Hace un par de años descubrí en la versión online de Il Cinema Ritrovato una película de Govindan Aravindan, Kummatty (1979), ante la que quedé maravillado por sus colores (incluso en su versión online, sí). La película se podía ver simplemente atendiendo a su paleta de colores, con la que Aravindan construía un discurso que en Occidente difícilmente podemos asociar a otras cineastas que no sean los del experimental (ni Minnelli ni gaitas). Moraleja: estas películas hay que verlas en muy buenas copias para disfrutarlas, pero sobre todo para ‘entenderlas’, ya que los colores del cine indio nada tienen que ver con los del cine occidental (la tierra, la vegetación, las telas de los vestidos…).
El responsable de Cannes Classics presentó Thamp̄ (The Circus Tent), rodada una año antes, afirmando que se trataba del gran descubrimiento del año. Primera constatación: nos encontramos ante una película en blanco y negro que, al no conservarse el negativo, se ha restaurado a partir de copias positivas en 35 mm. Segunda constatación: Aravindan es un cineasta excepcional y esta película parece casi un milagro. No hay historia propiamente dicha, pues lo que Aravindan pone en escena es la llegada de un circo a un pequeño pueblo y toda una serie de escenas cotidianas que se desarrollan a lo largo de varios días y que se intercalan con los ensayos y los números del circo. Pero no estamos ante un documental (o sí, depende de cómo lo interpretemos); es el equipo de la película quien provoca la situación, quien lleva el circo a un pueblo que nunca había recibido la visita de ninguno. Hay algunos elementos claramente ficcionados, como la precariedad económica en la que se encuentra la compañía y su necesidad de hacer caja en el pueblo para poder sobrevivir, pero lo que se pone en escena es la llegada al pueblo, la obtención de los permisos, el montaje de la carpa… Y entonces empieza la función: los trapecistas, los payasos o el domador salen a escena y Aravindan filma estos números en plano de conjunto y cámara fija, pero intercalando las reacciones del público. Son precisamente estos momentos los más mágicos de Thamp̄, sobre todo cuando vemos los rostros de asombro, las risas o el miedo en las caras de los niños ante la aparición de un leopardo.
Los ensayos y las funciones se suceden, pero también los paseos por la ribera de un río. Una película sin drama que sigue a sus personajes en sus largas caminatas y que establece un intercambio con los habitantes del pueblo y, por extensión, con los espectadores: a unos les regala el circo, a los otros una película deslumbrante.
Jaime Pena