Homenaje rendido y explícito a la memoria y a la huella personal de Ingmar Bergman, filmada en la isla de Farö en los propios escenarios de la casa personal del cineasta sueco, en la cabaña que utilizaba para proyectarse películas a sí mismo, en las instalaciones convertidas por la Fundación Bergman en lugar de peregrinación turística y cultural, y en los escenarios en los que filmó algunas de sus películas más emblemáticas, la nueva realización de Mia Hansen-Love (tras la inerte y completamente fallida Maya, 2018) está protagonizada por una pareja de creadores (un director interpretado por Tim Roth y una guionista a la que encarna Vicky Krieps) que se establecen allí, en la residencia para artistas, a fin de buscar inspiración para el desarrollo de sus nuevos proyectos. A la sazón, la película parece desdoblarse en dos a partir del momento en el que ella empieza a contarle a él la historia que está escribiendo y Hansen-Love la pone en escena, abriendo así un nuevo cauce narrativo que, en realidad, funciona como una especie de espejo de sus propias relaciones de pareja. Nos encontramos así con un nuevo intento de una mente creadora por encontrar un sentido al momento vital que atraviesa, como ya sucediera en las películas de Nadav Lapid, Emmanuel Carrère, Eva Husson y Joanna Hogg, en lo que se ha convertido ya en el leit-motiv esencial del festival, y que funciona aquí –nuevamente— como mecanismo autorreflexivo de la directora por persona interpuesta.
Por desgracia, tanto la historia inicial como el relato que supuestamente escribe la guionista (y que ocupa la segunda parte del film) carecen de la necesaria fuerza dramática para que Bergman Island vaya mucho más allá de una serena y relajada excursión veraniega por los ‘santos lugares’ laicos de la cinefilia. Solo en el cuarto de hora final el cruce y la superposición de las dos historias consiguen abrir algunas grietas para que una cierta dimensión fantástica, entresoñada y metanarrativa venga a inyectar algo de ambigüedad, complejidad y densidad a lo que, durante casi todo el metraje, había discurrido antes de forma tan plácida como transparente, tan armónica como cinéfila, pero también tan sencilla como desmayada en su falta de pulso, de vibración e incluso de estilo. El resultado es un pequeño tributo íntimo de la directora a un cineasta transcendental para la historia del cine, pero no mucho más.
Carlos F. Heredero
Antes de comenzar su carrera como directora, Mia Hansen-Love compartió su vida y trabajó como actriz durante muchos años con el cineasta Olivier Assayas. Assayas fue co-autor de un libro de entrevistas con Ingmar Bergman publicado por Cahiers du cinema a principios de los noventa. A lo lo largo de su carrera, la pareja de cineastas han ido elaborando una filmografía por separado, con algunos puntos en común, a partir de perspectivas creativas muy diferentes. Bergman Island surge tanto del trasfondo de la crisis real de esta pareja, como del fantasma de Ingmar Bergman, cuyo mundo y su radiografía de los sentimientos marca el tono de la obra. Mia Hansen- Love nos habla de las múltiples capas vitales que sirven como alimento para configurar la ficción. Aquello vivido se mezcla con aquello soñado, el mundo real se mezcla con el mundo posible y todas las capas acaban superponiéndose en una historia en la que todos los actores se transforman en alter egos de una realidad determinada. Bergman Island se proyecta en dos cineastas -un hombre de mediana edad y una chica joven- que van a hacer localizaciones en la isla de Färo y descubren todo el universo Bergman que se esconde en el interior de la isla. Mientras transitan, ella entra en crisis creativa y cuenta un guion que pretende rodar. Este juego de espejos encuentra su eco en la historia de dos jóvenes amantes, que se encuentran en la isla unos años después, dudando de su hipotética infidelidad, entrando en una crisis de la que no saben como resolver sus enigmas, posiblemente porque los enigmas vitales no tienen nunca solución.
Las diferentes capas de ficción convierten Bergman Island en un peculiar viaggio in italia filmado en el que los alter egos de una cineasta se mezclan para proyectarse en otro universo fantasmagórico del que solo quedan sillas vacías, estanterías llenas de libros, ventanas abiertas al horizonte, el retrato de la mujer muerta y unos paisajes que se convierten en lugares de memoria de alguien que transitó por ellos. Un universo fantasmagórico cuyos grandes temas no cesan de resonar en la película, pero también en nuestras vidas.
Àngel Quintana