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Entrevista Laurent Cantet
“Me interesan los temas sociales si están encarnados en alguien concreto”
¿Usted utiliza redes sociales?
No, no las utilizo quizás por un problema generacional. Hay también, pienso, rechazo por mi parte. Opino que son parte del empobrecimiento del debate y la reflexión política e intelectual… Resumir en pocos caracteres un pensamiento, a modo de eslogan, me parece peligroso. Es un fenómeno reciente y no nos hemos tomado aún el trabajo ni el tiempo de reflexionar sobre el espacio que ocupan las redes sociales en nuestras vidas y todas las reglas necesarias para su correcto uso.
En sus propias palabras: “Me interesan los temas sociales si están encarnados en alguien concreto”…
Pienso que es la única manera de evitar el didactismo, de implicarme emocionalmente en una película y de implicar también al espectador en un discurso que siempre intento presentar oblicuamente. Es con la dimensión humana con la que se puede alcanzar una mirada a menudo teñida de sociología o de compromiso.
¿Todos somos de alguna manera Arthur Rambo?
Sí, de algún modo, sí. Pienso que la esquizofrenia del personaje –su deseo de integración y la rabia interior– la compartimos todos de alguna forma. El problema de Karim es que ha tenido que esconder esta ira tan profunda para ser aceptado. De hecho, esta fue la mayor complicación al escribir, porque era necesario que no se percibiera a Karim como un oportunista, transmitir que él desconoce las reglas del mundo al que accede porque no está en su lugar. La película habla de personajes desubicados que no encuentran su propio sitio.
¿La ira oculta en nuestras sociedades se ha revelado con el auge de la ultraderecha?
Sí. Lo terrible es que desde hace años las ideas de la extrema derecha pueden afirmarse de manera totalmente desacomplejada y pienso que las redes sociales han jugado un papel importante, porque se trata de un foro en el que se puede decir cualquier cosa y en el que todos los discursos quedan equiparados, al mismo nivel.
La película comienza con un plano de entrevista con croma y la imagen manipulada que reciben los espectadores, diferente a la real…
Es una manera de poner de relieve la mediatización total de nuestras vidas. Nos hemos convertido en una imagen, sobre todo a partir del momento en el que llega cierto reconocimiento. Me interesaba partir de una imagen abstracta: vemos al personaje sobre un fondo verde y descubrimos que estamos en un plató de TV que genera un fondo artificial. Se produce el primer tuit del editor y vemos cómo el espectador, en su casa, recibe la imagen elaborada como destino final de esta cadena de mediatización que se ha impuesto.
Hay dos planos de Karim que riman, ambos son en tránsito y su reflejo en la ventanilla produce una imagen doble…
Es cierto que la película trabaja todo el tiempo sobre la idea de duplicidad. Karim tiene su nombre y un seudónimo que refleja a la vez su deseo literario y también la ira. El reflejo va en un plano del metro y también al final en el coche porque queríamos transmitir esta idea a través de imágenes, algunas planificadas y otras que se imponen en el rodaje. No trabajo con un esquema cerrado. Cuando llego a la localización, pongo la secuencia en marcha y entonces decido dónde y cómo va a rodar la cámara… Muchas imágenes llegan en ese momento concreto. Intento hacerlo de la manera menos dogmática posible, también a nivel de puesta en escena.
La película tiene dos ritmos distintos: al principio posee una cadencia más rápida, acorde con la inmediatez de las redes sociales, y luego adopta un registro más naturalista.
Yo quería reflejar esos contrastes que existen en la geografía social de París, el sofisticado mundo de la cultura frente a los barrios del extrarradio, y es verdad que el film, en general, tiene un ritmo muy diferente al del resto de mis obras porque cada tema impone su tratamiento. Quería transmitir el ritmo trepidante y la violencia de las redes sociales, que en pocas horas te pueden convertir en un referente y en un paria a continuación. Plasmar este vértigo era un reto, encontrar un ritmo que reflejara esa huida hacia delante del protagonista. La ralentización que se impone al final representa el tiempo necesario para la reflexión, porque para mí toda la película es un proceso de maduración del personaje, que comprende quién es pero que va a tener que seguir buscándose.
Arthur Rambo (Laurent Cantet). San Sebastián 2021 – Sección Oficial
La lógica implacable, y a veces infernal, de las redes sociales; el espectáculo televisivo de la cultura; la conflictiva convivencia entre la Francia multiétnica y las élites sociales y culturales; la marginación social de la emigración en las banlieues; la encrucijada a la que se enfrentan los personajes públicos y famosos cuando las barreras de lo ‘políticamente correcto’ imponen su dictadura y amenazan con ‘cancelar’ su presencia en el ágora mediático… Estos son algunos de los ‘charcos’ en los que se mete, simultáneamente, la nueva, sintética y breve realización (87 minutos) de Laurent Cantet (Palma de Oro en Cannes con La clase, 2008), filmada con el brío narrativo de sus mejores trabajos y protagonizada por un joven de origen argelino convertido en escritor de éxito cortejado por la ‘alta cultura’ hasta que el hallazgo de los tuits xenófobos, antisemitas, homófobos y denigrantes de todo tipo de minorías (publicados anteriormente por él bajo el seudónimo de Arthur Rambo) le colocan en una situación insostenible y le devuelven al ostracismo. Cantet pone el dedo en la llaga de algunos de los temas enunciados antes, pero su película corre el riesgo de quedarse en territorio de nadie, demasiado ambigua en el retrato de su protagonista (una figura cuya coherencia interna como personaje de ficción se tambalea en no pocos momentos) y sin que llegue a quedar claro en qué dirección se mueve su discurso: ¿requisitoria de sustrato moralista sobre el mal uso de las redes sociales, casi admonitoria en este sentido? ¿Denuncia del elitismo clasista de las élites culturales y sociales del país? Queda para el espectador dilucidar cómo quiere interpretar un film que, en cualquiera de los casos, se atreve a hundir el bisturí –si bien con fortuna desigual– en candentes problemas de actualidad.