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De manera furtiva y secreta, Mohammad Rasoulof ha tenido que salir huyendo de Irán, amenazado de cárcel y de latigazos por el gobierno que rige los destinos de su país, en represalia por ejercer la libertad de expresión, de la misma manera que ha debido sacar de allí clandestinamente su película para que pudiera proyectarse en Cannes el último día del certamen. Con tales antecedentes, estaba cantada la acogida entusiasta al cineasta en la platea de la gran sala Lumière y el respaldo de la intelectualidad cinematográfica europea a la figura personal del director. Otra cosa debería ser la valoración estrictamente cinematográfica de su película, que empieza muy cerca de la fórmula propia de Asghar Farhadi (un drama moral más bien sobreescrito) y termina zambulléndose de pleno en el territorio de la metáfora política, cultural y psicoanalítica más evidente y menos sutil. Entre medias, Rasoulof cuenta la historia de un funcionario de la administración de justicia del Régimen, atrapado primero entre sus convicciones éticas y la imposiciones gubernamentales para que tramite sin contemplaciones los expedientes de los detenidos en los disturbios, y, después, en una paranoica pesadilla familiar cuando la desaparición de la pistola que guarda en casa amenaza con poner en riesgo su carrera y le lleva a cuestionar a su mujer y a sus hijas como sospechosas del supuesto robo.

Durante la primera mitad del relato parecería que estuviéramos en un cierto territorio chabroliano (la sumisión de la ética al estatus social), pero a medida que avanza el film, los sucesivos y más bien caprichosos giros de guion van alejándonos cada vez más del realismo para buscar a toda costa la dimensión parabólica, a la vez cultural (la pistola como símbolo freudiano del patriarcado cuestionado) y política (la ciudad abandonada de las últimas secuencias, llena de cuevas y túneles, como metáfora de un Irán destruido por la locura a la que puede conducir la paranoia de un estado policiaco). Entre medias, Rasoulof intercala, como denuncia explícita, algunos vídeos de la violenta represión policial sufrida por los manifestantes en las últimas revueltas de su país en lo que constituye la vertiente más explícita de su film en tanto que denuncia política sin ambages. De ese parti pris extrae la película toda la simpatía ideológica que puede despertar, más allá de una deriva dramática y narrativa que resulta muy desigual y que, en su segunda mitad, está llena de situaciones absurdas y de autoindulgentes concesiones en función de su vocación metafórica, ya condensada en su propio título: esa higuera cuyas ramas, a medida que crecen, se anudan en torno a su propio tronco hasta casi ahogarlo, como se nos cuenta en la cita que abre la proyección en explícita metáfora del cáncer moral que la execrable dictadura teocrática iraní amenaza con contagiar a toda la sociedad.

Carlos F. Heredero

Y el último día llegó la política y lo hizo en forma de una hipotética Palma de Oro para una película de hojalata. Al festival le faltaba el gran tema y este llegó acompañado de conflicto político. Mohammad Rasoulof fue condenado hace años a no hacer cine, pero le fue eximida la condena, hasta que como consecuencia de filtrarse alguna cuestión sobre el rodaje de su última película, fue condenado a ser encarcelado y recibir unos cuantos azotes. El 8 de mayo, Rasoulof se escapó de Irán, se refugió en Alemania y tomo un pasaje para estar presente en el estreno de la película. Antes de la proyección el veredicto ya estaba concedido y la primera ovación tuvo lugar antes de empezar.

The Seed of the Sacred Fig tiene en su primera parte todos los elementos para ser una buena película y para tener atrapado al espectador a partir de un guion que quiere exhibir su solidez y unas actrices que funcionan de maravilla. Rasoulof cuenta la historia de Iman, un hombre que acepta trabajar para el gobierno y dictar sentencias a las personas encarceladas. Las autoridades le piden que sea implacable, que guarde silencio y que se abstenga de hacer juicios morales. Iman forma parte de la mecánica del régimen y cree e incluso adora el sistema porque aunque el mundo cambie, Dios no cambia. Su mujer está dispuesta a hacerlo todo para complacer al marido y permitirle que suba en la escala social. Incluso puede pedir a sus hijas que se comporten, que no critiquen al régimen y que sean tan sumisas como la madre al poder del padre. La acción de la película transcurre en el otoño de 2022 cuando las mujeres iranís salieron a la calle y se levantaron el velo. Las universidades cerraron, las estudiantes de los institutos provocaban a sus superiores y la policía no hizo más que reprimir con dureza, se incrementaron las penas, se llenaron las cárceles, pero la revolución estaba allí. En la casa de Alí, los aires de la revolución también se filtran en la primera parte con la visita de una amiga de la hija mayor que ha sido agredida en una manifestación. Hasta este momento no estamos ante la mejor de las películas posibles, pero vemos cómo la realidad está allí reclamando una explicación y cómo el cineasta, con cierta poca traza, intenta crear un buen drama.

A partir de un momento situado en la mitad del metraje, The Seed of the Sacred Fig da un giro inesperado y la trama social pasa a convertirse en una trama metafórica. Parece como si la realidad exterior se hubiera eclipsado y la metáfora se convirtiera en el instrumento perfecto para contarlo todo y abandonar toda posible complejidad. La metáfora se instala en el corazón de la familia. El padre pierde el arma que le ha dado el gobierno y su carrera política puede verse comprometida. Las autoridades le advierten que puede sufrir tres años de cárcel por perdida de confianza ante la misión política. A partir de este gesto banal, la revolución queda en otra parte y se instala en el hogar. El padre quiere descubrir cuál de las tres mujeres le ha robado el arma y el monstruo empieza a perder la razón. El significado de la metáfora es tan obvio que resulta ridículo y se transforma casi en una clase elemental de introducción al psicoanálisis. Al perder el arma, el padre ha sido castrado por alguna de sus mujeres. La castración pone al padre nervioso porque ha perdido el falo que le otorga el poder y a partir de aquí empieza a dar patadas como una bestia herida. La revolución familiar pasa por destruir el patriarcado, como prefiguración de otra revolución política más amplia, consistente en aniquilar el patriarcado de los Ayatolah que gobierna en Irán.

Àngel Quintana