A pesar de que todo gira en torno a una hacienda a punto de desaparecer por los problemas económicos y medioambientales del presente, Dos estaciones no habla de economía, ni de la crisis de la agricultura o del calentamiento global, sino de las personas. El documentalista Juan Pablo González se ha lanzado a contar el relato de la heredera de una fábrica, María, a punto de ser engullida por el poder de las grandes corporaciones, una Teresa Sánchez cuya imponente creación del personaje da sentido a la película y en cuyas miradas puede escribirse su historia.
La vocación narrativa del proyecto no ha impedido que la mirada del autor, cercana a la visión del documental, se filtre con hermosos resultados en la manera de contar las cosas. Basta con descubrir la temprana escena del cumpleaños: el diálogo entre las dos intérpretes es interrumpido por el bullicio de los niños en fuera de campo, entusiasmados con sus juegos. La ficción casi tiene que pedir permiso para continuar, y cuando lo hace también se detiene a descubrir qué causa esos acontecimientos argumentales en las personas que lo viven. La película se convierte en un hermoso desfile de travellings que persiguen a María a través de la fábrica, en imágenes que la confrontan al desafío de mantenerla a flote, de salvar lo que aún queda en pie del negocio familiar. Casi no hay tiempo para las personas y la película denuncia esa incompatibilidad contemporánea de lo humano en el entorno laboral, ese sistema económico salvaje que lo ha devorado todo.
Y en esas tensiones, formales y humanas, visuales y políticas, se juega un hermoso ejercicio de estilo que ha fraguado la identidad inusual e inesperada de una película sugerente. La belleza de sus hallazgos no termina en la manera de filmar, sino que atraviesa también su estructura: la sombra de la tradición aparece a través del gesto de filmar los campos, mientras que un solo plano conecta a dos personajes en apariencia distantes a la manera del cine más contemporáneo. Como en la vida, en el cine de Juan Pablo González también hay cabida para el choque continuo entre ambos mundos, uno en desaparición, el otro también en crisis. María toca la bocina de su coche sin descanso, pero nada cambia allá fuera, ninguno de esos mundos la escucha. Ambos discurren en silencio mientras todos miran hacia otra parte.
Jonay Armas