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Una de las imágenes recurrentes en este segundo largometraje de Francis Lee, tras la prestigiosa Tierra de Dios, es la de una mano que hurga en la superficie de las piedras que arroja el mar a una playa desierta. Ahí va a encontrar rastros y restos de fósiles, pero lo que busca es algo más: quizá otro tipo de vida, quizá la mano de otra persona. Esa extremidad superior pertenece a Mary Anning, la ahora famosa paleontóloga británica, y lo que encuentra es otra mujer, la esposa de un petimetre con la que termina viviendo una apasionada historia de amor. De algún modo, se podría decir que Ammonite es la crónica de cómo esa mano se topa con otra que la redime o quizá la condena, según se mire. Y las manos ocupan gran parte de los planos filmados por Lee para esta película. Las manos de Kate Winslet y Saoirse Ronan, las actrices principales, efectúan un viaje que va de la pasividad o el ensimismamiento al descubrimiento del sexo, filmado aquí, por cierto, con inusual franqueza. Las de la madre de Anning, únicamente dedicadas a limpiar figurillas en memoria de sus hijos muertos, se refieren en cambio a un pasado que, al contrario que los fósiles de su hija, nunca salen a la superficie.

Paradójicamente, no obstante, el atrevimiento que demuestra Lee al filmar los cuerpos desnudos de sus actrices queda incomprensiblemente rebajado cuando se trata de contemplarlos vestidos. La apariencia del film es sobria y contenida, pero en pocas ocasiones va más allá de esa pulcritud típicamente británica a la hora de enfrentarse al siglo XIX. Sucede lo que sabemos que va a suceder y los encuadres, por mucho que quieran mostrarse desnudos incluso de motivos musicales extradiegéticos, son los que ya conocemos por otras muestras de este tipo de cine. ¿Por qué, entonces, esa obsesión por las manos de los distintos personajes, esa fijación por el modo en que liman y lijan minerales o acarician pechos, en que se cruzan y se descruzan, en que hacen las tareas de la casa pero también se liberan de ellas a través del sexo? Porque, en el fondo, Ammonite, más que un film de Francis Lee, es un producto de su época, una película sobre el paso del tiempo, no solo el que se refiere a nuestras vidas, sino también el que tiene que ver con las eras geológicas o los cambios en los usos sociales. Y nada mejor que el movimiento de las manos para reflejarlos, una forma como otra de insistir en el gran tema que por ahora domina este festival: el pasado y el presente, quizá la incertidumbre del futuro.