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Adaptación de la novela homónima del escritor israelí Eshkol Nevo, cuyo original transcurre en un edificio de Tel Aviv, el retorno de Nanni Moretti al territorio melodramático de las relaciones materno y paterno-filiales (en la memoria sigue palpitando aquella hermosa obra maestra que fue La habitación del hijo, Palma de Oro hace ya veinte años) trata de articular un crisol poliédrico de relaciones entre vástagos y progenitores en tres familias distintas que viven en otros tantos pisos de un mismo inmueble de Roma. El trenzado narrativo muestra enseguida la voluntad de construir un puzzle con múltiples piezas que se hacen eco entre sí, pero la arquitectura del relato deja al descubierto el andamio sobre el que se sustenta, porque el guion está lleno de giros dramáticos y se prolonga, en tres épocas distintas, estirando y retorciendo todavía más el artificio. La película se salva por la magnífica composición de todas las actrices (con la siempre emocionante Margherita Buy al frente), por el valiente calidoscopio de retratos femeninos que toma el protagonismo de la ficción y por algunos momentos intermitentes en los que la radiografía de las relaciones entre padres e hijos llega a vibrar con genuina emoción, pero el conjunto se muestra casi desmayado en el pulso de la puesta en escena, tiene algo de ortopédico en su articulación y queda lejos de los mejores logros de su autor.

Carlos F. Heredero

Quizás algún espectador se pregunte, ante Tre piani, donde está ese cineasta que empezó declarando que era un autárquico. No hay relato político, ni existen rupturas de tono, ni ningún elemento que remita a ese humor lúcido del mejor cine de Moretti. Estamos ante otro registro, quizás apuntado hace veinte años ligeramente en La habitación del hijo. Lo que le interesa es explorar las reglas del melodrama y el deseo de lo novelesco. Por primera vez, Moretti parte de material ajeno, la novela de Eshkol Nevo, Tres pisos, cuya acción transcurre en Tel Aviv. Al cineasta no le interesa ser un autárquico, sino ponerse únicamente en la piel de un cineasta clásico de trazo firme que explora, hasta el límite, las leyes del melodrama en una historia colectiva que se desarrolla en tres tiempos y que, como en todo melodrama clásico, habla de las huellas y heridas que genera el paso del tiempo. Moretti parte in media res para poner todas las piezas sobra la mesa en la primera escena. Un coche atropella a una mujer y acaba chocando contra un inmueble. El chico que lo conducía ebrio es hijo de un juez y la testigo era una mujer que iba de parto. A partir de este momento todo arranca y Moretti va apuntalando otras historias como la de un padre que sufre porque su niña no haya sido víctima de los abusos de un viejo al que ha confiado, pero que no duda en tener relaciones con una menor, sin plantearse sus propios límites. El cineasta no pierde el pulso del melodrama, del encadenamiento de las historias para acabar hablando de la paternidad tóxica, de la paternidad ausente y de la paternidad destructora.

A lo largo de la película se tejen diversas relaciones imposibles entre padres e hijos, entre mujeres que se siente impotentes frente a unas relaciones imposibles y que se vieron obligadas a escoger sabiendo que toda decisión estaría sumida al fracaso. Es cierto que Tre Piani desconcierta, que quizás cuesta reconocer ciertos trazos de Moretti y su fidelidad a un género que debe modularse para no caer en la tragedia y mantener hasta el final el tono agridulce que permite la superación del relato. En los momentos finales, una banda interpreta un tango mientras diversas parejas bailan, es el único momento de la película en que Moretti busca una imagen simbólica que le aleje del tejido de causas y efectos con el que ha construido su película. La conclusión puede parecer evidente: la vida es un tango. El problema no es admitirlo sino aprender a bailarlo.