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De llevar título, esta crítica quedaría bautizada como ‘En tránsito’. Mika (Karolina Kominez, una actriz bañada en inox), regresa a Polonia tras 20 años de ausencia. Va a ver a su padre, hospitalizado a causa de una irreparable lesión cerebral. Para él, su hija sigue siendo la adolescente que todavía vive bajo su techo. Recapitulemos: A) Mika está en Polonia ‘temporalmente’ (veremos cómo su actual pareja, de nacionalidad británica, le manda videos de la nueva casa que han comprado junto al mar); y B) su padre no la sitúa en el rango de edad que le corresponde, lo que la convierte en un fantasma de sí misma.

Vayamos ahora a las imágenes. Ola Jankowska emplea, siempre de manera sutil y casi tangencial, dos motivos visuales que salpican tres de las cuatro partes en las que se divide su primer largometraje de ficción. Uno lo constituyen los lugares de paso (carreteras, estaciones, paradas de autobús); el otro, los edificios en construcción (veremos grúas, esqueletos de rascacielos, solares vallados que se emplean como almacenes para el material). El estatismo de la cámara, la frialdad de la colorimetría y el radical uso del punto de vista son los elementos que la cineasta de Lodz entrelaza para armar este prodigioso estudio de una mujer extraviada en un limbo vital, con un futuro en un país lejano al que no puede acceder porque el pasado sigue tirando de ella. Para salir de esa laberíntica estación intermodal, Mika tendrá que ajustar cuentas no solo con viejas amistades y amores semiolvidados, sino con recuerdos antiguos que todavía supuran y que Jankowska cauteriza en un espectral episodio final en el que la protagonista viaja por los interiores de su memoria para poner fin a un duelo múltiple y lacerante.

Esta es, en definitiva, una propuesta extremadamente rigurosa: si Mika se encuentra en una etapa intermedia de su vida en la que para conquistar el futuro deberá resolver problemas pretéritos y Polonia ha pasado de ser un bastión comunista a un país ultracatólico (cuestión fundamental que la directora plantea a partir de un apunte con ecos metonímicos tan fugaz como lúcido), la propia película se construye a partir de la superposición de texturas y formatos (cámaras térmicas, videos domésticos, material de archivo), apuntalando esa idea de indeterminación que aflige a la protagonista y mostrándose como una suerte de freno estético que concuerda con las dificultades que la joven encuentra para seguir adelante.