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A lo largo de Eureka de Lisandro Alonso se vislumbra un claro deseo de vivir el cine como si fuera una aventura. No estamos ante una película de aventuras, sí ante una obra en la que la aventura de filmar y de buscar otras formas de modular su propio estilo constituyen la base de una película ambiciosa y extraña. Eureka reúne tres películas en una de sola. La primera es un western, pero no uno tierno a la manera de Almodóvar, sino uno cruel protagonizado por Viggo Mortensen y Chiara Mastroiani en la que un pistolero llega a un lugar lleno de muertos buscando a su hija desaparecida y se encuentra con un misterioso personaje, la coronela que dirige la acción. La parte inicial, en blanco y negro, está a las antípodas del imaginario que el realizador argentino ha creado con su cine. A partir de un memorable giro, esta película en blanco y negro da lugar al relato de una madre india que trabaja en la policía y de su hija que vive a la deriva en alguna región de Dakota. Mientras vemos cómo la madre policía ejerce su trabajo conocemos que en la depauperada región americana ha habido una serie de suicidios. La hija va a ver a su hermano encarcelado e intenta recuperar la memoria de su abuelo. Algo extraño surge, sobre todo hay mucho dolor. Mediante otro increíble giro acabamos en la selva amazónica, donde encontramos una historia de muerte entre dos amigos, la fuga de un personaje que se dedica a buscar oro por la zona y en la que los ecos entre la vieja cultura indígena ancestral y el malvivir de los indios americanos establece resonancias y paralelismos. A partir de estas tres historias encontramos un Lisandro Alonso que busca atrapar el tiempo a partir de los gestos. La soledad, la tristeza, las rupturas familiares, los enigmas esotéricos que se encuentran tras la naturaleza, la persistencia de lo ritual y atávico están presentes como en otras películas de Lisandro Alonso. La diferencia es que en esta la aventura de filmar es más intensa y la película mucho más enigmática. Àngel Quintana


La película empieza con formato 1:1,33 y con los bordes del encuadre redondeados, pero esta vez en blanco y negro. Un indio canta sobre unas rocas un rito ancestral. Por momentos, creemos estar en un territorio gemelo al de Jauja (2014), pero pronto comprobamos que en realidad asistimos a la primera parte de un tríptico (un western casi paródico, lleno de indios borrachos) que se despliega después, en color y formato 1:1,85, en la reserva india de los Oglala Lakota, en Dakota del Sur, en tiempos contemporáneos, para cerrarse con la tercera entrega, en formato 1:1,66, dentro de la selva amazónica brasileña. Tres partes bien diferenciadas con las que Lisandro Alonso parece querer proponer una especie de alegoría crítica sobre la historia de los pueblos indígenas en el continente americano pasando de los ecos de Dead Man (Jim Jarmusch, 1995) a los de Fargo (Hermanos Coen, 1996) para llegar a un extraño encuentro entre Werner Herzog y Pier Paolo Pasolini, dentro de un ambicioso proyecto que le ha llevado más de ocho años poner en pie, pero cuya articulación interna no acaba de cuajar en un obra orgánica, por más que se agradezca su afán de búsqueda y todo el riesgo que una propuesta tan heterodoxa y tan indómita como esta conlleva.

Con exteriores rodados en Estados Unidos, México, Portugal y España, el tríptico de Eureka no acaba de encontrar su propia voz. La primera parte desvela enseguida el artificio de su puesta en escena: la de un western casi paródico, en el que un misterioso personaje (Viggo Mortensen) va en busca de su hija –la memoria de Jauja vuelve a hacerse presente– y entre medias se encuentra con El Coronel (personaje interpretado por Chiara Mastroianni) en una secuencia carente de entidad y puramente de guion. La segunda parte es la más extensa y, por fortuna, lo mejor con mucho: una mujer india policía y su sobrina protagonizan un episodio sobrio, silencioso y devastador en su radiografía de la miseria, la desestructuración familiar, la carencia de horizontes y la marginación en la que viven los indios de la reserva. En un intento de vincular este episodio con el anterior, Alonso recupera a Chiara Mastroianni en el papel de una actriz que viaja para hacer una película, pero este apunte que trata de abrir el film hacia lo misterioso resulta demasiado lineal y prosaico, sin fuerza para generar la deseada resonancia.

Finalmente, la tercera parte se deja contagiar por algunos ecos de las mitologías pasolinianas para retratar a otros indios que malviven como buscadores de oro y buscan nuevos horizontes en el Amazonas brasileño. Un extraño pájaro, a modo de alma simbólica de la joven india del segundo episodio, abre y cierra también este último, pero para entonces nos hallamos ya casi perdidos en lo hermético de una propuesta que intenta recuperar algo de la dimensión esotérica y fantástica de Jauja, pero que no consigue llegar a conjugar de manera armónica las ideas dispersas y las ocurrencias variopintas con las que juegan los heterogéneos materiales utilizados. El resultado se intuye cercano al universo propio de su director (La libertad, incluida), pero también algo caprichoso, mecánico y teórico. Carlos F. Heredero