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Si hay algo que parece atravesar gran parte de los títulos que este año conforman la sección de ‘Las Nuevas Olas’ en su subapartado de ‘No ficción’ es la imposibilidad de definición absoluta dentro del género documental, con filmes que parten de historias verdaderas pero cuyas estrategias de narración se acercan a las de la ficción. En este territorio movedizo se encuentra Christina, de Nikola Spasic, Premio a la Mejor Ópera Prima en el pasado FIDMarseille. El título lo da su personaje principal, una trabajadora sexual trans, a quien la cámara va a seguir en su día a día en Serbia, recreando a través de secuencias guionizadas la vida de Kristina (interpretada por ella misma) en sus ámbitos personal y profesional.

La lente de Spasic encuadra a Kristina en composiciones cercanas a lo pictórico que evocan en nuestra mente una tradición artística occidental (imposible no pensar en el Almuerzo sobre la hierba de Manet en la secuencia del picnic) y que otorgan a la imagen un sentido de lo estático y contemplativo. Pero, sobre todo, aluden a un imaginario propio del arte religioso como los símbolos medievales e iconos bizantinos. Estas decisiones formales que toma el director responden de manera coherente al retrato que este hace de Kristina: el de una mujer con profundas creencias religiosas. Una fe vista por la sociedad como una contradicción, imposible de ser conciliada con su oficio. Christina es un relato basado en hechos reales pero pasado por el filtro de la ficción. Sin embargo, esto no le resta honestidad. Por el contrario, la honestidad de las imágenes atraviesa la totalidad del film, intensificándose en aquellos momentos donde Kristina habla a la cámara casi como si estuviera en un espacio privado de confesión. Y este es quizás el mayor logro de Spasic: acercarse a la ficción sin que ello implique un abandono de la verdad.