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Mi país imaginario recorre el trayecto, incierto y caótico pero con la mirada puesta en un horizonte más justo, de las revueltas que han conducido a Chile a la reconstrucción de su futuro social y político. No es un documental al uso: los hechos están atravesados por la luminosa sensibilidad de Patricio Guzmán, un cineasta que ya ha mostrado su compromiso con las injusticias acontecidas en su país natal, pero lo sorprendente es descubrir desde qué profunda ternura contempla los acontecimientos más turbulentos de la actualidad chilena. La película no solo es testigo de las manifestaciones en torno al cambio, sino también del proceso posterior de la asamblea constituyente, quizás el tramo más fascinante del largometraje en tanto que refleja la confección de un nuevo país, con todos sus símbolos y esperanzas reflejados en cada pequeño paso. No es solamente un documento imprescindible por tratar sobre una de las revoluciones más importantes del presente, sino en especial por ser un bello reflejo de cómo acercarse desde el amor a un objeto del que no puede haber distancia posible entre lo filmado y el que filma.

Jonay Armas