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Larissa (Melanie Straub) y sus dos gemelos Jon y Ole van a pasar las vacaciones a la finca de su suegra/abuela y su tía/cuñada, situada en plena Sierra Morena. El padre de familia llegará más adelante. Solo que su vuelo se retrasa y la única compañía que tendrán las tres mujeres y los dos niños será la del paisaje de suelos amarilleados por el calor estival, robustas encinas y alcornoques de piel nudosa. El canto de las chicharras rasga la banda de sonido como una guitarra rota y la combinación de superficies rugosas invocadas por el 16 milímetros y el pulimento que aporta el limpio barniz de la imagen digital parecen recrear el relieve de los montes bajos y de los valles suaves de la sierra andaluza. Y es que, en Tal día hizo un año, el esplendor de la frontalidad -la plena contemplación- queda reservado para el entorno, los rostros de la familia son filmados como a hurtadillas, los niños divirtiéndose ajenos a todo y a todos, su madre comprobando que la distancia entre Alemania y España es inferior a la longitud de la barrera idiomática que se levanta entre ella y sus anfitrionas, la madre y la hija reencuadradas permanentemente por marcos de puertas o por cortinas. Así, esos bosques casi ajenos al hombre, los planos que cortan los cuerpos o que envían a los personajes a un lateral, los escasísimos pero certeros diálogos (“no dependes de él”), el sonido de las bombas que emana de una base militar cercana e invisible o la escasez de agua van intercalándose merced a un montaje quirúrgico, cosido a silencios, que nos muestra como los cambios ambientales alteran la relación entre las tres mujeres. La aparición del viento, el paso de una manguera de unas manos a otras y la cesión de una labor constatan la delicada culminación de un aclimatamiento.