Más allá de Las novias del sur, la sugerente película de 40 minutos de Elena López Riera –que bien podría haber merecido, en este festival, una proyección aparte, como hemos hecho con nuestra reseña–, el primer programa de cortometrajes de la sección Zabaltegi-Tabakalera contenía otros filmes notables. El más distinguido, para este crítico, fue sin duda Across the Waters, de Viv Li, un sintético, elíptico, austero retrato de una zona de China perdida en el tiempo, que vive de la explotación minera, a la que llega un trabajador foráneo provisto de un extraño aparato que reproduce música y que todos llaman walkman. Una adolescente del lugar quedará fascinada tanto por el hombre como por el aparato. Li maneja estos pocos elementos con extraordinario rigor, alternando planos rocosos de la zona con las canciones que surgen del reproductor, el inmovilismo con los sentimientos que traspasan fronteras, más allá de los mares, tal como sugiere el título. Y el resultado es conmovedor, un relato en miniatura de proporciones gigantescas, que extrae buena parte de su poder transformador de la canción taiwanesa que comparece, asimismo, en los créditos finales.
Este retrato de una comunidad cerrada, de un mundo que no es el occidental porque no le dejan serlo, se repite en Here Comes the Sun, de Wu Lang, que ya participó el año pasado en la misma sección con el largo Absence y el corto Short Story. Aún esperamos la gran película de Wu, esa que anuncian todos sus trabajos hasta ahora. Pero de momento nos conformamos con su pasmosa capacidad para construir crescendo tras crescendo, a base de historias que se van convirtiendo poco a poco en fantasmas de sí mismas, como ocurre en este corto altamente evocador, donde una familia con abuela incluida dependen del espectro del abuelo para poder salir de un lugar en el que va a despegar un cohete. La sombra del primer Zia Jang-ke es alargada –como ocurre también en el caso de Across the Waters: un síntoma del estancamiento, por muy fructífero que sea aún, de cierto cine chino–, pero ello no quiere decir que la película resulte mimética: la ausencia, título en inglés de su largo, sigue siendo su gran tema, sintetizado aquí en un plano final literalmente deslumbrante, donde los personajes quedan paralizados en un tiempo del que ni siquiera ellos son conscientes. Visto así, incluso el corto georgiano Where Time Stood Still podría ser chino, pues en él una madre y una hija aisladas en las montañas reciben una visita del exterior que, a su partida, las dejará sumidas en el desconcierto y la insatisfacción erótica. Más convencional que sus compañeros de programa, este segundo cortometraje de la directora Nino Benashvili no desentona, sin embargo, en rigor y asunto: parece que los jóvenes cineastas euroasiáticos no están muy convencidos de la nueva geopolítica imperante, para la que buscan desesperadamente una estética que sea también nueva.
Carlos Losilla
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