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“Welcome to the New Flesh”, afirmaba James Woods al final de Videodrome. Gracias a esta frase se inauguraron muchas cosas, algunas de ellas muy importantes. “Good bye to the New Flesh” podría ser la frase final de Crimes of the Future, pero el personaje de Saul Tenser –genial Viggo Mortensen– no la pronuncia. Quien establece el réquiem de la nueva carne es el propio Cronenberg, que construye toda su película a partir de un retorno a la persistencia y mutación de la vieja carne. En los cuerpos que aparecen en la película ya no hay metal, existen extraños artilugios que parecen mutaciones de máquinas para hacer resonancias de los hospitales, hay conectores que enlazan el cuerpo con otras formas de alimentación y, sobre todo, existe la posibilidad de llevar a cabo nuevas performances del cuerpo, reinventar el body art y con él crear una nueva sexualidad.

Existe en Crimes of the Future el sentimiento de que asistimos a algo fuertemente testamentario. En primer lugar, el director exprime su deseo de que para llegar a un final es básico volver a un principio. Crimes of the Future también fue el título de una de sus primeras películas, de la que solo mantiene como referencia el propio nombre. El camino que lo enlaza con sus inicios no es otro que el de la voluntad de regresar a la serie B. Crimes of the Future no tiene nada que ver con la película que los hype anunciaron como una fantasía terrorífica con una primera media hora de escándalo. Cronenberg rueda una película enigmática, extraña, poética, con pocos personajes y escasos decorados. Un serie B con todas las reglas, pero que en sus diálogos apunta muchas cosas sobre la descomposición que padecen nuestros cuerpos en el mundo actual. La performance pasa por abrir el interior de los cuerpos, por enseñar los nuevos órganos que han generado las mutaciones de la vieja carne y, a partir de aquí, reflexionar sobre por qué hemos puesto el cuerpo en el centro de nuestras vidas. Los cuerpos de Cronenberg, presididos por la figura de Samuel Tenser, están lacerados, llenos de cicatrices y los tatuajes no se exhiben en el exterior, sino en el interior de los propios órganos. El cuerpo define la existencia a partir de un proceso de mutación constante del que dependen las formas del placer y los nuevos sistemas de subjetividad.

Cronenberg escribe su testamento hablando de lo que siempre ha hablado, conectando las válvulas de su película con las de eXistenZ –una de sus mejores y más olvidadas películas–, estableciendo vínculos con el placer de lamer cicatrices de Crash y hablando de los peligros a los que se expone la exhibición de la carne de forma parecida a Videodrome o, incluso, La mosca. El resultado final es una película inquietante, muy marciana para algunos y maravillosa para todos aquellos que gracias al cine de Cronenberg hemos llegado a comprender nuestra existencia como la de eternos mutantes. Good bye to the New Flesh, welcome to the Old Flesh.

Àngel Quintana

Dice el compañero argentino Roger Koza que Crimes of the Future es “un aerolito caído del planeta Cronenberg”, hermosa y gráfica manera de describir un film que, en opinión de este firmante, le debe más a la gran obra maestra que era Spider (2002) que a eXistenZ (1999) o a Crash (1996), las dos sobrevaloradas piezas del cineasta canadiense que más se van a citar a propósito de esta extraña anomalía, en todos los sentidos, que supone su nuevo trabajo después de casi diez años alejado de la dirección. Una confusa y oscura trama de conspiración política sirve de liviano y apenas soterrado pretexto narrativo para lo que se presenta como una oscura, desnuda y autoexigente pieza de cámara en la que los exteriores (los pocos que hay, delatadores de un mundo casi apocalíptico) son tan lúgubres como los interiores de paredes oxidadas, sucias y raídas, único útero simbólico por el que deambulan un protagonista (extraordinario Viggo Mortensen) que funciona como una especie de ‘replicante’ importado desde Blade Runner y del que tampoco sabremos nunca si se trata en realidad de un miembro de la especie humana conocida hasta ahora.

Extraña ceremonia combinatoria de cinco personajes filmados de dos en dos o de tres en tres, más ocasionalmente, Crimes of the Future está llena de inacabables conversaciones sobre la cirugía, el cuerpo, el nuevo sexo (ahora ya no se habla de la ‘nueva carne’), los órganos y las vísceras, las incisiones en la piel como nuevo instrumento de placer erótico, las performances con carne humana y la transición mutante hacia otro tipo de ser capaz de comer plástico y, por tanto, de regenerar nuestros propios detritus en un mundo ahogado por los desechos industriales. Conversaciones que se suceden dentro de un continuo huis clos asfixiante y tenebroso, sin apenas salidas al exterior. Conversaciones que en realidad relegan a un muy segundo plano las escasas secuencias (supuestamente impactantes) que muestran los experimentos con el cuerpo de los personajes.

Carne de cañón, por tanto, para todo tipo de reflexiones y divagaciones filosóficas y conceptuales, la película resulta, a pesar de todos los pesares, prolija, explicativa hasta el cansancio, víctima de una cháchara incesante que, en realidad, maneja ideas extraordinariamente primarias o ingenuas (propias de una serie Z de ciencia ficción), por mucho que se revistan de palabrejas high concept en dos frases de cada tres. Lo que resulta indudable, a cambio, es la radicalidad de una propuesta a contracorriente, atravesada por un fuerte ramalazo crepuscular que la convierte en candidata ideal al siempre atractivo concepto de ‘obra testamentaria’, haga o no haga su director más películas después de esta. Pero lo que tampoco puede evitar es ofrecer la sensación de que nos encontramos ante una especie de “tesis doctoral sobre el cine de Cronenberg filmada por Cronenberg haciendo de Cronenberg” (gentileza de Diego Lerer). Estamos todos advertidos.

Carlos F. Heredero