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Asmae El Moudir no había nacido en 1981 cuando debido a un ajuste estructural de la economía generado por el Banco Mundial, tuvieron lugar una serie de huelgas generales en Casablanca. Los sindicatos vieron cómo la situación de hambre era insostenible, agravada por unos años de sequía. La dictadura de Hasán II decidió reprimir duramente las manifestaciones, contabilizándose un total de seiscientos muertos. Entre las víctimas de esta represión estaba Fátima, tía de la protagonista, mientras que otros de sus tíos fueron encarcelados. En la mansión familiar dominada por el poder de la abuela, el silencio siempre ha reinado. Las ausencias parecen haberse eclipsado y la historia política siempre ha sido un tabú. La abuela callaba porque consentía la dictadura y para no querer sacar el recuerdo de las heridas borró las fotos y todo objeto del recuerdo.

¿Cómo recuperar los orígenes familiares cuando no quedan rastros, ni imágenes? Asmae El Moudir encuentra una respuesta cercana a la que utilizó Rithy Panh en La imagen perdida para contar sus orígenes familiares y su tragedia personal en la época de los Jemeres rojos de Camboya. Para reconstruir lo que no está utiliza títeres, decorados artesanales, objetos, y va a la búsqueda de las pocas fotografías del momento. También están la abuela, sus hijos y la memoria oral, pero el tema es cómo llegar a visibilizar lo oculto, aquello que se convirtió en un tabú familiar. Situándose en las fronteras del documental, Asmae El Moudir hace una película valiente que apela a la memoria silenciada de su país, pero también habla del consentimiento de una generación que no quiso ver, que cerró los ojos ante la realidad, porque le resultaba mucho más cómodo llegar a negarla. Àngel Quintana