Pequeño artefacto de voluntaria naturaleza endogámica y metacinematográfica, la nueva película de Christophe Honoré se presenta como un explícito homenaje a Marcello Mastroianni protagonizado por su hija, Chiara Mastroianni, y por quien fuera una de sus esposas y madre de la anterior, Catherine Deneuve, que se interpretan a sí mismas en cuanto tales, igual que lo hacen también Fabrice Luchini, Nicole García y Stefania Sandrelli, más Melvil Poupaud y Benjamin Biolay (expareja y exmarido, respectivamente, de Chiara en la vida real), todos ellos reunidos en torno a la ocurrencia de esta última al vestirse, comportarse y pedir que la llamen ‘Marcello’ cuando su propia identidad entra en crisis al plantearse si en ella hay más de Mastroianni que de Deneuve, o al revés. Reunión de familia en torno a un fantasma onmipresente, querido y admirado por todos, Marcello mio parece querer rememorar un cine pretérito –sin duda importante para todos los que intervienen– a través de la figura de Mastroianni, a quien Chiara interpreta asumiendo, alternativamente, los roles de varios de los más famosos personajes del actor italiano, de La dolce vita a Ginger y Fred. La idea es tan prometedora como sugerente, pero su desarrollo se ve lastrado de manera desafortunada por la realización desangelada, feísta, caprichosa y arbitraria de un Christophe Honoré que parece no saber qué hacer con su ocurrencia inicial, ni hacia dónde llevarla exactamente. Una puesta en escena muy plana, una planificación sin estilo y sin tensión, y un desarrollo narrativo muy heterogéneo convierten la función es un desastre formal que arruina los breves e intermitentes momentos líricos que consiguen abrirse paso de manera fugaz en aisladas ocasiones. Una verdadera pena.
Carlos F. Heredero
El punto de partida es sugerente y tiene cierto encanto. Chiara Mastroiani se encuentra atrapada por el fantasma de su propio padre, Marcello Mastroiani, y decide pasar a ser la reencarnación fantasmagórica de su propio padre. La actriz se se convierte en el Marcello de Ocho y medio de Fellini ante el estupor de los miembros reales de su propia familia, entre ellos su madre Catherine Deneuve, su actual compañero, el cantante Benjamin Biolay o su excompañero, el actor Melvin Poupaud. También deambula por París, donde, como en Noches blancas de Visconti, se cruza con alguien desconocido, en este caso un soldado inglés. O genera la admiración del actor Fabrice Luchini, que había soñado llegar a ser algún día amigo de Marcello. En su proceso de reencarnación Chiara asume el rol de diferentes Marcellos entre los que está el viejo actor de Ginger y Fred que acude a un reality show televisivo italiano, que en esta ocasión se cruzará con Stefania Sandrelli, o el periodista de La dolce vita que en la playa cercana a Roma se cruzó con una niña que ahora se ha convertido en una mujer mayor. En su fantasmagoría Chiara/Marcello viajará hasta su infancia, recuperará espacios visitados con su padre y buscará en el actor que fue icono de todo el cine de autor, la forma de poder llegar a ser ella misma. Christophe Honoré parte de una idea excelente, Chiaria Mastroiani está impecable transfigurándose en Marcello y la película posee un cierto encanto. No obstante, Honoré parece no acabar de controlar todas las piezas que pone en juego y su apuesta está llena de altibajos, de caídas al vacío para conseguir algunas pequeñas epifanías que nos llevan a rememorar la nostalgia perdida por un cine que fue y que hoy se ha transformado en una fantasmagoría.
Àngel Quintana