La entrevista de Évole comienza con la voz en off de Francisco Ruiz, el policía de Galdakao (Bizkaia) que recibió doce tiros en el atentado de ETA que mató al alcalde de esa misma localidad en 1976. Tras unos planos del entorno rural y casero en el que se produce la conversación, Jordi Évole se sienta frente a un Francisco sereno, pacífico y de ojos vidriosos. Ambos conversan brevemente sobre el antes y el después de su atentado y sobre cómo el policía municipal, que el día de los hechos trabajaba como escolta del asesinado Víctor Legorburu, se sintió un apestado en su propia localidad, tras sentir el rechazo de muchos de sus vecinos, una vez consiguió sobrevivir. Hasta aquí el prólogo de No me llame Ternera que a partir de este momento se sienta junto a Ruiz para mostrarle la entrevista que Évole ha realizado a Josu Urrutikoetxea. En ella, el exdirigente de ETA confirma haber participado en el atentado de Ruiz, un atentado por el que nunca fue procesado y que fue sobreseído por la Ley de Amnistía de 1977.

La película documental entrevista a partir de aquí y durante más de una hora al conocido públicamente como Josu Ternera. La producción, que verá la luz el 15 de diciembre en Netflix y que no supone ni de lejos las primeras declaraciones públicas de Urrutikoetxea (puesto que ya ha hablado en repetidas ocasiones y en la misma línea para medios extranjeros), entrelaza sus conversaciones con un salpicado de imágenes de archivo que pasean por la historia colectiva de cincuenta años de la memoria de España. Ninguna novedad en el tratamiento o tono. El mismo Évole televisivo interpela a un Urrutikoetxea de 72 años al que observa con detenimiento en un primer plano paciente y tenso. Lo más interesante es el espacio que la producción documental deja para observar tiempos de reacción y silencios, también las miradas a cámara como acto reflejo o los círculos concéntricos en los que Urrutikoetxea se enroca, en sus medidísimas opiniones y versiones de los hechos, para no contradecirse ni perderse en nada relativo a causas abiertas o revelar apenas datos nuevos. La extensa conversación se centra en su trayectoria en ETA, en donde Urrutikoetxea entró con diecisiete años y en la que permaneció hasta que él mismo leyó el comunicado de su disolución. Se habla sobre su papel negociador con el gobierno de Zapatero, sobre el asesinato de Yoyes, sobre la matanza de Hipercor, las casas-cuartel de Zaragoza, Ortega Lara, Miguel Ángel Blanco y un largo etcétera sobre la violencia de ETA. Évole insiste repetidamente en conducir la conversación hacia la búsqueda de la existencia o no de la empatía de Urrutikoetxea hacia las víctimas del terrorismo y termina preguntándole si cree que todo ha tenido sentido.

Urrutikoetxea afirma que “nunca he dicho que matar esté bien”. No mucho más.

514 personas firmaron un comunicado contra la programación de esta entrevista-documental en el Festival de San Sebastián acusándolo de tener una mirada extremadamente parcial. Una vez visto, se confirma que simplemente en cuanto a enfoque se trata de una entrevista más de Évole. Urrutikoetxea ha manifestado recientemente que la película “no es lo que esperaba”. En ella, el exdirigente de ETA insiste en desligarse en su papel directivo en la, según sus palabras ‘organización’ y ni pide perdón ni da un punto de vista distinto al que ya había ofrecido antes. Raquel Loredo