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Dentro del jovencísimo cine francés Eat the Night era una película esperada. La pareja de cineastas  directores había triunfado en el mundo del corto, con un Oso de Oro en Berlín y la película pretendía mostrar la capacidad de cierta industria francesa en el mundo de la animación 3D. Todo esto hizo que Eat the Night fuera publicitada como el Ready Player One del cine francés, donde la ficción entraba en el territorio del videojuego y la imagen real se fundía con la imagen infográfica. El resultado es bastante más tímido de lo que se auguraba. Eat the Night funciona en su primera parte como un thriller y una historia de amor gay. El thriller tiene como protagonistas a dos dealers que trafican en el mundo de la droga y la lucha entre dos bandas rivales. La historia de amor se desarrolla entre un joven dealer y otro que conoce por casualidad y que altera su vida. Todos estos elementos están mezclados con la historia de la hermana de la protagonista adicta a un videojuego llamado Dark Night, que debe desaparecer del ciberespacio coincidiendo con el solsticio de invierno. Los avatares del videojuego acaban reflejando una parte de una historia que juega con la mezcla de géneros y de imágenes, con un resultado bastante opaco.

Àngel Quintana

Eat the Night se inicia como un videojuego: con la barra de carga alimentándose hasta completarse. El que es el segundo largometraje de Caroline Poggi y Jonathan Vinel (después de Jessica Forever) parte precisamente de la hibridación entre el lenguaje del videojuego y el cinematográfico para narrar una historia de amor que relaciona a tres personajes: Pablo y su hermana adolescente Apolline, que han crecido jugando juntos al Darknoon, un videojuego online de fantasía a punto de desaparecer, y Night, un hombre que conoce Pablo una noche de trapicheo, y con el que comienza una intensa relación. Y resulta sugerente el modo a través del cual la película propone un juego de contaminación en dos direcciones entre lo que ocurre en el videojuego (allí donde Apolline se evade de todo) y la realidad fuera del juego (en la que los trapicheos de droga de Pablo desencadenan una violencia que encuentra sus paralelismos con la que también se genera en el videojuego).

Estructurada en capítulos como las distintas fases del videojuego, Eat the Night no termina sin embargo de establecer un juego realmente poderoso entre los dos lenguajes audiovisuales con los que juega y acaba por perderse en los vericuetos de una trama que parece no saber bien como cerrar.

Jara Yáñez