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Vortex no es tanto una película sobre la vejez como sobre la muerte. Seguimos el día a día de una pareja de ancianos, él enfermo del corazón y ella aquejada de Alzheimer, que sobreviven como pueden en su apartamento parisino. De vez en cuando, sin embargo, también aparece por allá su hijo, en pleno combate contra una adicción, que apenas es capaz de sobrellevar esa situación o compaginarla con su papel de padre divorciado de un niño de corta edad. No hay regodeo por parte de Gaspar Noé, ni tampoco el film se recrea en ese horror, pues se trata de algo más conceptual que realista, como siempre ocurre en el cine de su autor. Las imágenes son claustrofóbicas, agobiantes, más por efecto de una puesta en escena que sobrecarga y satura los interiores que porque Noé fuerce la dramaturgia, por otro lado fría y distante. La pantalla se parte en dos desde el principio, no para subrayar soledades y aislamientos, sino para dejar en evidencia el carácter vigilante y todopoderoso de la puesta en escena. Nada puede escapar al ojo clínico del cine, que observa sin inmutarse esa implacable mort au travail

¿O sí? El anciano viene interpretado por Dario Argento, el viejo campeón del giallo, mientras que su mujer es Françoise Lebrun, la actriz que declamó el monólogo final de La Maman et la putain (1973). La muerte o su proximidad, pues, también afectan al cine, cuya presencia se concentra en habitaciones polvorientas, invadidas por los libros y afiches del protagonista, quizá un antiguo crítico o especialista, empeñado ahora en escribir un volumen sobre el cine y el sueño que, obviamente, nunca terminará. Por dos veces comparece una cita de Poe, sobre la vida como sueño dentro de otro sueño, que habla más del estilo del film, de su uso de la Polivisión, que de la filosofía vital de los personajes. En efecto, Noé no cede. Parece que Vortex sea su trabajo más ascético y lineal, pero su cámara sigue en tensión, nerviosa e inquieta por no poder abandonar a sus criaturas. Y lo que en otras de sus películas era movimiento desatado y crispación, como si siempre hubiera estado huyendo de la inmovilidad de la muerte, aquí es angustia que no cesa, que solo se resuelve al final, cuando por fin puede salir al exterior. Por todo ello Vortex quizá sea, por el momento, su mejor película.