¿Podría ser El año del descubrimiento, el celebrado segundo largometraje de Luis López Carrasco, una especie de continuación de El desencanto, la película que dio a conocer a Jaime Chávarri en 1976? En apariencia, nada más lejano entre sí que estas dos propuestas, sobre todo desde el momento en que los refinadísimos personajes de la primera, nada menos que la esposa y los hijos del poeta franquista Leopoldo Panero, se transmutan ahora en un grupo heterogéneo de obreros y sindicalistas que intentan evocar el incendio del parlamento murciano en 1992, el mismo año de la Expo y las Olimpíadas. Pero, a la vez, no hay duda de que el derrumbe de las ilusiones que sucedió a la muerte del dictador tiene mucho que ver con el dudoso rastro que dejó tras de sí el paso por el poder del PSOE, algo así como el final de una cierta noción idealizada de la izquierda española del siglo XX, una idea que el propio López Carrasco ya exploró en El futuro, su ópera prima en solitario.

Sea como fuere, El año del descubrimiento pone al día el documental cinematográfico español de la misma manera en que lo hicieron El desencanto y otras películas similares de la Transición, de La vieja memoria, de Jaime Camino, a Queridísimos verdugos, de Martín Patino. Y añade aún más cosas: un fascinante juego temporal, según el cual quienes hablan parecen fantasmas que no pertenecen ni al pasado ni al presente; una pantalla dividida que pone en cuestión la puesta en escena y sus rudimentos básicos; un universo narrativo, el bar, que se erige en espacio titubeante que atraviesa el tiempo y la memoria… A lo largo de sus tres horas y veinte minutos de duración, la película de López Carrasco sufre algún que otro titubeo, sobre todo cuando, inevitablemente, asoma un cierto costumbrismo que rompe con la apasionante ambigüedad de un relato siempre misterioso. Pero no hay duda de que esos rostros que vienen del pasado para hablarnos en el presente adquirirán, en el imaginario cinematográfico español, el mismo estatus de iconos que a día de hoy siguen luciendo los espectros de Chávarri o Patino.