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Crónica satírica en la frontera misma del esperpento, pero a la vez entrañable y hasta respetuosa con sus protagonistas reales, la nueva realización de Michael Showalter narra la ascensión, el triunfo mediático y la caída de la telepredicadora evangelista Tammy Faye Bakker y de su marido, Jim Bakker, en los Estados Unidos de los años setenta y ochenta, hasta desembocar en el escándalo (provocado por graves corrupciones económicas en su gestión de los fondos recaudados a través de su canal televisivo y por la hipocresía del comportamiento de su esposo) que acabó definitivamente con su trayectoria pública a comienzos de los noventa. Interpretada por una magnífica y prácticamente irreconocible Jessica Chastain (en lo que constituye una composición destinada directamente al Oscar de Hollywood), la película descansa casi en su totalidad sobre los hombros de Tammy Faye, sobre su desbordante y, a la vez, patética personalidad, y lo mejor del retrato que se nos propone de ella es que deja la puerta abierta para preguntarnos cuánto de fe sincera y de convicción íntima había en sus actuaciones y cuánto de representación y de puesta en escena había en toda su desaforada existencia. La radiografía deja también al descubierto los vínculos de las altas esferas de las sectas evangelistas con el Partido Republicano y con los grandes intereses políticos y económicos del país. En sus manos, o bajo sus intrigas, la figura de Tammy Faye (con sus ojos sobrepintados y con sus pestañas exageradas) acaba desvelándose una muñeca rota y finalmente triturada por la peligrosa maquinaria que ella misma contribuyó a poner en pie, una vez que su papel ya no resultaba útil o cuando su actitud ya les parecía poco manejable a los poderosos. Es una pena que tan jugoso retrato y tan vibrante telón de fondo se filme casi siempre de manera impersonal y más bien ecléctica, por mucho que la película destaque con fuerza, eso sí, en la reconstrucción de la estética kistch y hortera que acompañó siempre a la protagonista.