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Si en el primer largometraje de Elena López Riera es el agua quien arrastra el deseo femenino, en la película de Tiago Guedes, el viento alteraría a las féminas del pueblo. Al menos así reza la canción popular que un grupo de hombres enmascarados recita en las fiestas del lugar mientras persigue a las chicas por la calle. La tradición manda que aquellas muchachas que no se han refugiado en sus casas y permanecen en el espacio público pueden ser castigadas físicamente por los tipos disfrazados. Ese día, una hueste de jóvenes persigue hasta dentro de su casa a una muchacha que había conseguido escapar y la asaltan. Hasta que uno de los integrantes del grupo se rebela y detiene la agresión. Cuando caen algunas máscaras, la chica será capaz de reconocer tanto a su primer asaltante como a su defensor, Laureano, que acaba recibiendo una paliza brutal de la mano del resto.

Ambientado en un pueblo del Portugal interior, el prólogo de Restos do vento plasma hasta qué punto la violencia machista ha estado legitimada generación tras generación por rituales colectivos, paganos (o no) y festivos. La película se desarrolla veinticinco años después para rastrear las consecuencias de ese acto en apariencia banal. Los chavales se han convertido la mayoría en padres y madres de familia. Excepto Laureano, que ha devenido el ‘tonto’ del pueblo, un idiota sobre todo en sentido dostoievskiano. Por caminos un tanto convencionales, la película se despliega a partir de entonces como un drama realista apoyado en cierta estructura de thriller en torno a cómo se perpetúan algunos rituales de violencia en el presente, por mucho que se hayan ‘abolido’ sus expresiones más tipificadas, como la rúa de enmascarados del prólogo. La muerte de uno de los jóvenes del lugar abre las puertas a los recuerdos y los rencores del pasado.

Aunque aquello que finalmente interesa a Tiago Guedes es la figura de Laureano como marginado de corazón puro, en contraste con un pueblo donde anidan diferentes formas de maldad. Este planteamiento choca con el prólogo que apuntaba a explorar la violencia desde un punto de vista más estructural y machista. Aparte de las incongruencias argumentales que van apareciendo en este aspecto, Restos do vento tampoco funciona como retrato poético o moral de una figura que encarna la bondad en la Europa contemporánea.

Eulàlia Iglesias