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Muy probablemente después de ver Tótem no conserves en la retina demasiado tiempo ningún plano concreto. Esto, que generalmente es algo bastante malo, un índice del poco peso de cualquier film, no sirve como vara de medir para el sobresaliente segundo trabajo le Lila Avilés: la cineasta que más expectativas despierta en el panorama mexicano actual. Pero es que Avilés juega en una liga diferente. Aquella que pareciera haber descubierto la fórmula para robar los recuerdos de la propia biografía de cualquier espectador. Ese es el nivel de identificación y empatía que logra el segundo film de la directora de La Camarista (2018), y que se erige como una vigilia entre el duelo y la celebración de la vida en medio de una ficción tan tangible como abrumadora.

Avilés sigue la mirada de una niña y su temor a la inevitable muerte de su padre, enfermo terminal de cáncer. Lo más devastador del retrato es el momento elegido para desarrollar toda la cinta: una fiesta de cumpleaños en la que todos los miembros cercanos al enfermo sonríen y le muestran su amor. No se habla de enfermedad ni de consecuencias, no hay prácticamente conversaciones entre adultos. Hay un camino compartido, un caminar entre el dolor, convertido este en una consecución magistral de planos íntimos. Avilés filma algo semejante a un respetuoso paseo por las vísperas de un duelo que son, en sí mismas, otro duelo previo. Uno más duro, más fuerte todavía que el que acontece tras cualquier pérdida.

Obviamente importan y mucho las elegantes decisiones de puesta en escena de la mexicana, los fuera de campo de Avilés mantenidos y pacientes, su tensión construida a base de tiempos de espera que presentan a personajes a través de situaciones cotidianas para luego hacer que explote la tensión en íntimos y esperados, pero nunca melodramáticos encuentros entre ellos. Pero eso no es suficiente, no sería justo para explicar el cine de Avilés, ya que su trabajo no es solo una suma aditiva. Y es que su puesta en escena no se compone simplemente de los ingredientes de un truco. La suya es la magia de un cine artesano con los conocimientos propios de una ciencia oculta.

La polisemia de su título juega a que Tótem pueda tener además un significado distinto para cada espectador. El dolor individual, la suma de dolores aislados en la cinta, en medio de una casa llena de gente es en Avilés un ejercicio de amplificación pegado al punto de vista infantil pero también a la obligada resiliencia universal. La cineasta mexicana parece recordarnos que ante la pérdida y la muerte todos tenemos el modo de mirar de un niño.

Si el buen cine no es otra cosa que un misterio, el misterio de Lila merece distribución en todos los países. Queda pendiente, para lo que podría ser un largo debate, discutir si los últimos planos de la cinta deberían o no haberse suprimido (y me refiero a aquellos que están tras el fundido negro que disuelve el primer plano de Sol, la niña, frente a una tarta de cumpleaños mirando directamente a cámara). Pero para hablar sobre esto, antes todos debemos ver la película. Raquel Loredo