Por una convergencia de razones (algunas imprevistas y sobrevenidas; otras gestadas desde hace ya mucho tiempo), el año 2021 se ha convertido en una encrucijada para los festivales de cine, sean estos o no conscientes de ello. El año en curso está suponiendo para muchos certámenes una accidentada rentrée generada por la dificultad de gestionar –y de acomodar en su programación– la visible acumulación de películas producida, a la vez, por el paréntesis impuesto en 2020 por la pandemia de la COVID-19 y por el consiguiente impasse en la distribución y exhibición que supuso el confinamiento.
Esta circunstancia estrictamente coyuntural viene a percutir sobre una deriva más que preocupante: el síndrome de gigantismo al que parecen haber sucumbido, de manera progresiva y desde hace ya mucho tiempo, la mayoría de los festivales más importantes. Solo que esta vez, y ahora de manera bien visible, ese modelo de programación está inevitablemente condenado a entrar en conflicto con la poliédrica y emergente realidad configurada por la experiencia de los visionados online que marcaron buena parte de los festivales de todo el mundo durante el largo año de la excepcionalidad pandémica, y por la nueva dialéctica que están generando las sinergias comerciales y financieras –¡atención a esto!– entre las plataformas, la distribución tradicional y los propios festivales.
La informe y caótica programación del reciente Cannes (un indiferenciado totum revolutum, en el que se amontonaban títulos y autores distribuidos sin orden ni concierto en las tradicionales y ‘nuevas’ secciones creadas al efecto) debería servir de aviso para navegantes. No tiene ningún sentido acumular películas y creadores de prestigio per se (sin ninguna línea editorial visible o bien definida), como tampoco lo tiene en el fondo –seamos claros y sinceros– esa ‘política de los autores’ que practican la mayoría de los certámenes, por la que siguen programando –con independencia de la calidad o interés de las películas– cada nuevo trabajo de los directores ‘de la casa’, con los que han creado legítimos vínculos de afinidad y de colaboración en ediciones anteriores.
Para que las películas ‘respiren’, como dice Jaime Pena en su texto (véase pág. 16), para que puedan verse y ser valoradas por la prensa y por la crítica (es decir, para que el festival les pueda ser realmente útil, para que ayude a su difusión), es necesario que haya “menos películas, menos secciones y muchas más sesiones” para cada film. Si las películas se amontonan, si no se pueden ver y reseñar, si no consiguen repercusión, si se sigue limitando –en tiempo y en oportunidades– el acceso de la prensa y de la crítica a los creadores, los festivales se ahogarán en su propio gigantismo, impulsados por un falso y peligroso espejismo economicista. Al revés de la fórmula magistral de algunos grandes cineastas, ‘más es menos’ en un festival. Así que recuerden, por favor: ‘menos es más’. Más claridad, más coherencia, más rigor, más utilidad.