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Bajo el molde aparente de un policíaco procedimental sobre la investigación de una muerte misteriosa (¿un suicidio?, ¿un asesinato?), el nuevo film de Park Chan-wook se abre poco a poco hacia los contornos de un neonoir con femme fatale canónica, que diríase extraída del cine negro clásico, y en paralelo, también, hacia el ámbito de una relación amorosa enfermiza que desemboca en un desenlace desbordado de trágico romanticismo. A la película le cuesta un poco aflorar estas dos facetas que son, con mucho, lo más sugerente de una propuesta híperestilizada en su construcción narrativa, en sus recursos de montaje, en su planificación y en sus encuadres. Son las formas, a veces un tanto ensimismadas, y otras ciertamente brillantes, con las que avanza una narración que se descompone y se rearticula casi a cada nueva secuencia, que juega con los relatos orales visualizados y con el estatuto ambiguo de las zonas fronterizas entre lo onírico, la verdad y la mentira en cada una de esas ficciones (o verdades) narradas. La relación equívoca entre un detective de policía coreano y la sospechosa esposa (de origen chino) de sus dos maridos muertos, uno tras otro al cabo del tiempo, sostiene el sustrato dramático de una investigación que no interesa tanto por su mecánica detectivesca –impregnada por un elusivo y distanciador sentido del humor, no lejano del de Parásitos– como por la confusa, inasible y perturbadora relación que se va creando entre ambos personajes.

Sucede que, por momentos, la narración parece un mecano deconstruido. Park Chan-wook se entrega con evidente fruición a un ejercicio de estilo que a veces parece mirarse demasiado el ombligo (hay momentos en los que su productividad expresiva o dramática resulta inane), pero también hay otros fragmentos en los que la inventiva visual y, sobre todo, sus sofisticadas articulaciones narrativas, dejan paso a un lirismo entrecortado que permite al film adentrarse en un terreno de mayor densidad dramática y formal. Decision to Leave es una fiesta para los amantes del estilismo arty (por ahí aparecen sus mayores debilidades), pero también es cierto que, de manera intermitente, consigue ofrecer momentos de genuina emoción, de inteligente puesta en escena y de magnífico cine.

Carlos F. Heredero

Al final de El Halcón Maltés de John Huston, Sam Spade –Humphrey Bogart– resolvía el caso de forma contundente al descubrir que ella era la asesina y que su deber moral –o simplemente la amistad hacia su compañero asesinado– le impedía redimir a la mujer que amaba. Simplemente afirmaba que si no la ejecutaban, la esperaría. He pensado en este contundente final de la película de John Huston después de ver cómo Park Chan-wook gasta casi veinte minutos para dar vueltas y más vueltas en torno a un final que nunca acaba, en el que el policía cae en la tela de araña de su mantis religiosa y después de descubrir que su amor estará marcado por el dolor, es incapaz de encontrar el bienestar más allá del sufrimiento. Para llegar a este momento, Decision to Leave nos ha enseñado todas las cartas desde los primeros instantes.

La película arranca como un thriller en que aparece el cuerpo de un escalador que podría haberse suicidado o podría haber sido asesinado. El policía judicial que investiga entra en el mundo de la viuda del asesino, una chica de origen chino que vive en Corea. El policía quiere seguir con su investigación, pero no puede reprimir la fascinación que siente por una mujer que le fascina, que será su amante, que la inculpará. Como en Retorno al pasado, de Jacques Tourneur, al cabo de un tiempo, cuando el policía haya olvidado su amor imposible, este volverá a surgir y la llamada del amor estará precedida de otra llamada hacia una muerte anunciada. Park Chan-wook rueda con su tradicional elegancia, tiene imágenes que reflejan un gran dominio del envoltorio pero mientras va tejiendo la trama va mostrando todos sus huecos. No hay pulso narrativo más allá de su dominio visual y por muy bonitas que sean algunas imágenes, la película no avanza. Hay reflejos del viejo cine negro –si no, no hablaríamos de Huston o de Tourneur– pero todo resulta tan efectista y reiterativo que el espectador acaba saturado. Al salir de la sala, he sentido una extraña nostalgia por aquel cine en que en tan solo noventa minutos se podía hablar del amor y la muerte sin necesitar ningún embalaje vistoso.

Àngel Quintana