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Carlos F. Heredero.

El pasado 21 de junio se estrenaba en salas comerciales italianas Go Go Tales, de Abel Ferrara. El 4 de julio llegó a los cines de Londres My Winnipeg, del cineasta canadiense Guy Maddin. Cinco días después se estrenaba en salas de París A Short Film About the Indio Nacional, del filipino Raya Martin. El próximo día 23 se estrena, también en París, Night and Day, del coreano Hong Sang-soo, del que se anuncia, igualmente, el estreno de Woman on the Beach para el 20 de agosto. Son sólo algunos ejemplos, ciertamente reveladores, de películas que llegan este verano a los cines de Roma, Londres y París (capitales vecinas, tan europeas como Madrid o Barcelona), pero que no tienen acceso a las salas españolas y que, por no tener, ni siquiera tienen distribución en nuestro país.

Son películas y autores bien representativos de algunas derivas del cine contemporáneo y que, precisamene por ello, aparecen incluidos en el “Diccionario de (In)visibles” que publicamos este mes, pero la lista podría ser aún más amplia si contabilizáramos, también, los estrenos de otras obras importantes y significativas, igualmente inéditas en los cines españoles, pero no incluidas entre los cincuenta títulos recogidos por el diccionario. Es decir, que ni siquiera en verano, cuando la cartelera parece tomarse un respiro, quedan pantallas en España dispuestas a exhibir una parte sustancial de lo más vivo, actual y estimulante del cine que se hace en el mundo.

No nos engañamos. Sabemos que el mercado dicta unas servidumbres que ningún voluntarismo tiene por qué afrontar en aras de improductivos mecenazgos culturales. No somos ingenuos. No creemos que esa sea la finalidad de la industria privada, pero sí levantamos acta de una situación anómala, que deja a los espectadores españoles en inferioridad de condiciones respecto a los de países que comparten el mismo modelo económico. Sabemos, igualmente, que desde hace ya algún tiempo esas mismas películas pueden resultar “visibles” por otros canales y en otras pantallas (circuitos culturales, festivales, filmotecas, museos, DVDs, redes P2P…) y que esta misma situación incide, a su vez, sobre las mutaciones en curso que sacuden hoy a la distribución y a la exhibición comercial. Somos conscientes de la compleja interacción de todos esos factores, pero también pensamos, precisamente por ello, que los poderes públicos no pueden dar la espalda a la presente situación.

Está en juego una nueva geopolítica de la difusión y de la circulación cultural, un nuevo reparto de espacios y de parcelas de influencia, una nueva concepción de la cultura cinematográfica. Bajar la guardia y fiarlo todo a la supuesta espontaneidad del mercado y al (indudable, pero también contradictorio) potencial democratizador de las redes de conocimiento parece más bien irresponsable. Si no queremos que el cine sea considerado pura y simplemente como una mercancía, si no queremos ceder a los de siempre (¿hace falta enumerarlos…?) el control de lo que podemos y no podemos ver, de lo que debe circular por unos circuitos o por otros, hace falta una política activa de incentivos, de complementariedad, de intervención en definitiva. ¿A qué estamos esperando?