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El cine de Gaspar Noé puede ser una caja de sorpresas que a veces fascina y otras irrita. Irreversible podía irritar por sus excesos, Clímax podía fascinar por sus magníficas coreografías y los efectos estroboscópicos de Lux Aeterna podían provocar autenticas alteraciones perceptivas en el espectador. En todas ellas, no obstante, estaba siempre presente un grandioso creador visual que no ha parado de investigar constantemente sobre la forma. Pero al situarnos delante de Vortex, de repente, todo cambia. Noé deja de ser el provocador del cine europeo, para convertirse en un hombre sensible preocupado por atrapar la vejez y reflexionar sobre la muerte. Noé construye su película a partir de dos mitos. En primer lugar, Dario Argento, que interpreta a un viejo cinéfilo de 81 años que quiere escribir algún libro sobre el cine y los sueños. En segundo lugar, Françoise Lebrun, la protagonista de La Maman et la Putain de Jean Eustache, interpretando a una mujer de 77 años que sufre un principio de Alzheimer y preocupada constantemente por ordenar los papeles y documentos del piso en el que viven. La familia se completa con un hijo heroinómano y un nieto llamado Kiki que cuando quiere puede resultar un poco irritante.

A lo largo de dos horas y media, Noé sigue el camino de los dos personajes hacia la muerte. Filma la vida de ambos en polivisión, partiendo la pantalla en dos partes, y siguiendo sus movimientos en larguísimos planos secuencia, con escasas elipsis. La película arranca evocando una serie de reflexiones sobre el miedo a la muerte y termina con un entierro, unas fotografías que despiertan viejas memorias y un piso vacío. De forma sorprendente, parece como si Noé se situara cerca del Michael Haneke de Amor para intentar filmar los gestos y movimientos de los últimos momentos de dos vidas que han estado unidas. El cineasta muestra una cierta ternura hacia los personajes y no abandona su gusto por la invención escénica, consiguiendo -sobretodo en la apertura y en el final de la película- auténticos momentos de emotividad. Aspectos que puede que decepcionen a aquellos espectadores a los que el nombre de Noé genera un determinado horizonte de expectativas y, en cambio, entusiasme a aquellos espectadores que encuentren la celebración de ciertos toques de humanidad en un cineasta hasta el momento cruel.

Àngel Quintana