La reflexión sobre la representación ha sido una constante que atraviesa toda la obra de Rita Azevedo Gomes. Y su más reciente trabajo, El trío en mi bemol, no es una excepción. En este film, que se presenta este año en Revoluciones Permanentes (y que sorprendentemente no forma parte de la Sección Oficial), la directora lusa plantea una adaptación de la obra escrita por Éric Rohmer en 1989: un texto sobre el arte, el amor y la conjunción de estos dos. Paul recibe siete visitas de Adélia, su ex pareja, a lo largo de un período de tiempo incierto, en el que presenciamos cómo su relación muta una y otra vez transitando por conversaciones que los hacen viajar del presente al pasado, y viceversa. La totalidad de la historia se construye a partir de esta tensión entre dos antiguos amantes que intentan constantemente redefinir su –en ocasiones inexplicable– relación.

El trío en mi bemol añade una capa de complejidad a este entramado base al introducir la figura de un director (interpretado por el actor español Adolfo Arrieta) que a su vez está adaptando la obra al cine. Pero el film de Azevedo Gomes no se articula solamente como una adaptación de la adaptación, sino que va un paso más allá de lo que muchos ejercicios de metacine proponen, logrando una integración absoluta de las formas del teatro y del cine. Esto gracias a una puesta en escena mayoritariamente teatral, que se refleja en la concepción de los espacios y la manera en que sus personajes los habitan, pero en la que irrumpen movimientos de cámara y secuencias externas a la propia obra (como los “detrás de escenas” o las secuencias oníricas) que hacen evidente que no sólo estamos viendo la adaptación de una obra, sino que nos encontramos ante un constructo fílmico. A esto se le suma, además, el papel central que juega la música, tanto en la historia de Rohmer como en la reinterpretación de Azevedo, resultando en una conjunción de las artes atravesada por la magia –en ocasiones bellísimamente literal– de la ficción cinematográfica.