no obstante, se interna por un sendero apenas pisado por una producción nacional reacia a jugársela con según que géneros. La valentía y el arrojo -por algo está rodada en inglés- no hay quien se lo quite.

Festival de Málaga 2017 S.P: día 9

Enric Albero

DOCUMENTAL

LA BALADA DE OPPENHEIMER PARK (Juan Manuel Sepúlveda)

El Oppenheimer Park de Vancouver es un contenedor de escombros humanos. Allí viven, es un decir, los descendientes de los nativos americanos (esos que para nosotros siempre fueron los indios). Aunque Sepúlveda rueda en un espacio abierto, su película es claustrofóbica: la colocación de la cámara aplasta los encuadres, apenas vemos el cielo, y esos zombies alcoholizados que deambulan por el parque sobreviven en un ambiente irrespirable.
Es este un western documental que repasa determinadas características del viejo género en clave forense, advirtiéndonos de que algunos de los elementos que lo hacían posible se nos mueren. El espacio abierto como cárcel pone fin al mito de la reserva india situada en un entorno bucólico; el agua de fuego conduce a guerreros y squaws a la autodestrucción; las pipas ya no son de madera sino de cristal y se fuman para desaparecer del mundo y no para firmar la paz; los viejos ritos son ahora representaciones decadentes y el ejército yanqui (esos dos policías que aparecen brevemente) ya no necesita tener controlados a los verdaderos propietarios de América del Norte porque la bebida, las drogas y la reclusión bastan para garantizar su aniquilación. Triste y descarnada, la película del realizador mexicano es un brillante ejercicio de estilo que no impide que la realidad se imponga a su mirada -y no al revés- cuya última imagen, tal vez depositaria de una esperanza mínima, no es un plano general en el que el cowboy camina hacia un horizonte infinito sino el close-up del rostro de alguien destrozado que huye a la desesperada sin saber si podrá escapar de sí mismo. Brutal.

CRIMEN DE LAS SALINAS (Lucas Distefano)

Crimen de las salinas - Lucas Distefano

Lucas Distefano reconstruye un homicidio que recuerda, con ligeras variaciones, al que inventó James M. Cain en El cartero siempre llama dos veces, con una gran diferencia: este fue real. Una mujer de 33 años se casa con un hombre de 77 y, tres años después, con la ayuda de su hermano, lo asesina. Pero el trabajo de Distefano no se limita solo a repasar los hechos, hay una mirada más profunda a la comunidad en la que se inscribe el luctuoso episodio. Se da pábulo a los rumores que circulan y que hurgan en las causas de lo ocurrido, se da voz a abogados, jurados y vecinos y, lo más importante, al hermano implicado en el asesinato (la autora no quiso participar en el filme). El formato de entrevistas se antoja un tanto rígido -y va encaminado a buscar las respuestas que interesan- y los sucesos se perciben con mayor naturalidad cuando la cámara observa (las conversaciones de peluquería) en lugar de interrogar.