Transposición fiel y coherente del bien reconocible universo personal del japonés Kore-eda a tierras coreanas, Broker regresa con su calidez habitual al territorio de las familias disfuncionales, idea-núcleo fundamental (como diría José Luis Borau) de buena parte de su filmografía, incluyendo en ella una cumbre como Nadie sabe (2004). Y aquí la familia es, si cabe, todavía mucho más disfuncional que ninguna otra de sus anteriores, pues reúne a un bebé abandonado, a su madre (prostituta y homicida), a dos traficantes de bebés (uno de ellos, abandonado también al nacer; el otro, abandonó a su hija) y a un niño de un hospicio en busca de adopción. Familia improbable y sobrevenida, protagonista colectiva de una especie de road movie a lo largo de la cual la convivencia entre los cinco irá trenzando los vínculos afectivos y emocionales propios de cualquier otro modelo de familia. Es cierto, no estamos ante nada nuevo en el cine de Kore-eda (la película padece, incluso, de un exceso claro de argumento y de tramas paralelas), pero una vez más son la empatía con sus criaturas, la negativa a imponerles ningún tipo de prejuicio, la apertura de su mirada y la transparencia del estilo las mejores armas de un film en el que el tema del abandono infantil se conjuga en paralelo al de la adopción, y en el que se le da la vuelta por completo –en términos entrañables y divertidos, pues hay también un componente no disimulado de comedia– a un asunto tan grave como es el tráfico de bebés. Entre otras cosas, porque aquí estamos ante dos traficantes desvalidos, tiernos, entrañables, humanos y hasta ‘comprensibles’. ¿Difícil de imaginar…? Sí, claro, pero ese es el milagro que puede obrar la ficción cuando se desvela curativa de prejuicios y de dogmas estériles.
Carlos F. Heredero
A veces el descubrimiento de una fórmula de éxito seduce a algunos cineastas que solo dan rodeos y establecen pequeñas variaciones para no perder el hipotético público fiel que los ha consagrado. En el cine de Hirokazu Kore-eda hay muchos niños, pero generalmente todos viven en espacios desestructurados. Su primera película en competición en Cannes se titulaba Nobody Knows y en ella unos niños vivían solos, sin padres, autorregulando su existencia. A partir de esta película las variantes han sido múltiples y hemos asistido a historias de niños que son confundidos en la clínica después del parto, a relatos de familias disfuncionales y a relatos de estafadores que crean sus propios sistemas de convivencia. Broker podría considerarse un resumen amanerado de muchas de estas películas con algunas variantes significativas. La primera variante es que la película está rodada en Corea y hablada en coreano, como si después del fracaso de La Vérité (2019) necesitara vagar por otros países antes de aterrizar en Japón. La segunda variante es que los protagonistas centrales son una banda que se dedica a traficar con niños abandonados para venderlos y que son observados por dos policías que siguen sus pasos. En la trama también hay un asesinato y una huida; quizás Broker tendría algo cercano al thriller, aunque como todo el cine de Kore-eda desemboca en el melodrama más sentimental. Broker no solo juega con los ladrones de niños, sino también con la posibilidad de crear una familia disfuncional o con el tema, presente en otras películas, del debate entre paternidad biológica y paternidad social. Como en las últimas películas de Kore-eda todo resulta excesivamente explícito y su mundo pretende llevar a cabo un cierto desvío hacia diferentes capas emocionales que acaban siendo excesivamente forzadas. En tiempos de Ryûsuke Hamaguchi, el cine del autoexilio de Kore-eda tiene algo de anacrónico.
Àngel Quintana