Carlos F. Heredero.
Hay ocasiones en las que todos los duendes parecen ponerse de acuerdo para jugar al mismo juego, en las que todos los astros parecen conspirar al unísono para dibujar la misma constelación. Y algo así como una constelación de visionarios, de creadores vanguardistas y de iniciativas a contracorriente, en diferentes campos de la creación y del imaginario audiovisual, es la que ha terminado por configurarse este mes de noviembre por agregación de múltiples manifestaciones y síntomas que se hacen eco entre sí.
Incluso en el distante Londres la recuperación de la obra pionera y decisiva de Eadweard Muybridge (Tate Britain), que también encuentra un pequeño hueco en nuestras páginas, parece señalarnos un camino que comenzó a recorrerse ya en los ancestrales tiempos del precine: sin el impulso iluminista de los más atrevidos inventores de formas, de los que se atreven a contravenir las leyes conocidas para abrir nuevos horizontes, de los que no se conforman con la realidad de lo existente, sino que indagan sin cesar en busca de la utopía soñada, el cinematógrafo (igual que las otras artes) no habría pasado de su estadio primitivo o andaría todavía imitando a los hermanos Lumière, visionarios entre los visionarios de su época y de su mundo.
Ese horizonte utópico es el que exploran, de manera emblemática, los trabajos inclasificables de José Val del Omar, cuyas indagaciones circulan simultáneamente por los caminos de la técnica, la poesía, la mística, la óptica y la mecánica para proponer un inagotable desbordamiento de sensaciones y de experiencias que llegan ahora a las salas del Museo Reina Sofía (enclave central del arte contemporáneo español) como un síntoma más de las sinergias profundas que existen –que han existido siempre, aunque la historiografía cinematográfica solo muy recientemente ha sido capaz de empezar a pensar sobre ello– entre la modernidad cinematográfica y el arte de vanguardia.
Al mismo tiempo, dos importantísimas ediciones en DVD recopilan por fin, con rigor metodólogico y con copias debidamente restauradas, la obra más relevante de Val del Omar y la de otro gran visionario español adelantado a su tiempo (Segundo de Chomón), mientras que el Centre Arts Santa Mónica, de Barcelona, se adentra en los vínculos existentes entre el videoarte y la televisión, el Festival de Sitges proyecta un valioso documental sobre la historia del cine experimental español, la madrileña Semana de Cine Experimental cumple dos décadas este mismo mes, la programación del XCèntric alcanza ya los diez años de existencia y el Centro de Cultura Contemporánea, también en Barcelona (otro gran centro museístico), pone a punto su gran proyecto en torno a las correspondencias fílmicas que mantienen entre sí algunos de los más irreductibles y personales cineastas del presente.
Y todo esto ocurre al mismo tiempo que llega a las pantallas comerciales la más atrevida y original propuesta fílmica que ha surgido este año desde el ámbito del cine independiente español (Aita, de José María de Orbe) y a la vez que llega a Gijón otro creador emblemático y solitario, que se abre paso a machetazos de heterodoxia con cada nueva película (Eugène Green).
Diferentes y muy heterogéneos destellos de vanguardia y de experimentalismo audiovisual, es cierto, pero todos ellos relacionables por su común afán de abrir nuevos cauces a ese “cine de largo recorrido” del que habla Gonzalo de Lucas, a esa creación libre y no domesticada que nos estimula los sentidos y que nos despeja caminos que antes creíamos utópicos o imposibles, a esas obras capaces de dialogar con todas las manifestaciones de la belleza humana más allá de su utilidad contigente para el comercio o para las urgencias de cada momento histórico. Utopías del cine y del audiovisual en el aquí y ahora de nuestra realidad mediática y cultural.
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