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Tras ganar la Cámara de Oro y el premio de la FIPRESCI en Cannes 2018 por su ópera prima (Girl), el cineasta flamenco Lukas Dhont vuelve a mostrar aquí la misma mirada limpia, abierta, conductista y respetuosa que ya delataba en aquel film a un realizador con una definida personalidad, pero esta vez aplicada a la historia de dos niños (Léo y Rémi) de once años cuya intensa amistad preadolescente, en el inicio de un tránsito siempre difícil, genera los previsibles equívocos entre sus compañeros del colegio. Los códigos de la masculinidad tradicional se cruzan entre medias, cuando los niños no tienen todavía las defensas intelectuales ni la madurez necesaria para tomar distancia o para construir su propia identidad. En medio de tan problemática coyuntura, la tragedia puede estar a la vuelta de la esquina, sin que ninguno de los dos niños pueda controlar la dinámica que la provoca.

La cámara de Lukas Dhont sigue entonces a Léo, el protagonista principal, con la misma distancia y con el mismo respeto con el que observaba a Lara, el chico trans que quiere operarse para poder vivir su feminidad y practicar ballet clásico en su film anterior. Es la mirada personal (cuestión de distancia, de diapasón, de elipsis oportunas, de pudor y de mesura) de un cineasta que filma imágenes muy limpias, siempre cercanas y, sin embargo, siempre distantes, situadas en esa difícil perspectiva que le permite acercarse a vivencias decisivas y dolorosas con calidez, sin sensacionalismo, sin cargar las tintas, sin concesiones melodramáticas, cuando estas últimas, sobre todo, eran tan difíciles de esquivar como en este caso. Le sobra quizás a la película la demasiado obvia metáfora final del brazo roto y de la escayola, pero todo lo demás acaba por componer una obra de notable envergadura, capaz de encontrar una sensible verdad interior sin enfatizar el gesto, sin subrayados, sin retórica discursiva, con humildad y con modestia. Un film al que será necesario volver con más detenimiento y tranquilidad en el momento de su estreno.

Carlos F. Heredero

En un momento de Close, Léo, un joven de trece años, está en la pista de hielo entrenando con su equipo de hockey y cae, intenta levantarse y vuelve a caer. La imagen pone en evidencia una cierta idea de lo que Close nos ofrece: el relato de una caída marcada por el despertar de la sexualidad, el peso de la masculinidad en los juegos adolescentes y, sobre todo, la crónica de lo que ocurre después de la desgracia, una descripción de cómo son las etapas de un duelo interior. Lukas Dhont demostró en su película anterior, Girl, centrada en las vivencias de un chico transexual que quería triunfar en el mundo del ballet, un alto grado de rigor en la puesta en escena. Close es una película que asume este rigor y que tiene una primera parte brillante. Léo y Rémi son amigos, juegan juntos, van a la escuela, pero hacen actividades diferentes. Rémi toca el oboe en una orquesta y Léo hace deporte. Sus lazos de amistad son muy intensos, muchas noches duermen en la misma casa y son inseparables. Hay algo en su amistad que les puede perturbar y este hecho genera una separación acompañada del dolor y la tragedia. Lukas Dhont atrapa las tensiones de la adolescencia y explora la complicada línea que separa la intensa amistad adolescente de la homosexualidad.

En la segunda parte, una vez se ha concretado la tragedia, Dhont nos describe todo el proceso del duelo. En una primera instancia es necesario asumir la pérdida, después es preciso reconciliarse con el entorno abandonado y, de forma progresiva, llevar a cabo una catarsis que permita despojarse de la culpa. Todo funciona con una fuerte intensidad emocional, con unas imágenes que a veces pretenden ser demasiado bellas para transmitir el dolor. Al final, reaparece la metáfora. Léo tiene el brazo roto y cubierto de escayola. El médico le corta el yeso y le dice que mueva el brazo para demostrar que ha desaparecido el dolor. ¿Es una imagen demasiado obvia o es una imagen naif? Las alegorías acaban rompiendo el valor de una película valiente, la clásica obra que reconcilia a diferentes públicos de un festival, hasta el punto de que el consenso puede llegar a ser garantía de recompensa en el palmarés.

Àngel Quintana