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El año pasado dedicamos nuestro número de verano a recuperar la figura y la obra de Marguerite Duras, cineasta esencial, compleja, esquiva e inabarcable en un cierto sentido, sobre la que no habíamos hablado nunca antes de manera consistente en la revista y a través de la cual establecíamos algunos puentes reveladores hacia una reflexión que conectaba el pasado con el presente. Doce meses después llevamos a cabo una operación muy similar para rescatar, esta vez, la trayectoria creativa, prolífica, libre y también de alguna manera inabarcable, de Rainer Werner Fassbinder. Lo hacemos, por primera vez en nuestras páginas y a través de un enfoque doble que busca hacer dialogar su obra con el presente. Analizamos para ello la vigencia de su cine a través de la huella y el reflejo que ha producido en cineastas como Todd Haynes y Pedro Almodóvar, pero también Leos Carax, Tsai Ming-liang o Albert Serra, entre otros. Centramos asimismo la atención, de manera particular, en su dedicación a la realización televisiva (casi la mitad de su obra) a través del peso específico de series como El mundo conectado (1973), Ocho horas no hacen un día (1972-1973) o Berlín Alexanderplatz (1980). Las dos primeras, inéditas en nuestro país, forman parte del ciclo de Filmin que pone a disposición además, y por primera vez en su plataforma (a partir del 28 de julio), las versiones remasterizadas de quince títulos esenciales de su filmografía y dos cortos: El pequeño caos y El vagabundo, ambos de 1966.

Pero la obra de Fassbinder sirve de hilo conductor, al menos, para otros dos asuntos que forman parte de este número de la revista. Porque revisar la actualidad de la obra del cineasta alemán nos lleva a poner en primer término su aportación como precursor en la representación contemporánea de la mujer, la homosexualidad, el cuerpo, la marginalidad por cuestiones de raza o clase social y también, como señala Violeta Kovacsics en su texto, la puesta en cuestión del matrimonio y de la familia convencionales como lógicas de una sociedad heteropatriarcal. Asuntos que conectan con otra de las líneas de pensamiento y reflexión que llevamos desarrollando desde hace meses en la revista y que se ha detenido de manera particular en torno al controvertido y muy conflictivo concepto de ‘cultura de la cancelación’: a la puesta en cuestión del sentido del propio término, a la necesidad de la crítica de posicionarse frente a ello y a la importancia, precisamente, de revisar las películas del pasado introduciendo elementos de análisis interseccionales propios de nuestro presente. Después de los textos particulares de Àngel Quintana y Carlos F. Heredero sobre el asunto, probamos este mes con un nuevo formato de debate más abierto en el que han participado, además de ellos dos, Áurea Ortiz Villeta, Jaime Pena y Daniela Urzola. La conversación directa y a varias bandas, como mecanismo para construir una reflexión conjunta (de nuevo, lo decíamos el mes pasado, lo colectivo como metodología de trabajo y análisis), no solo es una herramienta que inauguramos ahora para seguir aplicando en el futuro a otras cuestiones, sino que nos permite lanzar además la primera entrega del que presentamos como El podcast de Caimán Cuadernos de Cine, que ponemos en marcha gracias al empuje y la ayuda imprescindible de Andrea Morán y Elsa Tébar y que estará disponible desde nuestra página web y en Spotify. Buscamos ampliar con ello los canales de difusión de la revista, pero también ser más flexibles y porosos en nuestras aproximaciones.

La obra urgente, compulsiva e irreductible de Fassbinder, de nuevo en relación con el presente, delata además, en palabras de Carlos Losilla, “que no se sentiría muy cómodo en este nuevo mundo del cine, de los festivales que dictan gustos y modas cada vez más homogéneos y los laboratorios o pitchings que pulen aristas hasta borrar identidades”. Y esto nos lleva a analizar, en otro artículo, las actuales dinámicas de impulso para proyectos en fase de escritura y desarrollo (residencias, talleres, asesorías…) y el modo en el que inciden en una cierta homogenización de las películas resultantes. Pero nos lleva también a reivindicar la trayectoria relegada y olvidada, singular, extraordinaria e insólita de Kinuyo Tanaka, primera y única directora japonesa en desarrollar una filmografía durante la posguerra.

Jara Yañez