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En El agua converge y se expande todo el universo creativo que Elena López Riera lleva desarrollando desde el inicio de su trayectoria y, de manera más evidente, en sus tres últimos cortos. De Pueblo (2015) a Los que desean (2018), pasando por Las vísceras (2017), y como si de una transición lógica y paulatina se tratara, El agua recoge los temas y los recursos formales ya ensayados para reconducirlos hacia un camino que es nuevo y conocido al mismo tiempo. Porque está aquí el regreso a Orihuela (Alicante), ciudad natal de la cineasta, y el retrato de su paisaje, sus casas y sus bares e incluso el acento de su gente. Pero está aquí también esa recuperación de las tradiciones locales y la presencia ineludible de lo atávico, de la leyenda y lo misterioso que se reconduce al presente para resignificarse a través de lo real.

Y sin embargo El agua es, sobre todo, una profunda y poderosa reivindicación de la legitimidad de la voz de las mujeres y de sus historias. La película parte, de hecho, de un relato que López Riera conoce por primera vez a través de su propia abuela y según el cual, con cada nueva riada (de las que se producen a causa de la DANA cada cierto tiempo en la ciudad), una mujer está condenada a desaparecer: el río se enamora de ella y la desea para sí. El poder del agua desenfrenada (fruto de las inundaciones), como maldición, pero también como necesidad (en una zona de tierra seca que vive, en un alto porcentaje, de la agricultura), sostiene el eje simbólico de un film que hace explícita esa reivindicación a través de los planos en los que el relato ficcionado se interrumpe por un momento puntuando, cada cierto tiempo, a través del registro directo de los rostros de las mujeres de la ciudad (familiares y conocidas de la propia López Riera) que narran y desarrollan aquella leyenda local. “Yo soy mi madre, soy mi abuela… Pero ahora yo cuento mi historia”. Así se expresa Ana, la protagonista del film (que, efectivamente, vive con su abuela y con su madre), después de haber aparecido representada como la Ofelia de John Everett Millais al final del film. La resignificación de la tradición, e incluso de ciertos iconos, se funde así, a través del personaje de Ana, con la reivindicación de la voz de la mujer.

Pero El agua es también una profunda exploración sobre el deseo. El de los hombres, como ya hiciera en Los que desean (del que recupera las imágenes de la carrera de los palomos pintados) y, sobre todo, del de las mujeres. Y así, por ejemplo, frente a la competitividad, la pelea y la violencia de los hombres, se imponen las caricias, los abrazos y la complicidad entre las mujeres. La relación entre Ana y José (actores naturales como la mayoría del elenco) en paralelo a la que vive la madre de Ana (Bárbara Lennie) con un francés que acaba de llegar a la ciudad, no solo profundiza en la idea de la transmisión y el legado sino también en la del traspaso de los gestos como algo que también forma parte de la tradición: “aunque no te guste, te pareces mucho a mí”, le dice su madre a Ana.

En la leyenda, según cuentan, las mujeres pueden elegir: o se van con el río o resisten a su llamada.

Jara Yáñez

Como en Magnolia de Paul Thomas Anderson, desde el inicio de la película se habla de la llegada de una posible tormenta, pero como indica el título, El agua, no caerán ranas del cielo. Como en Cayo Largo de John Huston la tormenta tiene sus precedentes, espanta porque es devastadora y puede hacer mucho daño. Sin embargo, el legado del que hablan las mujeres de Orihuela, que en El agua se dirigen directamente a cámara, remite a un pasado mítico, marcado por las viejas creencias relacionadas con las santas y con una serie de supersticiones que acaban certificando que estamos en un territorio de fantasmas. El agua tiene que llegar en algún momento de la ópera prima de Elena López Riera, incluso sabemos que en la vida real llegó a inicios del mes de septiembre de 2019, pero todo esto es el trasfondo de una historia que nos habla de posesiones y desapariciones, pero sobre todo de amores. Ana tiene diecisiete años y habla con sus amigas de la necesidad de escapar de su pequeño mundo. Todas trabajan en el universo agrícola que se desarrolla en paralelo a la cosecha de los limones. En casa de Ana solo viven mujeres. Ana está con su tía y con su abuela, pero sobre todo ha crecido a la sombra de su madre a la que se la llevó la corriente, como tantas mujeres de la comarca. Ana conoce todas las leyendas, habla con su abuela de supersticiones, pero también de amores. Ana conoce a José y la película de Elena López Riera no tarda en convertirse en la historia de un primer amor. Elena López Riera acaba configurando una película poética, de una extraña belleza, en la que existe una peculiar simbiosis entre la mirada realista y el proceso de transgresión de esta propia mirada. El agua habla de un mundo rural cerrado en sí mismo, atrapado en sus leyendas pero también expande la crónica de ese mundo y su amor hacia la tierra, hacia una especie de cosmología telúrica en la que las imágenes documentales acaban transformando los propios límites de la ficción.

Àngel Quintana