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Oficialmente, Benediction es un biopic: el de la traumática experiencia bélica, los numerosos lances amorosos, la creación lírica y la existencia desengañada del poeta británico homosexual Siegfried Sassoon. En realidad, nada hay más alejado de los moldes tradicionalmente académicos de aquel género que este nuevo film de Terence Davies, convertido por el creador de obras tan fascinantes como Voces distantes, El lago día acaba, Of Time and the City o The Deep Blue Sea en una estilizada, amarga y dolorosa elegía poética atravesada por una emoción genuina y conformada por los más reconocibles resortes estilísticos de su autor. Davies monta el recitado de los poemas de Sassoon sobre imágenes documentales de la Primera Guerra Mundial, encadena elegantes fundidos que transforman el ‘tiempo’ del relato, organiza enérgicas elipsis que dejan sumergidos enormes períodos de tiempo con sublime delicadeza, fusiona canciones evocadoras con dramáticos acontecimientos históricos y hace avanzar así –sin someterse nunca a la dinámica de la dramaturgia tradicional– un complejo retrato de época que es también, a la vez, una radiografía personal con soterradas resonancias metafóricas sobre su propia historia como creador y, quizás, sobre sus propias amarguras interiores.

Viperinas y venenosas conversaciones filtradas por los más elegantes modales de la intelectualidad british salpican constantemente ­–en un festival de refinada inteligencia– las relaciones de Sassoon con el actor y cantante Ivor Novello, el aristócrata Stephen Tennant, sus amigos personales (Robbie Ross, Glenn Bryan Shaw) o su esposa Hester Gatty, con la que llega a casarse y tener un hijo. Con todo, será la experiencia traumática de la guerra, de sus millones de muertos y de sus atrocidades (contra las que se rebeló al denunciar públicamente la responsabilidad de los políticos de su país) la que habrá de marcar de forma decisiva la vivencia interior y el desgarro íntimo que nunca abandonó al poeta, y este es el hilo dramático de fondo que vertebra lo más doloroso de la trayectoria del protagonista (narrada sobre una estructura de violentos saltos temporales que apenas dejan rasguño alguno sobre el ‘cuerpo’ físico del relato) hasta desembocar en un largo y devastador plano final que constituye una de las imágenes más emocionantes y cinematográficamente más impresionantes que este cronista ha contemplado en los últimos años. Se cierra así una obra llena de melancolía enfermiza, belleza interior y sensibilidad lírica a una altura que –juguemos a las apuestas– será muy difícil que el festival vuelva a alcanzar dentro de su sección oficial.