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A primera vista, Samsara podría ser uno de esos juguetes autocomplacientes que llenan ahora mismo los festivales de medio mundo. Visitas turísticas a países considerados ‘exóticos’, filmaciones de la vida cotidiana en los correspondientes parajes, incluso abordajes de ciertos temas que tienen que ver con las culturas del lugar, todo parece conspirar para que la película se erija en un monumento a cierta banalidad new age de perfil bajo, muy bajo. Sin embargo, las películas hay que verlas y, una vez vista, la de Lois Patiño se convierte en algo muy distinto: no un documental sobre Laos y Zanzíbar, no un tratado más o menos divulgativo sobre la reencarnación, sino un relato conceptual –como no podía ser de otra manera viniendo de quien viene– en el que la metafísica surge directamente de la realidad filmada para regresar a ella, en un bellísimo diálogo entre la materia y la forma, el universo físico y el espiritual. En Laos, una anciana se está muriendo y su nieto la visita, se baña en el río, experimenta raras premoniciones. En Zanzíbar, algunas mujeres trabajan en una granja de algas y tratan con las mismas sensaciones, mientras la transmigración se materializa en cuerpos que quizá no imaginábamos. El film nunca fuerza a su audiencia a creer en nada de lo que parece postular. Ni siquiera el Libro tibetano de los muertos, que en buena parte actúa como disparador de imágenes y conceptos, se ofrece como biblia indiscutible. Lo que importa aquí es la experiencia audiovisual capaz de traducir en luces y sonidos ese universo, y en este sentido el centro de la película lo constituye un intermedio abstracto que a la vez une y separa ambos territorios y los resume en sensaciones no figurativas en estado puro: un viaje alucinógeno que a partir de ahora deberá contarse entre los grandes hitos del cine contemporáneo. Pues puede que Samsara le deba algo al cine de Apichatpong Weerasethakul, como a otras influencias que el espectador sabrá identificar, pero lo que propone es único: la ‘reencarnación’ es sobre todo ese fluido transcurrir de las formas que, lo queramos o no, está modelando el cine del siglo XXI. Carlos Losilla