Carlos F. Heredero.
Detengámonos un momento, tomemos una cierta distancia de la maraña de intereses cortoplacistas que mueven habitualmente la dialéctica entre política y cultura en nuestro país y hagamos recuento…
El Festival de San Sebastián ha ofrecido una plataforma de excepcional relieve a películas españolas tan humildes, pero tan valiosas, como Aita (Orbe), Elisa K (Colell/Cadena), Pan negro (Villaronga), Guest (Guerin) o Blog (Trapé), lo cual ha generado un nada despreciable caldo de cultivo que les ayudará de cara a sus inminentes y respectivos estrenos; y el certamen ha hecho posible también conocer en España Mistérios de Lisboa, la emocionante obra maestra de Raúl Ruiz que todavía sigue sin distribución en nuestro país. El Festival de Sitges (y a su vez el Museo Reina Sofía, de Madrid) presentan este mes una coproducción española tan excepcional como es Uncle Boonmee Who Can Recall his Past Lives (A. Weerasethakul), ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes. La programación de Animadrid ha mostrado la obra completa de Michel Ocelot, un gran creador del cine de animación. La SEMINCI de Valladolid hará de altavoz para la promoción de una importante película de Kiarostami (Copia certificada) y también del más reciente trabajo de Godard (Film Socialisme), que tiene serias dificultades para encontrar un hueco en las salas. El próximo Festival de Gijón, a su vez, programa un importantísimo ciclo dedicado al francés Eugène Green y otro a la contemporánea Escuela de Berlín, de la que está saliendo lo más vivo del cine alemán de los últimos años: dos significativas y vivísimas realidades cinematográficas del presente sin ninguna presencia en las pantallas comerciales españolas…
A su vez, la Filmoteca de Cataluña recupera este mes, entre otros tesoros, una copia nueva de El mundo sigue (F. Fernán-Gómez) y un trabajo de crucial importancia (A Film Unfinished, de Yael Hersonski), que descubrió en nuestros lares el Festival de Granada (al que ahora se cuestiona de forma irresponsable desde algunas instancias de la Junta de Andalucía). La Filmoteca de Valencia programa una retrospectiva de Pierre Schoendoerffer, también inédito en estas tierras. El CGAI gallego despliega la filmografía completa de Pedro Costa. Y la Filmoteca Española, siguiendo su coherente línea de programación, ofrece este mes lo más actual y lo más joven del cine belga y del cine coreano, cinematografías igualmente desconocidas entre nosotros.
El recuento podría parecer superfluo, pero en este país muchas veces hay que repetir en voz alta, una y otra vez, las verdades del barquero, esas obviedades que, ¡mira por donde!, las corrientes mercantilistas intentan hacer olvidar, o boicotear, en aras de una concepción meramente instrumental y populista de la cultura. Y esas obviedades son, a fin de cuentas, las que vienen a recordarnos (entre otras muchas instancias culturales) estos festivales y estas filmotecas; es decir, que la cultura y la expresión artística no saben de conveniencias ni de intereses industriales, que el buen cine no lo imponen los nombres ya consagrados sino las buenas películas, que es preciso mantener y apoyar las instituciones públicas capaces de abrir espacios a la pluralidad, a la expresión creativa más exigente (por minoritaria que ésta resulte a veces), a la programación independiente de los intereses industriales o políticos.
Y conviene recordar todo esto precisamente ahora, cuando de nuevo se intenta poner en cuestión la independencia de las instituciones culturales y de su trabajo a largo plazo; ahora que, aprovechando las apreturas de la crisis, se pretende condicionar el vuelo de esas instituciones; ahora que se trabaja para aligerar al Estado de lo que algunos consideran la “carga de la cultura”. Es preciso recordar, en definitiva, que segarle la hierba bajo los pies a estas instituciones es una forma como otra cualquiera de suicidio cultural.
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