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Volveréis parte de una anécdota que, cuentan en el film, relataba desde hace años el padre de Ale (Itxaso Arana), y según la cual más que las bodas, lo que es importante celebrar son las separaciones: “porque la gente se separa para estar mejor”, añaden ella y su pareja Alex (Vito Sanz) que, después de catorce años juntos están, efectivamente, a punto de separarse y que un día, de noche en la cama, bromean con la posibilidad de llevar a cabo la ‘teoría’. “Siempre he pensado que sería una idea para una película”, dice entonces (como para sí), Ale. Así arranca el film y así lo hace también un juego metanarrativo que se desarrolla y disgrega en múltiples direcciones, pero que arranca de una esencial: Ale es cineasta (como también la propia Itxaso) y se encuentra en el proceso de montaje de la película que, lo descubriremos más tarde, estamos viendo en la pantalla. El cine y la vida, como siempre en las películas de Jonás Trueba, se relacionan de manera indisoluble y en esta ocasión las referencias, en una y otra dirección, hacen de Volveréis el que es, seguramente, el más sólido, complejo y apasionante de los filmes del cineasta hasta la fecha.

La película avanza en base al concepto de las variaciones sobre un mismo tema: Ale y Alex explican, una y otra vez, según van encontrándose con distintos amigos y familiares, no solo que se separan, sino también que es de mutuo acuerdo, que están bien y que, de hecho, van a celebrar una fiesta. La repetición como motor del film, pero también como posibilidad para el cambio sutil pero profundo tanto de los personajes en su particular trayecto emocional como de la propia película (“¿en círculo y por tanto de manera discursiva o de manera lineal, de búsqueda?”, como se pregunta en un momento dado el personaje al que interpreta el también cineasta Sigfrid Monleón). Y de ahí también la referencia al eterno retorno de Nietzsche o a La repetición, el libro de Kierkegaard que, junto con La búsqueda de la felicidad: la comedia de enredo matrimonial en Hollywood y El cine ¿puede hacernos mejores?, los dos de Stanley Cavell, son más que citas literarias y, como también es habitual en su cine, hace Trueba explícitas a lo largo del metraje mientras va estableciendo a través de ellas sugerentes ecos y relaciones con la historia y los motivos principales del propio film.

Pero si de citas se trata, también las hay musicales (la fiesta de separación se celebra el 22 de septiembre, cuando termina el verano, pero también como canta Brassens en su canción de ruptura Le vingt-deux septembre). Y sobre todo, las hay cinematográficas. Y esencialmente tres: Bergman y Ullmann (y Secretos de un matrimonio, 1973), la screwall comedy o comedias de remarriage del Hollywood clásico de los treinta y cuarenta (La pícara puritana de Leo McCarey o Luna nueva de Howard Hawks, entre las que se citan explícitamente) y la película 10, la mujer perfecta (Blake Edwards, 1979) sobre la que, sin dar su título en este caso, discuten ambos una noche, a propósito de “la crisis de los cuarenta y el elogio al matrimonio”, como dice Alex, y “del humor y la mirada masculina”, que señala Ale, de nuevo en un muy poderoso juego metacinematográfico que es, al mismo tiempo, una oportunidad para hablar de ‘cosas de la vida’ y una declaración de amor al cine y a su poder transformador.

Pero el juego en el que lo real y la ficción se relacionan continuamente y en múltiples direcciones tiene un momento especialmente emocionante. Y es que esa anécdota que da pie al film es, de hecho, una historia que contaba Fernando Trueba, presente en la película interpretando al personaje del padre de Ale, en una inversión de roles y géneros en la pareja profesional y sentimental que constituyen Jonás e Itxaso, que es también muy elocuente (la cineasta, la que observa, es ella y el actor, el que es observado, él). Volveréis se convierte entonces en un sutil y contenido homenaje del hijo al padre. Y hay entonces una secuencia, compuesta en base a varios primeros planos aparentemente ‘robados’ de Fernando que, a pesar de la emoción que transmiten, evitan de manera hábil e inteligente, como todo en el film, tomarse demasiado en serio y en un giro cómico hace que se escuche de fondo, en boca de otro personaje: “papá no quiero ser como tú”. Nos quedamos de momento esperando su estreno en España para poder hablar con Jonás e Itxaso y seguir profundizando en esta película apasionante que desde Cannes resulta también muy afrancesada: el recuerdo de un viaje a París a partir de viejos vídeos será esencial en la evolución final de su relación emocional.

 Jara Yáñez

En un momento central de la película, el padre de la protagonista le muestra dos libros del filósofo americano Stanley Cavell: El cine ¿puede hacernos mejores? y En busca de la felicidad. Junto a estos aparece un volumen del texto de Søren Kierkegaard, La repetición. En los dos primeros libros, Cavell partió de la comedia americana de los años treinta para hablar de lo que definió como el recasamiento, es decir el encuentro entre dos personajes que rompen con un pasado para iniciar un presente a partir de la materialización de una nueva unión que es más libre que la anterior. En La repetición, Kierkegaard escribió una obra de carácter biográfico en la que después de vivir la separación con su amante Regine Olsen y materializarla en el libro Temor y temblor apostó por el reencuentro como superación de la incertidumbre. La repetición de la experiencia amorosa aparece como un estadio perfecto del amor, ya que el amor repetido no se enfrenta ni a lo desconocido, ni a la melancolía frente al pasado.

Jonás Trueba nos habla en su película de esta posibilidad de volver a empezar, de cómo se puede volver amar a la misma persona después de haberla amado. Para hacer efectiva la repetición o el recasamiento es preciso asumir la ruptura. La particularidad de Volveréis es que desde la primera escena nos introduce en una ruptura anunciada, pero sin que ni él, ni ella lleguen a estar convencidos de la materialización de dicha ruptura. Los amantes deciden separarse y organizar una fiesta con motivo de su separación, deben anunciarlo a los amigos y convocar a los invitados. La idea funciona, pero resulta tan excéntrica que forma parte de otro registro que no es el de la vida, sino el de ese cine que busca la felicidad. Los protagonistas afirman al inicio que el tema de la fiesta de separación es un buen guion para una película y un mal guion para la vida. Volveréis funciona como ficción autónoma sobre la vida cotidiana y, sin embargo, también como una película abierta que se rueda mientras se desarrolla. En esa película que coincide con la que vemos como espectadores, se ponen en cuestión las numerosas dudas que tienen que ver con el relato y con la existencia. Trueba convierte Volveréis en un espejo de la incertidumbre y nos plantea abiertamente las críticas que como espectadores podemos hacer a la película, entre ellas la idea de que se repite que no es ni lineal, ni avanza en círculos. Volveréis acaba siendo una afirmación del amor surgido después de la duda, del amor que es cuestionado para poder volver a manifestarse. Durante el trayecto la duda está en los actores, en los encuentros y en las miradas. El tiempo de la proyección es el del tiempo de la espera y de la repetición, un tiempo que solo puede ser transformado a partir de la revelación, de ese milagro que acontece cuando las ilusiones perdidas se transforman en ilusiones rencontradas. Jonás Trueba filma su gran película, pero lo hace desde la discreción como si en sus manos tuviera una joya frágil y delicada.

Àngel Quintana