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La película de Radu Muntean arranca como una road movie en la que varios 4×4 de ayuda humanitaria parten hacia una zona rural aislada y empobrecida de Rumanía. Pero muy pronto el film se transforma en una especie de película de cámara, un huis clos, en el que tres personajes (dos mujeres y un hombre) quedarán atrapados en medio de la naturaleza y encerrados en torno al coche que ha quedado embarrado. Una situación que viene provocada por un anciano loco al que recogen de la carretera y al que deciden ayudar. Un personaje, éste del anciano, al que da vida un hombre de la zona donde se rodó la película, actor no profesional, y que introduce en el film no solo un particular acercamiento al documental, sino toda la potencia expresiva de su rostro y su cuerpo (en lo que es, seguramente, el elemento más interesante de toda la propuesta). Él será el catalizador del conflicto, porque Intregalde se centra en la reflexión sobre los límites de la generosidad y la empatía. Y, para poner en cuestión estos valores, Muntean genera todo tipo de situaciones límite que, efectivamente, hacen que el comportamiento de los tres voluntarios vaya derivando a través de distintas emociones: de la rabia al miedo, pasando por el enfado, el dolor o la tristeza y que, efectivamente, harán que también su comportamiento altruista se modifique según estos estados de ánimo.

Pero el principal problema de la película es que, para expresar todo esto, Muntean desborda las situaciones hasta llevarlas a extremos exagerados o giros de guion tan al límite que provocan risa. Tampoco hay mucho control en su desarrollo, que fluctúa de manera desordenada y a veces injustificada. Igual es un problema de ambición, porque al final Intregalde es una película de cine social y de denuncia, pero en el intento de introspección psicológica de sus personajes pasa de las secuencias pseudocumentales al terror, la comedia, el cine de aventuras o incluso el thriller. Un coctel explosivo.

Jara Yáñez

Tres amigos, colaboradores de una ONG, realizan un viaje a una zona montañosa de Rumanía, la localidad del título, para hacer entrega de ayuda humanitaria al acercarse la Navidad. El recorrido, en buena medida por caminos forestales de difícil acceso, les debería de llevar unas horas, pero acaba prolongándose todo un día, hasta la mañana siguiente. Primero se perderán, luego el SUV quedará atascado en el barro. El esquema es el característico del nuevo cine rumano, un arco temporal muy definido y un conflicto larvado que estalla con mayor o menor virulencia. En este caso, perderse y quedarse aislados en el medio del bosque toda una noche alimenta las rencillas entre estas tres personas, un hombre y dos mujeres. Ante el evidente miedo a lo desconocido, los propios protagonistas van generando una tensión que, para el espectador, se nutre de su experiencia cinematográfica: de Deliverance o Southern Confort pasamos de repente a una suerte de variación sobre The Blair Witch Project. Pero en Intregalde no hay ninguna bruja ni peligro real, tan solo algunos ancianos que apenas se valen por sí mismos y unos gitanos que no pueden sino reírse de las pretensiones y buenos sentimientos de estos urbanitas que han dejado su vehículo varado en una cuneta. Hay poco que reprochar a Intregalde, como no sea que llega ya un poco tarde, cuando su modelo narrativo, el del nuevo cine rumano, es poco más que una fórmula. En su momento de máximo esplendor, Muntean fue una de sus grandes baluartes, unos de los cineastas más prometedores junto a Puiu, Porumboiu o Jude. Pero desde Martes, después de Navidad, su cine parece haberse estancado. Quizás dentro de muchos años, sin esta perspectiva cronológica tan cercana, sin comparaciones inmediatas, Intregalde nos parezca una mejor película.

Jaime Pena