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La última película de Gonzalo García Pelayo, firmada al alimón con el inagotable investigador Pedro G. Romero, podría verse como una actualización filmográfica de la seminal Vivir en Sevilla (1978). En tanto versión extendida de aquella, Nueve Sevillas (2020) es un filme imbuido de un espíritu flâneur en el que figuras de la música como Javiera de la Fuente, Bobote, Rudolph Rostas, el poeta David Pielfort, la abogada Pastora Filigrana, la torera Vanesa Montoya, la actriz Rocío Montero y el propio García Pelayo ejercen como heterodoxos guías de viaje por una Sevilla infinita.

Sin embargo, esa concepción hedonista que del cine tiene el director de Manuela (1976) se reorganiza de una manera académica, como si el afán por categorizar, propio de quien, como Romero, se dedica al estudio, quisiera imponer cierto orden entre tanta dispersión. Habrá quien vea una colisión entre dos maneras de afrontar el ingente material recopilado y concluya que ese choque le resta brío al conjunto. Puede que no les falte razón, aunque quizá Nueve Sevillas demande una mirada menos tradicional o, como mínimo, menos preocupada por esa estructura capitular que los intertítulos quieren fijar. Sobre todo, porque estamos ante un filme rabiosamente imperfecto, que no solo descubre su propio artificio, sino que se siente orgulloso de mostrar sus errores como quien enseña una cicatriz de guerra (la toma falsa de la grabación del concierto de Rosalía, por ejemplo). Es pues, una película construida sobre la mecánica del ensayo-error, basada en la mezcla de materiales y de texturas, de archivo y de entrevista, de reflexiones profundas y actuaciones fugaces… ¿Que es una película inarmónica? Seguramente, como distintas son las sabidurías y las experiencias de la bailaora Yinka Esi y de Kiko Veneno (la gracia, el ardid, está en ver cómo a través del estudio y la indagación histórica unos y otros acaban conectando, flamenco mediante). La de García Pelayo y Pedro G. Romero es una Sevilla de una complejidad casi indescifrable que necesita de película-callejero por la que serpentean libremente el tratado musicológico, el ensayo humanista, el ejercicio metalingüístico, el alegato político y el verso libre, para hacerse mínima y placenteramente comprensible.