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Como en La inocencia (Lucia Alemany), Libertad narra un verano de adolescencia (cambios, amistades, descubrimientos y conflictos familiares). Pero aquí el verdadero foco surge en torno a una pregunta de respuesta compleja que la película enfrenta de cara: ¿es posible la amistad sincera y mantenida en el tiempo entre personas que pertenecen a clases sociales distintas? Carla Roquet, en el que es su primer largometraje en solitario (después de haber participado en el film colectivo 10.000 km) encierra y concentra el conflicto en una gran casa de vacaciones de la Costa Brava. Allí Rosario, la mujer colombiana que se encarga de cuidar a la dueña (que padece Alzheimer) descorre las cortinas y retira las sábanas que protegen los muebles para dar comienzo al film. En ese espacio confluirán las historias de seis mujeres, una de ellas ya fallecida, de tres generaciones distintas. Y aunque el protagonismo recae sobre las más jóvenes, el papel, tanto de las madres como de las abuelas de éstas, será esencial para entender la transmisión en el tiempo de una división de clases férrea e inamovible.

Las adolescentes son Nora, una catalana de buena familia con todo por descubrir, y Libertad, la hija de Rosario que llega desde Colombia después de más de diez años sin ver a su madre, educada por su abuela y llena del dolor por la distancia. Es sin embargo la mirada intensa de Nora la que guía la narración y nos conecta con todo su proceso de aprendizaje (según el modelo clásico de la coming of age) que pasará por el desconcierto y las dudas para recoger también la intensidad de la primeras vivencias de emancipación. Nora aprenderá a través de la observación que su recién inaugurada amistad con Libertad no es tan fácil ni tan clara. Y para ello, quizá lo más interesante del film sea su capacidad de expandir el significado simbólico a partir de secuencias con un desarrollo narrativo mínimo. Como cuando la madre de Nora decide finalmente no ponerse un vestido cuando descubre que es igual al de Rosario.

La libertad del título va más allá de la referencia al nombre de una de sus protagonistas para poner el foco en la claustrofobia que sienten todas las mujeres atrapadas en aquella casa y aquel sistema de jerarquías y estamentos. Será a partir de un muy interesante e insospechado eco entre la abuela de Nora y la propia Libertad, en sus ansias de escapar y en su conexión, complicidad y comprensión mutua, cuando el film encuentre una posible respuesta abierta a la pregunta con la que arranca.

Jara Yáñez

¿Qué fue más importante en un viejo melodrama como Imitación a la vida de Douglas Sirk, la lucha de clases o el racismo ? Supongo que a finales de los cincuenta era preciso denunciar el racismo, aunque este también era fruto de la desigualdad social. En Libertad queda claro que lo que importa es la diferencia entre las clases porque no habla de una clase concreta sino del fin de una época.  Nora tiene catorce años e intuye que vive en un mundo que se acaba. La casa veraniega cercana a Blanes va a cerrarse y su abuela ha perdido la memoria. En este contexto, Nora encuentra a Libertad, una chica llegada de Colombia, que fue abandonada por su madre y con la que no se siente identificada. Libertad y Clara descubren todo aquello que debe descubrirse en la adolescencia : el sexo, el mal, las contradicciones familiares, los pequeños placeres, la felicidad y la desigualdad. Clara Roquet habla de una amistad imposible marcada por las barreras sociales, pero también nos muestra como ese mundo que agoniza está en decadencia y como las ansias de libertad chocan a veces con la realidad. Douglas Sirk está en un horizonte muy lejano, pero Libertad sabe recoger algunos aspectos esenciales sobre una burguesia catalana que fue y no es, sobre unas barreras de clase que eran infranqueables y sobre lo que ocurre cuando una niña vislumbra que aquel universo idílico en el que creció no era más que una farsa.

Àngel Quintana