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Recién llegada del Festival de Venecia y rescatada por Donosti para la sección de Perlas, la nueva película de Xavier Giannoli ­­–quizás la más ambiciosa de su filmografía– coloca sobre la pantalla un vibrante fresco de la Francia parisina de la Restauración extraído de la novela homónima de Balzac: Las ilusiones perdidas, publicada originalmente en tres partes, entre 1836 y 1843, y, por tanto, muy cercana a la coyuntura histórica en la que sitúa su relato (el año 1830, cuando el rey Carlos X y su aristocracia monárquica tratan de cerrar las publicaciones liberales que ponen en jaque a la corona borbónica). Historia de un joven poeta provinciano con ínfulas arribistas y vocación de desclasado, la película consigue proponer una enérgica radiografía de las tensiones sociales de la época, con especial atención a las relaciones entre los creadores y la crítica (muy jugosa en este apartado) y entre la prensa y el poder político.

Podría haber sido un pomposo y pesado artefacto academicista, pero el film de Giannoli se aleja de ese peligroso territorio para encontrar –en el notable relieve físico de la puesta en escena, en el dinamismo de la planificación y en las excelentes interpretaciones de los actores– su tabla de salvación. Es una lástima que no se atreva a jugar a fondo la fricción que se produce entre la omnipresente voz en off narrativa y la representación de los hechos. Habría hecho falta el talento del Truffaut de Jules et Jim y de Las dos inglesas y el continente para que la película pudiera alcanzar una dimensión mayor, pero el intento permanece –a pesar sus debilidades­– como una sugerente relectura de Balzac no exenta de resonancias sobre los medios comunicación contemporáneos: las fake news, la manipulación política de la prensa, etc.