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Thunder se inicia con unas inquietantes fotos en blanco y negro de mujeres de entornos rurales a principios del siglo XX. Bastante al comienzo de la cinta, Carmen Jaquier coloca unos evocadores primeros planos de su protagonista: una joven que, en el verano de 1900, debe regresar de un convento a la Suiza rural para ayudar a su familia tras la muerte de su hermana. Son esos cortos planos, en duración y distancia, los más interesantes de todo el film. Los mismos corresponden a la primera vez que la joven observa las miradas de algunos chicos del pueblo. Con ellos, posteriormente, siguiendo los pasos de su hermana muerta, iniciará unas relaciones físicas en grupo castigadas hasta el maltrato una vez descubiertas por su familia y por todo el pueblo.

En pocos segundos y sin palabras Jaquier consigue con los mencionados primeros planos poner en escena la culpa y el miedo de la casi adolescente. A partir de ahí el film sigue el proceso de evolución hacia la libertad del personaje, pero vaciándose de verdad alguna. La narración sobre el deseo femenino se vuelve absurda por tosca, posada y banal. Su brocha gorda (por su infernal uso de la música, sus a veces extrañamente coreografiados movimientos de actores, sus manidas y previsibles metáforas visuales…) no desaparece en una cinta de necesario mensaje feminista totalmente nublado, sin embargo, por una falta de poética a la hora de ponerle imagen al deseo. La ópera prima de Jaquier habla de una cineasta con un potente sentido estético del primerísimo primer plano que pierde su obra, de interesante potencial temático, por no traer pulsión sexual o emoción real a la pantalla.

Raquel Loredo

A través de una hermosa dirección de fotografía, en donde cualquier pequeño gesto pueda ser motivo de asombro, Carmen Jaquier ha querido presentar el despertar de su protagonista adolescente a la vida adulta. No es un entorno cualquiera: un pueblo suizo en los albores del siglo XX, dominado por las doctrinas de un sentimiento religioso más preocupado por el castigo que por darle sentido a las cosas. Jaquier despliega este entorno asfixiante para poder explorar temáticas como el pecado, la identidad sexual y los ritos de iniciación, al tiempo que descubre cómo el papel de la mujer en estos contextos extremos está tan en peligro como en el presente. Y esa es la gran belleza del relato. A pesar de encontrarse en un entorno rural más de un siglo atrás, la película siempre intenta hablar en presente, lo que transforma su espíritu onírico en una metáfora perversa de una sociedad contemporánea especialista en enmascarar las infamias con las que convive.

Jaquier propone estas ideas a través del preciosismo de las imágenes y de motivos visuales que intentan rimar con la idea de un despertar a la vida. La insistencia por esta fórmula sitúa la película en un terreno indeterminado, se estanca por momentos en su ensimismamiento, la banda sonora rellena los huecos que dejan escenas que se pierden a sí mismas a la deriva, se abandonan a un terreno poético que en ocasiones puede caer en un peligroso vacío. Emparentada por no pocos motivos con As In Heaven (Tea Lindeburg, 2021), presente también en el pasado Festival, Thunder pertenece a un cine consagrado a una belleza visual que, en muchos momentos, puede volverse tan fascinante como incomunicante.

Jonay Armas