El concepto del matrimonio (y su mutabilidad) es algo transversal en su filmografía, que retoma en Passages… Veo el matrimonio como el espacio de la intimidad y del conflicto. Es un tema que no se agota, siempre hay algo más que contar. La vida, para mí, es la manera en que las personas interactúan con sus hogares y relaciones domésticas. Es la vida que conozco. Y creo que lo que resulta diferente en Passages, en comparación a otros de mis trabajos, es que en las relaciones retratadas parece haber una ausencia de vergüenza; algo que en mi vida ha ocurrido recientemente. Son relaciones que no necesariamente son amables, pero sí transparentes. Y creo que eso se traduce en una libertad de las imágenes que está presente en el film. Nada se reprime, todo se muestra tal cual.
Sus filmes retratan también una progresiva liberación del deseo. En Passages, las escenas de sexo son centrales y explícitas. ¿Cómo se aproximó a esto? Hacer esta película en un contexto postpandémico me hizo sentir una libertad inmensa. Sentía que no tenía nada que perder y quería hacer una película ‘cachonda’. Pensé mucho en Éric Rohmer y Néstor Almendros, en cómo la colaboración entre ambos dio lugar a gran parte del cine más cachondo de la historia. Había en mí un disfrute consciente del placer del cuerpo. Y si había piel, quería verla.
Desde la secuencia inicial, se presenta a Tomas como un director egocéntrico, casi megalómano. ¿Cómo fue la construcción del personaje? Animé a Franz (Rogowski) a disfrutar del exceso de su personaje, que se reflejaba en aspectos tales como la ropa o la falta de inhibiciones y de autoconciencia. Hablamos mucho sobre James Cagney como modelo del sociópata bello y Franz supo imbuir a su personaje de esto. Lo que vemos es una actuación, entretenimiento puro. Allí está la diferencia entre el realismo y el cine. Siempre pienso en El desprecio (Jean-Luc Godard, 1963): una película que está anclada en lo real, pero que existe en lo irreal.
Ha mencionado a Rohmer y a Godard. ¿Qué otros referentes tuvo en el momento de filmar Passages? Quería recordar qué tipo de imágenes sexuales podía crear, por lo que Chantal Akerman fue fundamental, especialmente Je, tu, il, elle (1974). Hay también una película alemana de 1980 titulada Taxi al W.C., de Frank Ripploh, muy obscena y totalmente humana. La combinación de ambas se sentía como el mundo que conozco. (Maurice) Pialat permanece como una gran influencia. Mi director de fotografía, Josée Deshaies, lo llamaba el ‘monstruo en la habitación’ durante el rodaje de Passages: su influencia es tremenda, abrumadora a veces, pero también increíblemente inspiradora.
Con sus últimas dos películas, Frankie (2019) y Passages, ha tomado la decisión de salir de la esfera de Nueva York (que suele ser el epicentro de sus historias) y se ha trasladado a rodar en Europa. ¿Qué ha impulsado este cambio? De un lado, he podido rodar en Francia y en Europa porque he encontrado oportunidades económicas para hacerlo. Pero, además, Passages refleja en gran medida cómo ha cambiado mi vida y cómo he llegado a una experiencia americana no monolítica. Acabo de pasar un año viviendo en Ecuador, mi esposo es ecuatoriano, mi coguionista brasileño, mi editor francés, mi productor tunecino… Así es como luce mi vida y creo que la película refleja eso. Creo que el tipo de cine con el que estoy comprometido, lo que yo llamo ‘cine personal’, ha desaparecido en casi todo Estados Unidos. Creo que hemos perdido ‘lo humano’ en el cine americano.
¿Por qué cree que se ha dado esta pérdida? El capitalismo. La simple idea de la globalización y el producto. También creo que la televisión ha ganado y ha derrotado al cine independiente, al teatro, a muchas otras formas de arte. Hemos perdido el espacio comunal de la sala de cine. Por supuesto, la pandemia tampoco ayudó… Son muchos factores. Pero tenemos el reto de ir más allá de la nostalgia, resistir a través de nuestras propias acciones, en la manera en que podamos. Hoy en día más personas pueden hacer más cine por menos dinero, y más voces están siendo escuchadas. Passages trata en gran medida sobre el privilegio de ser Tomas, que es también el privilegio de ser un hombre en nuestra cultura. Y yo tengo una relación ambivalente con esto porque soy sujeto de ese poder y al mismo tiempo estoy tratando de destruirlo. Es una contradicción interesante.
El último plano de la película recuerda a muchos otros finales suyos… Acabo de ver una retrospectiva de mi obra en París y he pensado: “Todos mis filmes acaban en la calle, sin rumbo”. El cine, creo, consiste en capturar algo en la mitad. La película empieza con un pasado que no conoces y acaba con un futuro que solo te puedes imaginar. Cada escena es un punto medio, una secuencia de ellos. Quiero que el espectador sienta que podría haber otro film diferente, acompañando a un personaje o pensando en lo que sigue después del final… Quiero crear un cine abierto, que, no obstante, satisfaga las necesidades del drama. Ese es el reto: sentir que lo has tenido todo aunque no haya sido así.
Daniela Urzola
Entrevista realizada en Madrid,
el 25 de julio de 2023.