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Hacia el final de Mother, Couch! se impone cierta sensación de desconcierto que, irónicamente, desentona con la ya extraña atmósfera en la que se había instalado la cinta desde el principio. Ya sea por la falta de luz natural que prima durante la mayor parte del metraje (la historia transcurre casi completamente en un almacén de muebles en decadencia) o por la poca precisión con que se suceden algunos de sus diálogos (que prefieren no ahondar en detalles y no revelar demasiado del pasado de los personajes), el enigma es, hasta ese momento, un traje que la cinta viste con elegancia. Todo ello se viene abajo en su tramo final, quizá por refugiarse en una autoconsciencia que confunde el misterio con lo inverosímil. Porque el surrealismo, si no explica una realidad (por muy inconsciente que esta sea), se convierte en un mero barniz con el que adornar la obra. Por eso, cuando Mother, Couch! se desprende de todo aquello en lo que parecía sustentarse (lo irracional, lo ilógico, el absurdo contenido) y deja que lo críptico se apodere de la narración, esta, paradójicamente, se vuelve más convencional y previsible, y acaba por ofrecer respuestas tan solo a sus preguntas menos interesantes. Cristina Aparicio