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Carlos F. Heredero.

Este es un número especial de Cahiers-España, y ciertamente no podía ser de otra manera. Las páginas dedicadas a evocar la figura gigantesca de Eric Rohmer y el amplio dossier que aborda la radiografía del cine surgido durante la primera década del siglo ocupan casi la totalidad de la presente entrega, que se organiza –en consecuencia– sobre una estructura extraordinaria y diferente de la habitual.

La desaparición del autor de Mi noche con Maud, El rayo verde o La inglesa y el duque no es sólo la de un director que ha marcado profundamente la historia del cine durante los últimos cincuenta años (un período de cambios vertiginosos en la relación de las imágenes fílmicas con su propia naturaleza), sino también la de un creador que ha sabido mantener su radical independencia creativa, su más irrestricta libertad de elección, sin hacer ni una sola concesión, sin ceder jamás a los cantos de sirena de la institución fílmica de su país, sin comulgar nunca con las ruedas de molino impuestas por las modas ocasionales de cada época.

Le admirábamos por sus películas, desde luego, y también por el rigor con el que se esforzó a lo largo de toda su trayectoria por desplegar un personalísimo cuerpo teórico y reflexivo, pero sin duda era aquella independencia, mantenida de forma intransigente, pero sin autopublicitarse nunca como adalid de nada, la que ofrecía un callado y silencioso ejemplo ético frente a la siempre compleja y difícil industria cinematográfica. Un ejemplo en el que se han mirado, y todavía se siguen mirando hoy, muchos de los cineastas que aspiran a expresarse con sinceridad y que se aprestan a librar un inevitable combate –siempre a contracorriente– frente a todo el influyente abanico de fuerzas conservadoras, rutinarias, convencionales o simplemente fenicias que siempre ofrecen resistencia ante cualquier atisbo de originalidad o de disidencia, de reflexividad o de verdadera honestidad creativa.

El “ejemplo Rohmer” se convierte así en una referencia inevitable a la hora de proponer una radiografía de lo que ha sucedido en los primeros diez años del nuevo siglo, un balance del que surge un cierto “estado de la cuestión” que debe tomarse, a su vez, como una nueva expresión de resistencia frente a las derivas más acomodaticias del cine mainstream, ese mismo al que el autor de El rayo verde (León de Oro en Venecia) y de El árbol, el alcalde y la mediateca –dos películas rodadas sin subvenciones, sin guión, sin papeleos, sin apenas equipo de producción, sin vestuario ni maquillaje, sin marketing de prensa– se sintió siempre ajeno, cuando no abiertamente receloso y distanciado.

Tiene toda su lógica, entonces, que In the Mood for Love (otra película filmada sin guión, sin historia, sin diálogos escritos, sin planes de producción, a lo largo de ¡quince meses! de intermitente rodaje) emerja como cabecera de una selección en la que otro puñado de cineastas igualmente libres, como Ingmar Bergman, David Lynch, Gus Van Sant, Philippe Garrel, Jean-Luc Godard, Pedro Costa, Terrence Malick o Hou Hsiao-hsien, nos siguen señalando los caminos por los que discurre hoy, igual que en tiempos de Rohmer, lo más vivo del cine actual.