A pesar de su desaliño formal e incluso estructural, o quizá gracias a él, este primer largometraje de Éléonore Saintagnan acaba revelándose como una pieza de rara coherencia, consigo misma y con el mundo que la rodea. De hecho, lo primero que hace es crear un mundo, más allá del llamado ‘real’, que como ya sabemos es la mejor manera de conectar con él: la narradora contempla impotente cómo se avería su coche, con el que pretende huir por unos días de su agobiante existencia en la ciudad, y se ve obligada a quedarse en un camping decididamente singular, poblado por una extravagante fauna humana, que incluye a un vaquero que lleva años esperando allí a su hija y a una madre y su hijo pequeño que decidieron quedarse para siempre al terminar sus vacaciones. La verdadera atracción del lugar, sin embargo, es un pez supuestamente gigante que nadie ha visto pero del que se cuenta una leyenda más bien descabellada, puesta en escena por Saintagnan en imágenes de conmovedora ingenuidad, a medio camino entre el cuento infantil y algunas ficciones religiosas de Rossellini o Pasolini. La película entera responde a ese patrón, a una mirada límpida, la de la propia cineasta-narradora, que oscila entre un humor a veces absurdo y una cierta tendencia hacia el surrealismo, sensación acrecentada por el hecho de que nunca la veamos interactuar en el mismo plano con sus criaturas. Pues quizá se trate de eso. ¿O acaso Camping du lac no se puede interpretar como un sueño, o como producto de la imaginación de esa mujer perdida que muy bien podría estar poniéndolo por escrito a modo de cuento o incluso en imágenes, siendo lo que vemos escenas de un guion que quizá esté escribiendo (y de ahí que sea la propia Saintagnan quien interprete a esa ‘narradora’ cuyo nombre no sabremos nunca? Con su desbordamiento narrativo y su energía constante, Camping du lac es también toda una declaración de principios: elogio de la pereza, del no-hacer-nada como fuente de la ficción y modo de resistencia frente a un contexto demasiado productivo, acaba consiguiendo que su mundo inverosímil nos parezca el único posible. Carlos Losilla