Enfrentarse a la adaptación de un texto fundacional es siempre un reto para cualquier cineasta que decida asumir esta tarea. Y en Matadero, Santiago Fillol lo hace con creces. En lugar de adaptar la historia contenida en el relato de Esteban Echeverría -lectura obligada en cualquier escuela argentina-, Fillol plantea un inteligente juego metacinematográfico en el que confluyen tres tiempos distintos. La película sigue a un cineasta americano a punto de estrenar una obra que realizó en los 70, pero que nunca llegó a ver la luz por las circunstancias fatídicas en las que finalizó el rodaje (lo que a su vez plantea un juego con el tropo de ‘film maldito’). Este es el punto de partida inicial de Matadero, que inmediatamente después, y a través de la voz en off de un personaje femenino que empieza a contar lo acontecido justo antes de que podamos verlo en esa pantalla grande, da un salto a 1974. A partir de ese momento, la película tomará la forma de una adaptación de la adaptación, centrándose en el rodaje de aquel film que decide hacer el americano sobre el texto de Echeverría.
Fillol dialoga con códigos del terror y la serie B (no es azaroso tampoco que el personaje del americano sea justamente un director que viene de este contexto) para dar forma a un thriller en el que las tensiones de clase se entremezclan con las tensiones propias al interior de un rodaje, dando lugar a una doble reflexión sobre el propio texto de Echeverría y el papel del cine en la adaptación. Matadero se mueve constantemente en un terreno indefinido entre lo que se muestra ante nuestros ojos y lo que se mantiene en el fuera de campo, generando la sensación de que todo el tiempo estamos a punto de presenciar algo horroroso que nunca llega a completarse, y plasma a su vez la violencia originaria propia de El Matadero. Es así como, a partir de todos estos elementos, el director argentino (que ha trabajado como coguionista en filmes de Oliver Laxe) imprime una contemporaneidad al relato de Echeverría que refleja la relevancia de este en todo el imaginario argentino desde su origen hasta el día de hoy. Todo atravesado por un discurso político que se va revelando, poco a poco y con gran sutileza, a través de la forma.