La historia viene de lejos y ya la filmaron Federico Fellini o Woody Allen: el cineasta en crisis, el nuevo proyecto un tanto dudoso e indefinido, la situación límite que pone en marcha la trama. Hasta aquí, todo bien. Hasta aquí, esta última película de Nadav Lapid podría haber sido el típico film de recuento, consistente en echar la vista atrás y exponer abiertamente una encrucijada vital o creativa, o ambas a la vez. Sin embargo, estamos ante algo muy distinto, pues aquí no hay nostalgia ni poesía que valgan. Aquí solo hay un tipo en tensión permanente, como el exiliado de Sinónimos, la película anterior de Lapid. Pero también alguien que tiene que vomitar algo, que se ve en la obligación de extraer de sí un tumor o abrir una herida, que tiene que sangrar para sobrevivir. Pues ese alguien está en conflicto con su país, Israel, y consigo mismo, desde el momento en que no se ve capaz de plasmar en una pantalla todo lo que su entorno le provoca. ¿Qué hacer, entonces?

Si Ahed’s Knee es una película sorprendente, que supongo que nadie esperaba ni siquiera de un cineasta tan brutal e inclemente como Lapid, es porque muestra el proceso de hacer el film que querría ser, o que el propio Lapid querría haber hecho. No hay nada terminado, nada susceptible de que se lo dé por cerrado y, por lo tanto, de que se le deje en paz. La inestabilidad es constante, la cámara se lanza a los más grotescos ballets sin orden ni concierto, y eso sienta mal, y a veces es feo y chocante, pero era lo único que Lapid podía hacer: una película que podría ser muchas cosas y no es nada, pero que en esa nada cifra su grandeza, un atrevimiento estético que va incluso contra muchas de las reglas no escritas de la cinefilia, desde el discurso que se deja tan en evidencia que resulta insoportable hasta un cierto hermetismo que nunca se desvela, quizá porque ya no puede hacerlo y ni siquiera le importa. Ahed’s Knee podría ser una historia de tensión sexual nunca resuelta, la del director de cine con la responsable de la biblioteca que le invita a proyectar uno de sus films. Podría ser también un panfleto contra Israel, por las razones que todos esperamos y más, pues a veces ese país también se presenta como metáfora del mundo contemporáneo. Y podría ser una nueva versión de la buñueliana Simón del desierto, donde un demonio y su presa luchan denodadamente en una gran extensión de arena y roca (pocas veces un paisaje ha sido mejor utilizado en cine) y en un combate en el que no habrá ni vencedor ni vencido. Puede que esta sea una película fallida, un intento frustrado,  o que desde el principio no pretenda otra cosa que su propio fracaso. Da lo mismo. Me quedo con ese cine antes que con cualquier otro más perfecto o productivo, por sutil y primoroso que sea. Sobre todo porque el primero que sucumbe en él es su propio autor.